• Guadalupe Cordero, del Instituto
de Física de la UNAM, propone establecer una red de cámaras
fotográficas para estudiar esos meteoros
• Importante conocer la trayectoria tanto de procedencia,
como del sitio de impacto, dijo
Si un objeto cósmico celeste en la atmósfera
terrestre produce una estela de luz que, en ciertas circunstancias,
puede ser tan intensa como el fulgor de Venus, y tan breve como un rayo,
se trata de una estela luminosa, fuente de información para entender
la génesis del Sistema Solar o el origen de la vida en la Tierra.
Guadalupe Cordero Tercero, investigadora del
Instituto de Geofísica (IGf) de la UNAM, dijo que este tipo de
fenómenos es muy común, al grado que en un año
pueden caer miles de toneladas de meteoroides y micrometeoritos.
Un meteoroide es un asteroide pequeño,
menor a 10 metros y mayor a un milímetro. Objetos más
pequeños se conocen como micrometeoritos. Si uno de los primeros
cruza la atmósfera de la Tierra y se incendia, debido a la fricción,
se produce una estela que recibe el nombre de meteoro.
Si logra resistir la interacción con
la atmósfera sin alacionarse totalmente, es decir, que no se
deshaga o experimente una fragmentación severa, se afirma que
es un meteorito, y se cataloga en metálico y rocoso; el primero,
resiste mejor al paso de esa capa de gas que rodea a nuestro planeta.
Hay que agregar, indicó la investigadora,
que los objetos brillantes, causantes de meteoros, miden más
de un centímetro, pues un objeto menor no produce este fenómeno
porque se desgasta muy arriba y no alcanza a incendiarse.
Las estelas representan mayor interés
porque permiten estudiar la trayectoria del meteoro para conocer su
punto de origen que puede encontrarse, por ejemplo, en las cercanías
de la Tierra, el cinturón de asteroides, o más allá.
“Aún más, si podemos prever
dónde caerán, delimitar el área y encontrarlos,
se podrán analizar con más precisión debido a que
son fuente de información que aportará datos acerca de
cómo era el Sistema Solar al momento de formarse o de conocer
procesos en cuerpos antiguos.
“Se ha visto que algunos contienen compuestos
prebióticos; incluso en ciertos casos se han localizado elementos
que forman parte del ADN”, advirtió Guadalupe Cordero.
De ese modo, se refuerza la teoría de
la Litopanspermia, cuyo planteamiento es que la vida no necesariamente
se creó en la Tierra, sino en otro punto del Universo. Por medio
de este intercambio de meteoroides entre cuerpos planetarios, reflexionó,
pudo haber llegado la vida aquí, o al revés: la terrestre
pudo haber salido a otros lados.
Con el propósito de fortalecer los estudios,
Cordero elaboró un proyecto para colocar una red de cámaras
fotográficas en el territorio nacional a fin de detectarlos.
Si bien existen en el mundo otro tipo de redes
para hacerlo -radar o ultrasonido-, emplazar cámaras fotográficas
de tiempo completo significará un avance en el país. “Espero
recibir el apoyo del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología
para contar con una red mexicana”, adelantó.
Cordero Tercero confió en que se podrían
fortalecer las herramientas de análisis para los objetos que
caen del exterior (meteoroides, asteroides), como el caso de Chicxulub,
en la Península de Yucatán, que cambió de manera
radical la historia geológica y biológica de la Tierra.
Otra línea de estudio serán los
cráteres de impacto, relacionados con el intercambio de materiales
entre los cuerpos del Sistema Solar. “No se tenía idea
de que el craterismo de impacto fuera un proceso tan importante, hasta
que las sondas espaciales registraron estas estructuras en la Luna,
Mercurio, Marte y Venus”, abundó.
Con base en investigaciones históricas
del evento Tunguska, el estallido de un asteroide en Siberia el 30 de
junio de 1908, y cuya fuerza, se calcula, desencadenó una energía
de 13 megatones y, posteriormente, un sismo de magnitud 4.7 en la escala
de Richter, Cordero colaboró con el astrónomo Arcadio
Poveda, para analizar otro evento similar.
Estudiaron la información generada por
el impacto de otro objeto en Curuçá, una región
brasileña cerca de la frontera con Perú, el 13 de agosto
de 1930, que según la crónica testimonial de un sacerdote
dominico, produjo un sismo, bólidos y sonidos estridentes que
causaron pánico en la población.
El año pasado, mencionó, se recibió
un comunicado en el IGf para alertar que en los límites entre
Puebla e Hidalgo se había escuchado un estruendo en el cielo.
“El personal de Protección Civil
de Tulancingo supuso que habían explotado unas instalaciones
de Pemex cercanas al lugar, y tanto ellos como trabajadores de la Secretaría
de la Defensa Nacional, buscaron durante dos días algún
indicio de peligro para los habitantes; obviamente no encontraron nada
y dieron por cancelado el asunto”, relató.
“En febrero pasado tuvimos la noticia
de otros sucesos en Zacatecas y Aguascalientes, y más recientemente,
hubo otro en León, Guanajuato, fenómenos que con una red
como la que propongo, podrían investigarse en toda su dimensión
y, a la vez, darían oportunidad para informar a la población
cuál es su naturaleza y falsas ideas al respecto”, concluyó.
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