En los últimos cinco años se han
realizado investigaciones (en Estados Unidos, Bélgica,
Francia y Japón) que evidencian que, después
de una noche de desvelo o de no haber tenido un sueño
reparador, las personas suelen despertar con mucha hambre,
en particular de comida rica en carbohidratos.
“En México aún no disponemos
de estudios, pero en esos países se han hecho bajo
condiciones controladas; a personas que han dormido mal
se les pide en la mañana que digan qué alimentos
se les antojan y se inclinan por aquellos que contienen
más carbohidratos”, señaló Carolina
Escobar, investigadora del Departamento de Anatomía
de la Facultad de Medicina (FM) de la UNAM.
De este modo, se cree que el cansancio físico
causado por dormir mal hace que los niveles de algunas hormonas
que normalmente generan saciedad, como la leptina, bajen
y que, por lo tanto, las personas experimenten un gran apetito
al día siguiente.
“Si la leptina está alta, dejamos
de comer porque ya no se nos antoja nada, pero si está
baja, sentimos hambre. En algunos de esos estudios se han
medido los niveles de esa hormona en la sangre, y se ha
visto que están muy bajos después de una mala
noche de sueño”, reiteró.
En otros análisis epidemiológicos
a largo plazo se formaron grupos de jóvenes, según
la calidad de sueño que presentaban: el de los que
dormían poco, mal, bien o suficiente. Al cabo de
10 años de seguimiento, los investigadores encontraron
que los que decían dormir poco o mal habían
desarrollado sobrepeso y afecciones metabólicas.
Durante el sueño, nuestra fisiología
experimenta cambios que permiten que al día siguiente
nuestro metabolismo y señales de hambre y saciedad
funcionen bien, y no desarrollemos problemas.
Como parte de su proyecto de investigación
“La calidad y la cantidad de sueño como factores
determinantes de obesidad. Una propuesta para detectar y
prevenir el sobrepeso y la obesidad en la población
del Distrito Federal”, Escobar y sus colaboradores
tienen en mente hacer un seguimiento de los patrones del
sueño entre los capitalinos.
“Aunque no sabemos cómo duerme la
población, porque no existen encuestas que nos permitan
conocer los hábitos de sueño de los mexicanos,
creemos que lo hace muy mal, de ahí que queramos
saber cuántas horas le dedica al sueño y detectar
a aquellas personas que están en riesgo”, dijo.
A la universitaria le preocupa particularmente
la gente joven. Es un hecho que hoy día los niños,
por ejemplo, obsesionados por los juegos de video o la computadora,
o por las redes sociales, ya no se duermen a las siete u
ocho de la noche, como antes, sino a las nueve ó
10. Pero los horarios de escuela son los mismos, y como
tienen que levantarse temprano, duermen menos horas a la
semana.
“Necesitamos averiguar cómo duermen
los infantes, los adolescentes y jóvenes. Hay que
concientizar a los papás acerca de la necesidad de
que descansen bien. También debemos empezar a corroborar
si, efectivamente, todas las personas con mala calidad de
sueño son las que desarrollan obesidad y problemas
metabólicos, como se ha visto en otras naciones”.
Con el severo problema de obesidad que enfrentamos,
urge esa revisión. “Dormir mal podría
ser un factor que promueva las ganas de comer, a lo largo
del día, galletas, papas fritas, dulces; es decir,
alimentos que engordan, comida chatarra”, enfatizó.
Hace tres años, Escobar y sus colaboradores
recurrieron a los estudiantes de primero y segundo año
de la Facultad de Medicina para poner en marcha la primera
etapa de su proyecto de investigación.
“Con sorpresa descubrimos que todos dormían
mal. Por los horarios de estudio que deben cubrir y la exigencia
a que son sometidos, su promedio de sueño es de cinco
horas. Ahora bien, no todos tienen sobrepeso”.
La siguiente etapa, efectuada el año pasado,
estuvo a cargo de Eduardo González, quien buscó
a esos estudiantes, ya en el internado, para saber los efectos
de la falta de sueño. “Éstos no aparecen
de inmediato, de acuerdo con la literatura especializada,
tardan en manifestarse. Una persona puede dormir mal un
año y verse acabada, pero no necesariamente gorda.
Quizá cinco años después sí
se vea con sobrepeso y signos de enfermedad metabólica”,
apuntó Escobar.
Paralelamente, en el laboratorio, como parte de
su tesis de licenciatura, los estudiantes Estefanía
Espitia e Iván Rodrigo Osnaya efectuaron un estudio
básico con animales experimentales para corroborar
la misma hipótesis que se tenía sobre la población.
Seleccionaron ratas jóvenes y las dividieron
en dos grupos. Al primero lo sometieron todos los días,
a lo largo de 12 semanas, a cuatro horas menos de sueño;
al segundo, lo dejaron dormir sin limitaciones.
“Las ratas que no durmieron bien aumentaron
espectacularmente de peso, pero lo más interesante
es que si les ofrecían alimentos ricos en carbohidratos,
como galletas, salchichas y papas fritas, se los comían
con más voracidad y euforia que las que durmieron
bien y recibieron la misma dieta. Actualmente, Estefanía
e Iván Rodrigo escriben su tesis con el objetivo
de publicarla y mostrar que el desvelo y la posibilidad
de ingerir comida chatarra pueden llevar rápidamente
a la obesidad”.
Escobar y sus colaboradores no quieren aplicar
estos estudios sólo en el Distrito Federal, sino
en otras poblaciones del país. Para ello, recientemente
contactaron a un colega de San Luis Potosí, Roberto
Salgado, para que presente a las autoridades de ese estado
su propuesta de hacer un seguimiento de los patrones de
sueño entre los niños de escuelas primarias.
“Ya se ha comprobado que hay una relación
entre sueño y obesidad, cada vez se conocen más
trabajos al respecto. Ahora, necesitamos convencer a las
autoridades para que apoyen nuestra investigación”,
finalizó Escobar.
—o0o—