La inserción de las mexicanas en el mercado
laboral en las últimas tres décadas implicó
la transformación política, social y económica
del país. Actualmente, son reconocidas en todos los
ámbitos de la vida pública, más allá
del trabajo doméstico, aseguró Patricia Rodríguez
López, del Instituto de Investigaciones Económicas
(IIEc) de la UNAM.
A partir de los años 80 del siglo pasado,
su participación en los sectores productivos creció
aceleradamente, ante la necesidad de aportar al ingreso
familiar por la pérdida del poder adquisitivo salarial.
La Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo
(ENOE) refiere que en el cuarto trimestre de 2012, 18 millones
429 mil 727 mujeres formaban parte de la población
ocupada en el país. En total, cerca del 45 por ciento
de las mayores de 14 años tiene un empleo.
En su mayoría, se desempeñan en el
sector de servicios como vendedoras, profesoras, enfermeras
y cuidadoras de niños, por los roles sociales asignados
a su género; tienen estudios de bachillerato y ganan
de dos a tres salarios mínimos, precisó la
investigadora.
Además, casi cuatro de cada 10 hogares en
México tienen jefatura femenina, lo que refleja el
aumento de su presencia en la economía y el mercado
laboral. En 1970, su participación era de 17 por
ciento, y en 2010 aumentó a 39 por ciento.
A la par, su nivel educativo se ha incrementado,
porque las que estudian promueven la instrucción
de sus hijas. En este ámbito, el rezago de las niñas
respecto a los varones ha disminuido y ahora, entre sus
objetivos de vida, se incluye la inserción en el
mercado laboral, expuso con motivo del Día Internacional
de la Mujer, que se conmemora este 8 de marzo.
Usualmente, desempeñan una doble jornada:
además de su empleo, se encargan del trabajo doméstico,
aunque esto último no se toma en cuenta por no generar
ganancias económicas.
En sus hogares, son responsables del cuidado psicológico
de los demás, además de negociadoras y administradoras
de los ingresos, mediadoras en conflictos y responsables
de la crianza de los niños, entre otras tareas, puntualizó.
A nivel nacional, se distinguen dos grandes grupos:
las que tienen hijos a edades tempranas, dejan la escuela
y se insertan en el mercado laboral en malas condiciones,
y aquellas con altos niveles de instrucción que postergan
o rechazan el matrimonio y la maternidad.
Al ser más de la mitad de la población
y del padrón electoral, no puede aceptarse la idea
de que es una pérdida de tiempo y recursos que las
mujeres se preparen, pues deben quedarse en casa sin participar
en la toma de decisiones.
Características del empleo
En el país, pocas mujeres tienen condiciones
laborales adecuadas a su preparación; el 38 por ciento
de las jóvenes con licenciatura no ejercen su carrera,
dos de cada tres profesionistas ganan menos de tres salarios
mínimos y las tasas de desocupación son más
altas en las mujeres con mayor instrucción.
En los niveles de hasta tres minisalarios, no existe
una brecha marcada entre las percepciones, al ser tan bajas.
Entre más estudios tienen las trabajadoras que desempeñan
puestos más altos, las diferencias de género
e ingreso se amplían.
Hay pocas mujeres a nivel de gerencias o directivos.
En las grandes empresas, de cada 10 directores generales,
ocho son hombres, y siete de cada 10 funcionarios en el
país —federales o estatales— varones.
Ellas pueden tener las mismas responsabilidades
y cargos similares, pero ganan menos; si son madres, no
compiten por puestos más altos y se les castiga por
no tener disponibilidad de tiempo, viajar o cambiar de residencia.
A esto se suma el acoso sexual por parte de compañeros
y superiores, expuso la integrante de la Unidad de Investigación
Economía Fiscal y Financiera del IIEc.
La mayoría se inserta en el sector informal
de la economía, que genera casi 60 por ciento de
los empleos del país. Es el caso de las trabajadoras
domésticas en zonas urbanas, que apoyan a empleadas
de otros sectores en las labores del hogar, ejemplificó.
Las asalariadas con mayor preparación, que
ocupan puestos en el sector formal, las contratan con salarios
bajos, condiciones precarias de trabajo, sin prestaciones,
jornadas extensas sin descanso y, además, son discriminadas,
subrayó.
Deben eliminarse las brechas salariales en toda
la estructura y garantizar mayor preparación académica
femenina, para que las mujeres reconozcan su capacidad y
ejerzan su derecho a decidir qué hacer con su vida,
recomendó.
Cambio de paradigma
Rodríguez López subrayó que
cada vez hay más varones dispuestos a que las condiciones
sean igualitarias; esto se explica, en parte, porque muchos
crecieron con el ejemplo de sus madres, quienes, al trabajar,
adquirieron poder de negociación social y familiar.
Esto significó un cambio de mentalidad respecto a
sus padres y abuelos.
Las jóvenes, ante la discriminación
de las casadas o las que tienen hijos en el mercado laboral,
pueden ver en la maternidad un obstáculo para su
realización profesional.
Además, ellas se enfrentan a las exigencias
de mayor preparación académica y cumplir con
ciertas características estéticas y físicas.
Por estas razones, postergan la procreación hasta
acercarse a los 40 años, contraen nupcias sin tener
descendencia o deciden vivir solas, explicó.
La inserción femenina en todos los sectores
productivos significó la transformación del
país. El Día Internacional de la Mujer es
la oportunidad de reconocer sus aportaciones e inculcar
en niñas y jóvenes el deseo de prepararse,
participar en las decisiones en los ámbitos privado
y público y ser parte de los cambios para lograr
mejores condiciones de vida para la población, concluyó.