Hoy en día, el culto a la virgen de Guadalupe  es un elemento de cohesión social, y la población mexicana es mucho más  guadalupana que antes, y cada vez más. Esta creencia existe aún en quienes no  son católicos, y “tal vez haya más guadalupanos que practicantes de esa  religión”, afirmó Gisela von Wobeser, investigadora emérita de la UNAM.
            Su veneración ha ido en aumento desde el  periodo Virreinal, cuando nuestro territorio aún no era definido como México,  pero sobre todo a partir de los siglos XIX y XX. Incluso, “hay cultos locales  que se han eclipsado por el de la guadalupana”, dijo la académica del Instituto de Investigaciones Históricas (IIH).
            La especialista subrayó que este culto, muy  arraigado en la cultura mexicana, ha sido estudiado detalladamente, “pero no  teníamos una historia clara de sus orígenes”. Por ello, en el Seminario  Historia de las Creencias y Prácticas Religiosas, siglos XVI al XVIII, los  expertos investigan cómo empezó y cómo se ha desarrollado.
            “No hay ningún documento de la primera mitad  del siglo XVI que hable de este fenómeno. Entre los escritos del propio Juan de  Zumárraga, no existe mención de las apariciones; tampoco lo hacen los virreyes  o franciscanos”.
            El culto se construyó con el tiempo, y la idea  de que se trató de una aparición y de que la imagen es de origen divino, surgió  hasta el siglo XVII. “El primer documento que hace referencia y que tenemos es  de 1648: la obra de Miguel Sánchez, denominada ‘Imagen de la Virgen María,  madre de Dios de Guadalupe’”.
            En el Seminario, prosiguió Von Wobeser, se  estudia la religiosidad en el Virreinato para entender ese periodo, pues la  religión tenía gran relevancia social, pero también para comprendernos en la  actualidad.
            Culto  prehispánico
            Hacia finales del siglo XVI, una pequeña ermita  del cerro del Tepeyac consagrada a una pintura de la virgen María –que hacia  mediados de la misma centuria había adoptado el sobrenombre de Guadalupe– se  había convertido en un santuario que atraía a numerosos devotos.
            Los indios acudían ahí porque desde la época  prehispánica era un lugar sagrado para ellos, y los españoles asistían porque  estaban acostumbrados a los santuarios marianos situados extramuros de las  ciudades, y porque concedían poderes milagrosos a la imagen.
            La sencilla emita, construida 50 años atrás por  Fray Alonso de Montúfar, y ubicada en la actual avenida de los Misterios,  recibía la visita de personas que entraban y salían de la ciudad, pero al  finalizar ese siglo resultó demasiado pequeña para los peregrinos y visitantes.
            Entonces, la Arquidiócesis de México decidió  levantar una iglesia más espaciosa y suntuosa. El domingo 10 de septiembre de  1600 se colocó la primera piedra del edificio, al pie del cerro para  resguardarlo del viento y para que fuera más accesible.
            Hasta 1613 se avanzó en la obra, pero los  fondos no alcanzaron y el arzobispo Juan Pérez de la Serna se propuso obtener  los recursos faltantes mediante la impresión de una estampa con la imagen de la  virgen. El prelado encargó la placa de impresión a Stradanus, quien había  instalado un taller de grabado en la ciudad.
            El grabador eligió una composición geométrica.  Al centro la virgen y a los lados dos secciones de gráficas de ocho milagros  que se le atribuían. “Se ofrecían 40 días de indulgencia a los compradores de  las estampas; hoy no existe ni un grabado original, pero sí la placa de  impresión”. Finalmente, en 1622 se inauguró el recinto que hoy lleva el nombre  de Capilla de Indios.
            “Entre esos milagros faltan las apariciones de  la virgen al indio Juan Diego, y la impresión de su imagen en la tilma. Lo que  ocurrió es que hacia 1615, cuando se mandó hacer el grabado, la narración de  las apariciones apenas estaba en proceso de construcción”, explicó la experta.
            Ya circulaban versiones orales del suceso  aparicionista, pero eran vagas. “Es casi seguro que Pérez de la Serna las  desconocía o no les daba el crédito necesario para incluirlas en la estampa”.  Fue hasta la publicación de Miguel Sánchez cuando se generalizó la idea de las  apariciones y el culto se expandió, porque a principios del siglo XVII era  focalizado en la ciudad y sus alrededores. Ya entrada esa centuria, no había  convento o iglesia en donde no se venerara, finalizó Von Wobeser.
            —oOo—