Pilar conoce a Antonio, un hombre que se muestra atento,
cariñoso y amable, quien la invita a tomar un café.
Después de la primera cita, las llamadas, mensajes de texto
y recados en redes sociales se hacen frecuentes. Tras unas semanas,
comienzan su noviazgo.
Al establecer la relación, él desea saber
con quien está ella en todo momento, qué hace y siente.
Quiere enterarse de lo que piensa, busca sin razón en su
bolsa, revisa su teléfono celular y hurga en su correo electrónico
y su página personal de Internet. Incluso le dice qué
amigos tener y qué hacer en su tiempo libre.
María es víctima de violencia, definida por
la legislación vigente como cualquier acción u omisión,
basada en el género, que cause daño o sufrimiento
psicológico, físico, patrimonial, económico,
sexual o la muerte, tanto en el ámbito privado, como en el
público.
El 42 por ciento de las mexicanas mayores de 15 años
ha padecido violencia de pareja alguna vez en su vida, en cualquiera
de sus manifestaciones: emocional (42 por ciento); económica
(24); física (13), y sexual (siete), entre otras, refirió
Irene Casique Rodríguez, del Centro Regional de Investigaciones
Multidisciplinarias (CRIM) de la UNAM.
Por estado civil, el 64 por ciento de las divorciadas la
ha padecido, al igual que cuatro de cada 10 casadas, el 46 por ciento
de viudas y una de cada cuatro solteras, según el análisis
de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones
en los Hogares (ENDIREH) 2011.
La catedrática, adscrita al Programa de Investigación
Multidisciplinaria de Estudios en Población y Procesos Urbanos
de la citada instancia, advirtió que las mujeres que se matrimonian
antes de los 15 años, viven en zonas urbanas o en unión
libre, las que han cohabitado con alguien más, las que atestiguaron
y/o sufrieron violencia en su infancia y las que tienen parejas
que consumen alcohol o drogas, son más proclives a convertirse
en víctimas.
Desde la perspectiva de algunos hombres, el empoderamiento
femenino y la transformación de los roles de género
desafían su autoridad. En ciertas parejas, esto puede ocasionar
conflictos que eventualmente derivan en agresiones, sostuvo en ocasión
del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia
contra la Mujer, que se conmemora este 25 de noviembre.
“Si ella trabaja y gana más, por ejemplo,
se potencia el riesgo. Esta situación recae en los esquemas
de papeles tradicionales, que atribuyen al varón ser el proveedor;
al revertirse esto, ellos tienen crisis de identidad”.
En contraparte, si hay mayor participación en tareas
domésticas, las probabilidades de que la mujer sea tratada
con violencia se reducen. Al lavar trastes, barrer, trapear o cuidar
a los hijos, el hombre asume una actitud más igualitaria.
Al desprenderse de ideas preconcebidas es menos probable que surjan
este tipo de ataques, precisó.
Expresiones violentas
En nuestro país, la violencia ejercida por ellos
no es percibida como algo negativo y es, en gran medida, invisible
e inconsciente para ambos sexos. “Ha sido aceptada por la
sociedad por mucho tiempo”, aseguró.
No es posible identificar una sola causa o factor para
esto, los hay a nivel individual, familiar, comunitario y social,
y se debe a las estructuras patriarcales que atribuyen a los hombres
una posición superior y a la idea de que el género
femenino está subordinado.
Desde edades tempranas se enseña que ellos deben
ser inteligentes, objetivos, eficaces, proveedores y fuertes; ellas,
sensibles, sentimentales, emotivas, afectuosas, comprensivas y cariñosas.
Al jugar con sus muñecas, las niñas reproducen el
estereotipo de la maternidad como realización femenina, ejemplificó.
Al ser testigos de disputas y agresiones entre los padres,
desde casa aprendemos que la violencia es válida para resolver
conflictos y la vemos como algo natural en las relaciones afectivas,
explicó Casique Rodríguez, para agregar que ésta
se ejerce en distintos ámbitos y de diversas maneras.
Se considera emocional si afecta la psique y autoestima
de la mujer, como al ponerle apodos, degradarla, ridiculizarla,
ignorarla, aislarla o humillarla. Es económica si atenta
contra los recursos financieros de la pareja o su capacidad para
generarlos.
En este caso es común impedir que ellas trabajen
o estudien, o decidir cómo gastar su sueldo si laboran. Es
patrimonial si afecta sus propiedades o el derecho a tenerlas; incluso,
en muchas sociedades los varones son los beneficiados de las herencias
familiares, o los bienes comprados en pareja son puestos a nombre
de él.
Todo acto que ocasione o pueda causar daño o lesión
física, como pellizcos, mordidas, nalgadas, jalones, empujones,
patadas y hasta intentos de ahorcamiento, quemaduras, heridas con
arma punzocortante o de fuego, son manifestaciones de violencia
física.
En el ámbito laboral, también padecen discriminación
por embarazo, acoso y hostigamiento sexual, acceso a posiciones
y remuneraciones a cambio de coito.
Mujer, concebida como objeto
Según la Ley General de Acceso de las Mujeres a
una Vida Libre de Violencia, en su tipo sexual, es una expresión
de abuso de poder que implica la supremacía masculina sobre
ella al denigrarla y concebirla como objeto.
La investigadora explicó que esto pasa si es forzada
a sostener encuentros carnales no deseados o si es amenazada por
su pareja con abandonarla de no acceder a sus deseos, o incluso
con ser despedida, si se trata de un superior jerárquico
en el trabajo.
Propuesta
El control y manipulación en parejas son producto
de relaciones enfermizas y de dependencia emocional excesiva, inseguridad
y baja autoestima, pero también parte de una visión
distorsionada del amor en la que se sustituyen expresiones válidas
de respeto y preocupación por actitudes de desconfianza e
intromisión. Se malinterpretan actitudes celosas como gestos
de interés para justificar comportamientos represivos y a
veces violentos, por lo que es necesario un replanteamiento de las
expresiones deseables.
“La piedra angular para erradicar esto es la educación
igualitaria en términos de género. Es necesario reconocer
el valor de unas y otros, más allá de nuestras diferencias”.
Para la académica, una solución definitiva
es alcanzable sólo a mediano o largo plazo. “La clave
es formar a nuevas generaciones educadas bajo esta perspectiva.
En el corto, son importantes otras medidas, como una legislación
que identifique, prevenga y castigue estos actos, la generación
de instancias de atención a las víctimas y reeducar
a los agresores. Esto haría posible el cambio”, concluyó.
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