• Erik Velásquez García, del IIE de la UNAM, obtuvo
el Premio de Investigación 2013 de la Academia Mexicana de
Ciencias, en el área de Humanidades
El estudio de la literatura maya jeroglífica
–producto del desciframiento de la escritura y consecuencia de
la comprensión de la gramática de esa antigua lengua–
es reciente. Al escribirla, los mayas usaban una serie de convenciones
y recursos para ornamentar el texto, como la metáfora, el difrasismo,
la metonimia, el paralelismo y otras figuras poéticas y retóricas.
Erik Velásquez García, integrante
del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) y ganador del
Premio de Investigación 2013 de la Academia Mexicana de Ciencias,
en el área de Humanidades, está interesado en desarrollar
un enfoque más reciente de la epigrafía maya: el análisis
historiográfico de documentos.
Se trata no sólo de extraer datos, sino
de preguntar por qué fueron escritos; por qué los escribas
querían dar una cierta visión de las cosas; cuál
era el sentido que le daban a los hechos “humanos” y cuál
la relación entre éstos y los de los dioses y ancestros;
qué sesgos tienen los textos, así como hacer una crítica
de esos documentos jeroglíficos, que en su tiempo no fueron elaborados
por los mayas para ser fuentes históricas, sino que nosotros
–los académicos modernos- les hemos dado ese carácter.
Cuál era el objetivo de los textos públicos
(en monumentos labrados como estelas, altares o escalinatas) y privados
(en vasijas, joyas, caracoles o instrumentos rituales) y sus giros inherentes,
aún está por estudiarse, y tal es el futuro de la epigrafía
maya, en el que el investigador quiere ser partícipe.
Desde muy joven, en el bachillerato y aún
antes, Velásquez García se interesó en la historia
mexicana antigua. Al leer sobre Mesoamérica y el mundo precolombino
“me intrigó el tema de la cultura maya. Me llamaba la atención
la caligrafía de los antiguos escribas y al ingresar a la carrera
de Historia ya sabía que quería dedicarme a ello”.
Al terminar el primer año de su formación
se inscribió a la recién inaugurada cátedra de
epigrafía maya, “que es el estudio de las inscripciones
jeroglíficas”, a cargo de Maricela Ayala, del Instituto
de Investigaciones Filológicas (IIFL).
En las vacaciones de verano de 1993, el joven
tuvo un nuevo descubrimiento: en un programa de televisión dedicado
a “La resurrección de los mayas”, mesa de discusión
coordinada por Enrique Florescano y con la presencia de expertos estadounidenses,
fue testigo de la lectura, en idioma chol, de una inscripción
jeroglífica maya conocida como el Tablero de los 96 Glifos de
Palenque, dada a conocer por la epigrafista Linda Schele.
“Me impactó y quise utilizar esas
fuentes escritas para comprender la historia precolombina de otra manera,
a través de los textos antiguos del periodo Clásico”,
recordó.
Con un trabajo de servicio social en el Centro
de Estudios Mayas del IIFL, consistente en ordenar el corpus de dibujos
a línea de monumentos mayas y descifrar fechas y lecturas por
su cuenta sobre el tema, fue capaz de leer jeroglíficos al término
de la carrera.
En su primera ponencia internacional, en 1999,
conoció a Alfonso Lacadena García-Gallo, académico
de la Universidad Complutense de Madrid. Le interesó su enfoque
de la epigrafía, que iba más allá de leer textos
y se hacía nuevas preguntas, por ejemplo, cómo los antiguos
construían las voces activa y pasiva, cómo hacían
el gerundio, el participio o el sistema de pronombres personales.
“Intentaba reconstruir la gramática de aquellos pueblos
y permitía contrastar lo que ya se sabía gracias a la
lingüística histórica. Comprendí entonces
que con la escritura jeroglífica no sólo era factible
reconstruir la historia política de los mayas, sino también
entender la transformación de sus idiomas, una fuente para nutrir
la lingüística histórica y que ésta, a su
vez, nos ayudaba a entender mejor las inscripciones”, relató.
Durante tres años leyó lo que
pudo sobre morfología, fonología, sintaxis; “sin
eso, no tenía nada que hacer en la epigrafía del siglo
XXI”.
El joven académico comenzó su
labor docente en 1997. Además, llegado el momento se abrieron
las puertas del IIE, donde se necesitaba un historiador que estuviera
al día en el desciframiento de la escritura maya, debido a que
las esculturas, relieves y pintura se podían entender mejor si
se acompañaban de la lectura del texto jeroglífico que
los acompañaba. En ese sentido, uno de sus proyectos a mediano
plazo es estudiar las modalidades que podía adoptar la relación
entre textos escritos e imágenes no verbales en el arte maya.
Luego de cursar la maestría, obtuvo
el grado de doctor en historia del arte, en 2009, con una tesis también
premiada por la Academia Mexicana de Ciencias. Uno de los temas que
desarrolló ahí tiene que ver con las creencias de los
mayas antiguos en torno al espíritu, la conciencia, el sueño,
el alma, la memoria y los aspectos cognitivos.
También consultó los textos que
escribieron en la época virreinal con alfabeto latino. “Fue
importante contrastar la información que teníamos de los
mayas de esa época y adquirir una mirada diacrónica de
esos grupos que se transformaron, que no permanecieron como sociedades
estáticas que pensaban de una manera así y para siempre”.
Alumno de destacados universitarios, como Mercedes
de la Garza y Alfredo López Austin –ambos estudiosos del
alma y del espíritu en Mesoamérica, aunque con diferentes
enfoques–, planteó que los mayas del periodo Clásico
creían que el hombre estaba hecho de materia, una parte de ella,
pesada: carne, tejidos, huesos y la otra, ligera o etérea: gases,
aromas y fragancias. En esta última se ubicaban las entidades
y fuerzas anímicas, las almas.
Encontró que no sólo creían en la existencia de
un alma auxiliar (wahyis) que ayudaba a los gobernantes en
sus actividades, sino de otras: o’hlis, que significa
corazón, el alma esencial, la de la especie humana, el espíritu
del dios del maíz como creador del género humano, que
se depositaba en el pecho o el abdomen, donde se almacenaba el conocimiento
profundo que se adquiría durante el sueño, donde se originaban
todas las emociones y el centro de pensamiento.
Otra posible alma era el baahis, una
conciencia que residía principalmente en la frente o la cabeza,
al parecer de tipo individual, que aprende en el estado de vigilia a
través de los sentidos.
Para ellos, abundó, la conciencia no
se encontraba en un sólo lugar, sino que había una serie
de fenómenos desarticulados en diferentes almas y partes del
cuerpo. “Si profundizamos un poco más, nos daremos cuenta
que cada una de ellas eran divinidades con personalidad propia y que,
entonces, el ser humano estaba hecho de dioses, como dice Alfredo López
Austin”.
Cada uno de nosotros, así, seríamos
una combinación única e irrepetible de esas divinidades
que habitan dentro de nosotros y que son eternos y al morir se liberan
de nuestro cuerpo. Dioses diferentes, con diversas voluntades y orígenes,
que a veces no se ponen de acuerdo y por ello los humanos somos contradictorios
y no nos entendemos ni a nosotros mismos o podemos perder la salud mental
o el equilibrio emocional. En estado de salud, en cambio, el hombre
maya del periodo Clásico creía controlar a voluntad esas
almas, pues eran parte de su cuerpo.
La escritura jeroglífica maya era logosilábica,
es decir, funcionaba con logogramas, signos que representan palabras
completas y silabogramas, signos fonéticos que simbolizan sonidos
consonante-vocales, pero sin significado. Recientemente hemos comprendido
que la escritura náhuatl funcionaba igual y que de esa manera
se comportaban muchas escrituras del mundo, como la japonesa, la hitita
o la sumeria, por mencionar algunas, de tal manera que los sistemas
de escritura de Mesoamérica no eran especiales.
Hoy, Velásquez García dirige
un proyecto llamado “Las escrituras jeroglíficas maya y
náhuatl: desciframiento, análisis y problemas actuales”,
constituido por algunos de sus ex alumnos que ya son investigadores
independientes y colegas de otras universidades del mundo.
Otra inquietud del historiador del arte es
poner al alcance de la gente el contenido de los textos jeroglíficos
mayas en español. “Sería ideal; tenemos por lo menos
cinco mil de esos escritos y será una gran labor en el futuro
traducir y publicar ediciones críticas de todos esos materiales,
desde el año 300 de nuestra era –o antes- y hasta la Conquista”.
En cuanto al premio de la AMC, Velásquez
García señaló que adquiere el compromiso de superarse,
de mejorar y esforzarse todos los días como académico
e investigador, de llevar la ciencia más allá, siempre
con un compromiso crítico de cuestionar lo ya hecho y, al mismo
tiempo, proponer soluciones nuevas y formar otras generaciones de expertos
en la epigrafía maya y azteca, entrenados teóricamente
en los métodos de la epigrafía y la gramatología
(ciencia de la escritura).
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