• Este trastorno fue descrito
en 1993 por investigadores de la Universidad de Harvard; sus víctimas
adoptan como centro de sus vidas el gimnasio y una dieta meticulosa
En años recientes, se ha observado en
hombres y mujeres jóvenes una excesiva preocupación por
obtener o mantener una figura delgada y/o musculosa. Esta obsesión
por el cuerpo ha hecho que surjan infinidad de gimnasios en prácticamente
todas las ciudades importantes del país, pero también,
que diversos investigadores estudien este fenómeno.
En 1993, un equipo de la Escuela de Medicina
de la Universidad de Harvard, integrado por Pope, Katz y Hudson, describió
–en una muestra de 108 varones (jóvenes y adultos) que
practicaban la halterofilia– sentimientos de ineptitud o incompetencia,
así como la sensación de carecer de atractivo físico
y de fracasar constantemente. En un principio, el grupo bautizó
este trastorno con el nombre de complejo de Adonis y, posteriormente,
con el de vigorexia.
“En un artículo publicado a finales
de 1997 en la revista Psychosomatics, el mismo equipo propuso
los criterios para diagnosticar esa alteración, a la que luego
denominó trastorno dismórfico corporal, como se le conoce
actualmente”, explicó Rosalía Vázquez Arévalo,
investigadora de la Facultad de Estudios Superiores (FES) Iztacala,
de la UNAM.
A diferencia de los sujetos con trastorno dismórfico
corporal, que suelen estar preocupados por una parte específica
de su cuerpo (ojos, nariz, boca y piel, entre otras), las personas con
dismorfia muscular tienen una inquietud patológica por su cuerpo
en general, y por la musculatura, en particular. “Están
obsesionadas por lucir grandes y musculosas, por eso no salen del gimnasio”,
afirmó.
Los varones, más afectados
Aún no hay estudios concluyentes ni
información epidemiológica o clínica que permita
ubicar la dismorfia muscular en la Clasificación Internacional
de Enfermedades (CIE-10), o en el Manual Diagnóstico y Estadístico
de los Trastornos Mentales (DSM-IV), pero se conoce que afecta más
a los hombres que a las mujeres.
Las consecuencias incluyen angustia crónica,
deterioro de las relaciones sociales y de la actividad profesional,
y abuso de esteroides anabólicos.
Proyecto de investigación
Aunque no se cuenta con información
sólida y veraz, hay indicios que la dismorfia muscular y el consumo
de esteroides anabólicos se han incrementado en el país,
en especial en los estados del norte, por la influencia estadounidense.
En 2009, Vázquez Arévalo y sus
colaboradores empezaron un proyecto de investigación, con el
objetivo de evaluar la imagen corporal y la insatisfacción al
respecto en hombres con diferentes niveles de ejercicio físico
y distintos índices de masa corporal (fue la tesis de licenciatura
de Araceli Otero).
“Queríamos saber qué tanto
se sentían a gusto con su cuerpo, cómo percibían
su imagen, o bien, qué tanto se sentían insatisfechos
y cuáles eran sus conductas dirigidas a modificarlo”, explicó.
Se formaron cuatro grupos: de usuarios de gimnasios
(40), de obesos (23), de personas con peso normal que hacían
ejercicio (36) y de personas con peso normal que no lo hacían
(36).
De los primeros, el 60 por ciento admitió
consumir suplementos alimentarios, y sólo dos por ciento haber
ingerido alguna vez esteroides anabólicos. En los cuatro grupos
hubo insatisfacción corporal, pero en el de los obesos el porcentaje
fue más alto: 17 por ciento.
“Lo que no resultó lógico
fue que 11 por ciento de los individuos con peso normal que no hacían
ejercicio, experimentaron insatisfacción. Ahora bien, la interiorización
del modelo típico de musculatura lo encontramos en todos los
segmentos. No obstante, el riesgo de dismorfia muscular fue mayor en
los usuarios de gimnasios; éstos presentan más dependencia
al ejercicio y al perfeccionismo, y son más influenciables por
la publicidad relacionada con un cuerpo musculoso”, señaló
Vázquez Arévalo.
Alimentación
Con relación a la comida, los usuarios
de gimnasios tenían la dieta más estricta. “Si hay
insatisfacción corporal, la alimentación de hombres y
mujeres es muy diferente. Ellas ayunan y los varones se abstienen de
consumir, sobre todo, tortillas, pan y grasas, pero no dejan de comer.
Si vemos ayunar a un hombre, estamos frente a un problema muy serio”,
indicó.
En los trastornos alimenticios, ellos presentan
más bulimia que anorexia, es decir, consumen grandes cantidades,
pero tienen conductas compensatorias. No recurren tanto al vómito
como al ejercicio físico, y aunque algunos lo hacen, no lo reconocen
porque creen que es un problema de mujeres.
Únicamente 20 por ciento de los usuarios
de gimnasios aceptaron ser entrevistados mientras hacían sus
rutinas. Fue entonces cuando Vázquez Arévalo y sus colaboradores
se enteraron de que, en muchos casos, el entrenador era quien les surtía
de esteroides anabólicos.
Al contrario de lo que ocurre hoy en día
en Estados Unidos, esas sustancias se venden en México como suplementos
alimenticios, pues no hay una legislación que los prohíba.
“Como cualquier trastorno, la dismorfia
muscular es un proceso. Unas veces observamos a quienes la padecen si
están obsesionados por el ejercicio, y otras, si ya consumen
esteroides anabólicos.
Esteroides anabólicos
Con el uso de estos últimos, los músculos
empiezan a crecer, entre ellos el corazón que, en consecuencia,
bombea más sangre. El problema es que las arterias no son músculos
y, por ende, no crecen; entonces, puede sobrevenir la muerte súbita
a consecuencia de un infarto al miocardio.
Las mamas también se desarrollan, pero
de manera asimétrica; por su parte, los testículos disminuyen
de tamaño y la producción de esperma baja, con la consecuente
incapacidad para fecundar; asimismo, hay problemas de hígado,
que pueden terminar en cáncer.
“Los consumidores de estos productos
están conscientes de los riesgos, pero aún así
siguen con su uso; por eso se dice que padecen un trastorno”,
concluyó Vázquez Arévalo.
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