Recrea Chávez Morado una síntesis del momento histórico

• México moderno, país de antigua cultura

Hoy adorna una de las paredes exteriores de la Preparatoria 4, Plantel Vidal Castañeda y Nájera; sin embargo, la historia del mural México moderno, país de antigua cultura inició en 1957, cuando al artista guanajuatense José Chávez Morado le fue comisionado crear la pieza principal del pabellón mexicano en la Exposición Universal e Internacional de Bruselas, acontecida en 1958.

DSC_0106 Prepa 4. Mural Chávez Morado 1957. CGA

El evento fue el primero de su tipo tras la Segunda Guerra Mundial y su intención era mostrar la unión del mundo occidental en plena Guerra Fría. Así lo recordó José de Santiago Silva, profesor emérito de la Facultad de Artes y Diseño:

“En la Exposición Universal e Internacional de Bruselas se dio como una especie de reivindicación de Occidente, como la parte que prevalece tras el conflicto bélico. En consecuencia, tiene mucho de propaganda de los sistemas económicos y políticos de Occidente; es una especie de confrontación con el bloque soviético que en ese entonces estaba en pleno empoderamiento de buena parte de la geopolítica europea.

“La idea era hacer una recomposición más humana del mundo, una reorganización con miras a la fraternidad y el hermanamiento de los pueblos. Este fue, digamos, el leitmotiv. Por otro lado, ponen como un elemento sumamente importante la cuestión de la tecnología de Occidente y, entre otras cosas, la energía nuclear”, rememoró el especialista.

El pabellón mexicano fue diseñado por Fernando Gamboa –“museógrafo por excelencia para ese momento”–, quien decidió invitar a Chávez Morado. “Gamboa, que había tenido como antecedente una gran exposición de arte mexicano –desde la época prehispánica hasta nuestros días– que estuvo primero en París y que tuvo un éxito rotundo, porque llevaron piezas colosales –como la cabeza olmeca, que estaba en la escalinata del lugar de exposición–”, subrayó José de Santiago Silva.

El espacio también contó con la contribución de los arquitectos Pedro Ramírez Vázquez y Rafael Mijares, quienes “diseñaron un pabellón en términos sumamente apropiados para la exhibición: discreto, de manera que realmente los contenidos fueran los que lucieran. La exposición fue un éxito para México, porque resultó que obtuvo una cantidad de premios importantes: 17. Fue realmente muy notable el éxito y el impacto que tuvo la cultura mexicana”.

Para el encargado de la Coordinación de Investigación Difusión y Catalogación de las colecciones artísticas de la Facultad de Artes y Diseño la participación mexicana en Bruselas se dio en un momento que “la Escuela Mexicana de Pintura estaba sumamente consolidada, había una especie de maduración de las ideas. Se había establecido algo así como la asociación entre la escuela mexicana y el poder político que encargaba obras significativas. Uno de los más importantes colaboradores en esa conjunción fue, precisamente, José Chávez Morado, invitado por Gamboa para darle la imagen frontal a la exposición”.

Su originalidad

Cuando José Chávez Morado diseñó México moderno, país de antigua cultura aprovechó la experiencia cultivada durante la creación de los murales de su autoría que se pueden apreciar en Ciudad Universitaria –El retorno de Quetzalcóatl, La ciencia y el trabajo y La conquista de la energía–, periodo de gran experimentación técnica para el artista. 

“Se había dado en años anteriores a 1958 un proceso de experimentación en el arte público monumental que constituye la segunda etapa del muralismo mexicano. La primera, echó andar todos los mecanismos propios del arte mural tradicional: el fresco, la encáustica y el temple, las técnicas tradicionales de ese género. Pero, en la construcción de Ciudad Universitaria, Juan O’Gorman, José Chávez Morado y Diego Rivera comenzaron a experimentar con otras posibilidades de trabajo mural, como fue el mosaico”, argumentó José de Santiago Silva.

“Tanto O’Gorman como Chávez Morado y Diego recurrieron a una modalidad diferente que fue buscar piedras de colores en todo el territorio nacional. Fueron desarrollando técnicas alternativas para la realización de este procedimiento, que era en ese momento del todo original, porque el mosaico convencionalmente venía desarrollándose con la técnica veneciana o la técnica grecorromana, que es la asociación de pequeños vidrios de colores. En este caso eran piedras y curiosamente tienen una condición pictórica en calidad de sordina de color muy armónica, porque no tienen los contrastes tan violentos que pueden dar los mosaicos de vidrio.

“A partir de eso se ensayan una buena cantidad de posibilidades. Al inicio, hicieron aplicaciones directas de las piedras sobre un aplanado de cal y arena; luego, quien logró la síntesis de este sistema fue O’Gorman en la Biblioteca Central, donde comenzaron a trabajar por secciones a partir de un proyecto general. Dividen por tareas uniformes con cuadrados, de una dimensión determinada, los realizan por separado en el piso mismo y después lo van anclando al muro. Esa es la técnica que usó Chávez Morado”, añadió el especialista.

Es en esta decisión técnica, recalcó, que recae la originalidad de México moderno, país de antigua cultura, ya que “incluyó vidrio y otros materiales, algunos pétreos, otros no, porque también utilizó cerámica. Si se busca con cuidado, se pueden ver en algunos fragmentos los lugares donde usó cerámica, los otros donde usó la mayor parte piedra de colores y en otros vidrio que da reflejos sumamente interesantes”.

Sus símbolos

Siguiendo la temática propuesta para la participación mexicana en la Exposición Universal e Internacional de Bruselas –el humanismo, la historia de la humanidad y la hermandad de los pueblos del mundo–, relató el profesor emérito, la pieza “recurrió al concepto del empleo de la tecnología como parte del empoderamiento del ser humano para el beneficio para la producción de satisfactores en términos igualitarios y democráticos”.

“Sintetiza su mensaje a partir de un personaje colosal con características indígenas, por supuesto, para tipificar que se trata de la etnia mestiza, pero con características preponderantemente indígenas, que abraza o agrupa en su pecho una serie de recursos tecnológicos, como son los engranes, las torres de procesamiento de petróleo y la estructura atómica; también, pone en la parte inferior los orígenes, que son las raíces; después, en un estamento superior, pone los diversos grupos humanos que se integran en el mestizaje nacional, y, finalmente, en la parte superior la tecnología y la utilización de los recursos humanos con miradas a una justicia distributiva”.

De acuerdo con José de Santiago Silva, este mural combina los principios de origen del muralismo mexicano: “un realismo social de utilidad y de contribución al desarrollo sociopolítico de la comunidad, y al mismo tiempo reivindica el hecho de que hay raíces muy profundas en la cultura mexicana y que tienen como realidad contemporánea un arte comprometido con la evolución política del pueblo mexicano. Se puede decir que es una síntesis del momento histórico”.

A pesar del éxito que significó la exposición de Bruselas de 1958 para México, comentó el también artista visual, “hubo críticas muy serias al hecho de que nuestro país se encontraba todavía metido en un discurso político que, al momento histórico que se estaba viviendo a Occidente –particularmente a los Estados Unidos de Norteamérica–, le parecía poco brillante, poco actual y, de alguna medida, a contrapelo del arte de vanguardia, el expresionismo abstracto o el geometrismo, que ya para esos años empezaba a desarrollarse como la bandera estética del hemisferio occidental”.

“La Unión Soviética había abandonado las vanguardias y había comenzado a hacer un arte muy conservador en términos estéticos, pero de solidaridad social y con principios académicos muy rigurosos, muy poco actual e integrado a la modernidad. Tenemos en realidad como síntesis una especie de contradicción en el mensaje mexicano, tuvo esa confrontación con la crítica, pero tuvo también el gran reconocimiento por el talento de los contenidos de la obra que se exhibió en ese momento”.

“Es interesante notar el hecho de que la Universidad Nacional, de alguna manera, es un factor decisivo en el desarrollo de la segunda etapa del muralismo mexicano y de, lo que considero, la tercera etapa que es la escultura transitable, en la que también nosotros tuvimos una gran intervención en conjuntos escultóricos, como los que adornan buena parte de las instalaciones de Ciudad Universitaria y otros recintos universitarios a lo largo y a lo ancho del país”, agregó el catedrático.

Una pieza brillante

José de Santiago Silva tuvo una relación muy cercana con el maestro Chávez Morado y recapituló que este no consideraba a México moderno, país de antigua cultura entre “su producción más brillante; le tenía de alguna manera reserva. Finalmente es congruente con el discurso global del maestro Chávez Morado, que a pesar de haber tenido mucha cercanía con el Estado mexicano, este conservó el discurso de la reivindicación de las clases sociales, la homogeneización de la justicia distributiva. Ese es el leitmotiv de toda su obra y, desde el punto de vista de la paleta y del tratamiento dibujístico, es sumamente brillante”.

“Es un mural muy equilibrado, se observa el predominio en la parte inferior de líneas horizontales que van a soportar una serie de líneas verticales que le dan estabilidad a la obra, pero que se rompen con diagonales muy claras y líneas curvas ondulantes que le dan movimiento”.

Para el emérito la presencia del mural en las paredes de la Preparatoria 4, es una demostración de que “la Universidad en todas sus facultades, escuelas e institutos ha tenido una vocación de acumulación de obra mural muy importante, de arte monumental muy clara. La riqueza monumental de la Universidad es enorme”.

 

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