En la primavera de 2009, un nuevo virus de influenza
AH1N1 se propagó y ocasionó una nueva enfermedad
respiratoria aguda y el deceso de personas contagiadas,
lo que dio lugar a la primera pandemia de gripe desde 1968,
así declarada por la Organización Mundial
de Salud (OMS). México fue el primer país
en reportar casos de esa cepa en particular, en el continente
y el planeta.
Ante esa situación, un grupo de científicos
mexicanos, encabezado por Mireya Moya Núñez,
académica de la Facultad de Química (FQ) de
la UNAM e investigadora del Instituto Nacional de Enfermedades
Respiratorias (INER), en colaboración con el Instituto
de Ciencias del Mar y Limnología (ICMyL) de esta
casa de estudios, y con otros institutos nacionales, realizó
una investigación encaminada a encontrar respuestas
de cómo preservar la vida de pacientes infectados
con ese nuevo virus, cuyos resultados fueron publicados
en la revista Scientific Reports de Nature.
De acuerdo con la investigación, financiada
por el Conacyt, en los casos y controles de estudio atendidos
en los institutos nacionales de Enfermedades Respiratorias
(INER) y de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador
Zubirán (INCMNSZ), se determinó una importante
deficiencia de nutrientes esenciales, como selenio o cobre;
este último relacionado, de forma particular, con
pacientes obesos (grado II-III).
También, se registró la presencia
de concentraciones elevadas de elementos potencialmente
tóxicos como plomo, mercurio, cadmio, cromo y arsénico,
aunado al hábito de fumar.
Moya Núñez indicó que determinar
el perfil toxicológico de las personas fumadoras,
en su mayoría jóvenes, infectadas por el virus
AH1N1 “fue una muestra valiosa para nuestra labor,
además de otro conjunto integrado por aquellos no
fumadores infectados”.
Asimismo, se monitorearon casos de familiares que
estuvieron en contacto con infectados, pero que no desarrollaron
la enfermedad. “La investigación ocurrió
en un momento coyuntural para el país; iniciamos
en octubre de 2009, año en que los picos de la epidemia
se encontraban aún muy altos, y ello nos forzó
a poner nuestro mejor esfuerzo para estudiar un problema
nuevo de salud pública. El quehacer científico
y multidisciplinario esperaba generar conocimiento que aportara
respuestas y soluciones”.
Inicialmente, la investigación estaba orientada
a analizar elementos potencialmente tóxicos asociados
a fumadores infectados con el virus; “los casos que
se complicaban a neumonía aguda, principalmente,
eran nuestro grupo de estudio”, resaltó la
académica.
Se observó que los afectados se encontraban
en etapa productiva, entre los 20 y 45 años de edad.
“En ese momento se desconocía por qué
afectaba principalmente a ese grupo etáreo, aunque
la prioridad de los institutos era atender y suministrar
el tratamiento adecuado para salvar vidas, así como
aprender y aportar conocimiento a través de esas
muestras únicas; en esta última fase tuvimos
la oportunidad de estar como investigadores”.
Los pacientes del protocolo debían cumplir
ciertos criterios, entre ellos la edad; no haber sido inmunizados,
no tener alguna fuente toxicológica asociada, ni
haber recibido tratamiento farmacológico. “Precisamente
bajo esas condiciones presentaron los síntomas pico,
que llamamos de manifestación de la enfermedad y
de agravamiento rápido (neumonía crítica)”.
Se tomaron muestras sanguíneas en los distintos
grupos de estudio, infectados con la cepa pandémica
AH1N1, y aquellos no infectados que mantuvieron contacto
directo con los primeros, para evaluar los niveles de elementos
potencialmente tóxicos y esenciales.
Si bien los resultados indican altos niveles de
concentración de elementos potencialmente tóxicos
asociados al tabaco (como el plomo) y la disminución
de selenio por debajo del 12.5 µg/dL, recomendable
para un organismo sano, en comparación con los no
fumadores, hasta el momento este factor no puede considerarse
como condicionante para adquirir el virus y agravar al paciente
hasta su situación más crítica.
Elementos esenciales
Durante el desarrollo de la investigación
se observó –tanto en pacientes infectados por
AH1N1, como en sus controles–, un descenso considerable
de algunos elementos esenciales; resaltó el selenio,
un micronutriente presente en granos, cereales, pescado,
carnes, lentejas, cáscara de papa y en huevos; también
es un antioxidante que contribuye a neutralizar los radicales
libres y estimula el sistema inmunológico, entre
otras funciones.
De hecho, acotó la experta en contaminación
ambiental, “una gran cantidad de elementos de la tabla
periódica están presentes en cantidades imperceptibles
en el ser humano, entre ellos los esenciales, pero si no
están en sus niveles adecuados, o hay ausencia de
los mismos, las personas no pueden vivir, por eso se les
denomina esenciales”.
Si bien el rol del selenio ha sido ampliamente
estudiado en el terreno de la inmunología y en infecciones
virales principalmente para AH1N1, al ser esta cepa novel,
no se tenía ningún récord. “Quizá
el hallazgo más importante de esta investigación,
es que si un paciente con neumonía crítica
infectado por la cepa pandémica conserva un nivel
de 12.5 microgramos por decilitro de sangre –que es
el nivel óptimo para activar la enzima glutatión
peroxidasa–, en todos los casos estudiados, sobrevive.
Por otra parte, indicó que la ausencia o
disminución de ese elemento, como de cualquier otro
de tipo esencial, está asociada a la ingesta del
mismo en la dieta diaria, aunque también depende
de la capacidad de absorción y retención en
el organismo, y de su interacción con otros minerales.
La publicación de este proyecto en Scientific
Reports de Nature, responde a alguna de las interrogantes
planteadas durante la pandemia y propone abrir nuevas líneas
de investigación sobre elementos químicos
esenciales/nutricionales y sus deficiencias, en particular,
en la población mexicana joven.
El suministro, a través de un suplemento
alimenticio, permitiría no sólo proteger a
aquellos individuos a los que se les detecta bajos niveles,
sino fortalecer inmunológicamente a la población
si es afectada por la influenza, no sólo por la cepa
AH1N1, como se detalla en la publicación.
La elaboración de un suplemento adicionado
con selenio, especial para pacientes críticos por
influenza A o B. “Es como una protección adicional;
podría salvar vidas”. Se trabaja con los institutos
de salud concernientes, pues conjuntar esfuerzos es la clave
para aportar mejores soluciones a un problema de salud pública
que depende de varios factores, entre ellos, nutricionales
y socio-económicos”, apuntó Mireya Moya.
En el futuro, los aportes científicos también
podrían formar parte del cuadro básico de
medicamentos como medida de prevención para reforzar
el sistema inmune de la población, en especial en
aquellos con susceptibilidad a contraer neumonía,
como quienes sufren de asma y bronquitis crónica,
concluyó.
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