Hoy, a las 15.58 se presentó el equinoccio y  con él llegó la primavera. “Es un fenómeno universal que ocurre para toda la  Tierra, lo único que cambia es la hora en cada país. Se llama así porque cuando  sucede la duración del día y la noche tiene un valor igual, es decir, de  aproximadamente doce horas”, explicó Daniel Flores Gutiérrez, académico del  Instituto de Astronomía de la UNAM.
            Existen muchas creencias en torno a este  acontecimiento, que se deben en parte a que nuestros antepasados tenían un  interés especial en estudiar los movimientos del Sol y otros cuerpos de la  bóveda celeste. 
            Para las culturas antiguas el equinoccio  indicaba la llegada de los días  calurosos, aunque en México este cambio no es tan radical como en otras  naciones, sobre todo los cercanos al polo norte, en latitudes arriba de 40  grados. En esos territorios, después de una temporada de invierno con grandes  nevadas, llegan las altas temperaturas, la primavera, y los árboles y plantas  empiezan a reverdecer, resaltó.
            En nuestro país,  la asociación más emblemática entre el equinoccio y las culturas mesoamericanas  se ubica en Chichén Itzá, Yucatán, en la escalinata sur de la pirámide de El Castillo, aunque también se puede  observar en la Pirámide del Sol, en Teotihuacán, o en el antiquísimo centro  ceremonial Chalcatzingo. 
            El astrónomo afirmó que gracias al conocimiento  legado por las antiguas culturas, hoy se sabe que el equinoccio es el instante  en el que el Sol cruza el ecuador celeste. En el caso de la primavera, el astro  pasa del hemisferio Sur al hemisferio Norte, y en septiembre, cuando se vuelve  a presentar este fenómeno, sucede lo contrario.
            En torno al equinoccio de primavera han surgido  diversas prácticas y creencias, que si bien son respetables, en realidad no  tienen un sustento científico. Por ejemplo, se dice que el Sol emite con mayor  intensidad su energía hacia la Tierra, pero no es así; la radiación y su  intensidad es la misma para todo el mundo, semanas antes y después de este  fenómeno, aclaró Flores Gutiérrez. 
            Sin embargo, estas afirmaciones no tienen nada  que ver con los cálculos astronómicos o lo que se conoce hoy en el campo de la  física y la astronomía sobre el movimiento del Sol, la Luna y las estrellas. 
            En esta ocasión el equinoccio coincide con la  última superluna del año, es decir, cuando la luna llena ocurre muy próxima a  la distancia mínima entre la Tierra y nuestro satélite natural. Esto es común  que suceda, pero en intervalos de tiempo grandes, ya que se repetirá dentro de  18 años. 
            Lo cierto es que ahora, debido al conocimiento  creado por el intelecto humano a lo largo de varios siglos, tenemos la  posibilidad de determinar instantes que solamente podemos conocer desde el  punto de vista de la geometría de los movimientos orbitales de los cuerpos  celestes, en este caso, de los cuerpos de nuestro Sistema Solar, expuso el  universitario.
            De modo que hoy es factible calcular cuando  ocurrirán los equinoccios, solsticios o eclipses, “y para nosotros debería ser  un motivo de disfrute poder apreciar estos fenómenos”, concluyó. 
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