En Ciudad Universitaria, fuera de los terrenos de la Reserva Ecológica del Pedregal de San Ángel (REPSA), existen afloramientos rocosos que no sólo permiten la infiltración de agua, la recarga del manto acuífero, la conservación de biodiversidad, la captura de contaminantes y de dióxido de carbono, la disminución de temperatura y de ruido, y la formación de suelo, sino que sus geoformas son únicas en México y en casi todo el mundo.
Formaciones geológicas similares a las producidas por el enfriamiento de la lava del volcán Xitle, hace mil 670 años, se pueden apreciar solamente en Hawái.
Por su importancia, uno de esos pedregales remanentes, ubicado entre los institutos de Geología (IGL) y Geografía (IGg) de la UNAM, con una extensión de tres mil 52 metros cuadrados, además de ser rescatado y restaurado, ha sido objeto de investigación científica multidisciplinaria, lo que ha permitido “medir” la importancia de los servicios ambientales que brindan espacios como éste, señaló María del Pilar Ortega Larrocea, del IGL.
El proyecto, que forma parte del Programa de Adopción de Pedregales Remanentes de la REPSA, y que encabezan Ortega Larrocea y Silke Cram Heydrich, del IGg, ha permitido demostrar que en espacios tan pequeños se preserva una gran cantidad de especies nativas de la REPSA, representadas en el Geopedregal, y algunas que ya casi no se encuentran en la reserva están en este sitio.
En el siglo pasado, cuando se decidió que Ciudad Universitaria ocuparía parte del Pedregal de San Ángel –caracterizado por sus relieves, hondonadas, grietas y cuevas–, se llevaron miles de toneladas de cascajo para nivelar el terreno y construir los circuitos donde transitarían los autos y se erigirían los edificios.
Hoy, junto a las construcciones del campus, existen aún cientos de pedregales remanentes, especie de “islas” dispersas que, en muchos casos, tienen un gran impacto antropogénico. El ubicado en el estacionamiento del IGL era un ejemplo.
De ahí se sacó basura y cascajo; además, fue necesario limpiar las rocas (que estuvieron cubiertas por material de desecho) y eliminar especies de flora que no eran nativas. A la par que se hacía la rehabilitación ecológica comenzaron las mediciones para la restauración. Una de ellas consistió en determinar, durante un año, cuánto carbono retienen los tepozanes, el árbol más abundante de estos sitios, y cuánto y qué tipo de contaminantes mantienen en sus hojas para hacer comparaciones con árboles que crecen en la zona núcleo de la REPSA.
Al menos se cuantificaron 50 kilogramos de carbono en un año, sólo de los árboles de la zona, con más de 225 kilogramos de hojas deciduas (caídas) recolectadas. En tanto, las micorrizas contribuyen en la estabilización del carbono en el suelo, formando agregados estables, explicó la investigadora del IGL.
Se comprobó que el tránsito constante de los autos impacta en la concentración de elementos potencialmente tóxicos que se pueden capturar en los árboles. Fueron medidos 27, como vanadio, cromo, níquel y plomo, entre otros, en concentraciones mucho mayores que en la zona núcleo. La vegetación tiene un papel importante en la captura de contaminantes y partículas que podrían penetrar en el aparato respiratorio humano y causar daños a la salud.
Otro de los beneficios de la preservación de los pedregales es que, gracias a la vegetación, en las zonas aledañas la temperatura disminuye dos o tres grados con respecto a las áreas totalmente asfaltadas, y actualmente se está midiendo la infiltración. También se reduce la radiación y aumenta la humedad relativa.
Este ecosistema –denominado matorral xerófilo de palo loco– es un refugio para infinidad de variedades de flora y fauna, entre ellas, más de 17 especies de orquídeas. Pero no nada más eso: permite conservar la identidad del campus y que la comunidad y los visitantes aprecien “que somos la única universidad en el mundo con una reserva ecológica en nuestras instalaciones”.
Tener un pedregal restaurado, consideró la experta, también brinda bienestar físico y psicológico. “Tratamos de evaluar, a través de entrevistas, este servicio ecosistémico y conocer la percepción que tiene la comunidad universitaria sobre su entorno y su valoración. Al mismo tiempo, se busca brindar información, porque muchos universitarios pasan gran parte de su vida en el campus y no saben que existe una reserva ecológica, con organismos endémicos, que sólo viven aquí”.
Por ahora, finalizó Ortega, éste es el único espacio adoptado protegido con una normatividad y como resultado de un convenio entre el IGL, el IGf, la Coordinación de la Investigación Científica y la Secretaría Ejecutiva de la REPSA.
Además, ha demostrado ser importante para la investigación y la docencia: más de 15 estudiantes han realizado su servicio social o tesis de posgrado, con un Taller de Restauración en la Carrera de Ciencias de la Tierra y con la participación de alumnos de preparatoria y posgrado en jornadas voluntarias de deshierbe y limpieza. “La idea es que más entidades universitarias se responsabilicen y protejan otras áreas como ésta para contribuir al bienestar y la salud diaria de los universitarios”.
—oOo—
Conoce más de la Universidad Nacional, visita:
www.dgcs.unam.mx
www.unamglobal.unam.mx
o sigue en Twitter a: @SalaPrensaUNAM