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Boletín UNAM-DGCS-485
Ciudad Universitaria.
06:00 hs. 20 de julio de 2016


Rafael Salín-Pascual

   

MAL MANEJO DE EMOCIONES, CAUSANTE DE GASTRITIS, MIGRAÑAS Y COLITIS

• Tienen un componente visceral tan importante que afectan al organismo, puntualizó Rafael Salin-Pascual, de la Facultad de Medicina de la UNAM

Diversos factores pueden llevar a las personas a caer en una crisis emocional. La ansiedad, preocupación excesiva, el medio ambiente y el estilo de vida influyen de forma significativa; incluso algunas vivencias pueden tener, con el paso de los años, un efecto marcado.

Nuestras emociones tienen un componente visceral tan importante que afectan al organismo, lo que puede provocar, entre otras enfermedades, gastritis, contracciones musculares o crecimiento de glándulas suprarrenales.

La importancia de su impacto es tal, que investigadores del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina (FM) de la UNAM se dan a la tarea de averiguar la manera en que ciertos sentimientos, como el odio o el amor, influyen en nuestro cuerpo.
 
Los llamados trastornos psicosomáticos son aquellos en donde un estado emocional mal resuelto genera manifestaciones orgánicas como gastritis, colitis, algunas formas de migrañas o tensión muscular crónica. Se trata de problemas de desajuste en los mecanismos emocionales porque la gente maneja mal la ansiedad, explicó el médico en psiquiatría y miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Rafael Salin-Pascual.

Del odio al amor...

Se ha descubierto que las regiones del cerebro relacionadas con el odio son las mismas que se activan cuando una persona experimenta amor romántico, lo cual no es sorprendente, pues ambas pasiones pueden conllevar actos irracionales y agresivos, explicó.

Pero la diferencia fundamental radica en que con el amor se desactivan las partes de la corteza frontal relacionadas con el juicio y el razonamiento, mientras que el odio sólo es capaz de desactivar una pequeña parte.

La cercanía de estos sentimientos es más interesante y cobra mayor relevancia si se considera que puede explicar lógicamente por qué se puede oscilar de manera sencilla entre las dos emociones cuando se está inmerso en una relación sentimental.

En ese sentido, Salin-Pascual comentó que no hay un sistema para cada emoción porque son multicerebrales. “El odio, por ejemplo, es un hambre que nunca se acaba y lleva a que la gente desarrolle una serie de estrategias para lograr un objetivo como la venganza. Este sentimiento es el origen de las grandes tragedias”.

El odio, la venganza y los celos son emociones negativas que no tienen una raíz netamente biológica, pues el entorno social es el que contribuye.

El amor romántico es también cultural y “se monta” en sistemas de empatía y confianza. Sabemos que una hormona llamada oxitocina, que se libera desde el hipotálamo, interviene en la lactancia, durante  el coito y en el trabajo de parto, pero no solo se produce en las mujeres, sino también en los hombres cuando desarrollan una relación afectiva. Se le ha llamado “la hormona del amor”.

Activación de las emociones
 
Las emociones tienen una organización compleja en la que interviene una serie de elementos. El estímulo emocional competente (EEC) es el evento que dispara el proceso (de una emoción), y puede originarse en el medio ambiente, de un recuerdo que se evoca al detectar algo similar en el entorno.

Esto lleva al estado de representación, que puede ocurrir en cualquiera de las regiones somatosensoriales (visual, auditiva, olfatoria, táctil, o la combinación de éstas) y conducir a una activación de sitios ejecutores de respuestas emocionales en el cerebro, explicó Rafael Salin-Pascual.

Estas estructuras, prosiguió, disparan la respuesta emocional con la activación de regiones específicas del cuerpo y el reconocimiento de lo que llamamos sentimientos. 

Algunas regiones del cerebro identificadas como sitios de activación emocional son las amígdalas, situadas en la profundidad de los lóbulos temporales, además de otras como la corteza motora, que se conoce como cíngulo o cinturón, concluyó.

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Rafael Salin-Pascual, de la Facultad de Medicina de la UNAM.