• Los de colesterol rebasan la cifra que se considera aceptable,
según estudio de Jorge Escobedo de la Peña, profesor
de la residencia en Medicina Interna de la Facultad de Medicina
• Este tipo de problemas es más frecuente entre los varones
y se acentúa con la edad
• El universitario ingresó como académico numerario
en el área de Epidemiología del Departamento de Salud
Pública y Sociología Médica, de la Academia Nacional
de Medicina
La población del Distrito Federal se
caracteriza por un patrón de muy altos valores de triglicéridos;
asimismo, por los niveles de colesterol que rebasan la cifra que se
considera aceptable, es decir, de 200 miligramos por decilitro de sangre;
alcanza los 203.
En el estudio “Prevalencia de dislipidemias
en la Ciudad de México y su asociación con otros factores
de riesgo cardiovascular”, de Jorge Escobedo de la Peña,
profesor de la residencia en Medicina Interna de la Facultad de Medicina
(FM), se concluyó que éste tipo de problemas registra
una diferencia por sexo (es más frecuente entre los varones)
y se acentúa con la edad.
Eso indica una estrecha relación con
los estilos de vida. “A medida que crecemos descuidamos la dieta
y dejamos de hacer ejercicio. Entonces, al igual que otras enfermedades
crónicas, la dislipidemia –o alteración del metabolismo
de los lípidos– es más frecuente a medida que envejecemos”.
Tal hecho adquiere importancia porque constituye
uno de los principales factores de enfermedad cardiovascular, en particular,
de cardiopatía isquémica, refirió el experto, quien
presentó este trabajo para ingresar como académico numerario
en el área de Epidemiología del Departamento de Salud
Pública y Sociología Médica, de la Academia Nacional
de Medicina (ANM).
Escobedo de la Peña refirió que
a ese panorama se suma el hecho de que no hay programas de detección
de dislipidemias, como sí ocurre con la diabetes o la hipertensión,
a pesar de tratarse de un factor de riesgo cardiovascular importante.
La investigación formó parte
de otra, más amplia, realizada en varias ciudades latinoamericanas:
Barquisimeto, Venezuela; Bogotá, Colombia; Lima, Perú;
Quito, Ecuador; Santiago de Chile; Buenos Aires, Argentina, y la Ciudad
de México.
El estudio, encabezado en nuestro país
por el también jefe de la Unidad de Investigación de Epidemiología
Clínica del Hospital Regional No. 1 del IMSS, fue transversal.
Se estudiaron 833 hombres y 889 mujeres, de los 25 a los 64 años
de edad.
Al abundar en los resultados, el universitario
explicó que se encontró que el promedio de colesterol
en la población fue de 203 miligramos por decilitro de sangre:
en el grupo más joven fue de 189, mientras que entre los mayores,
de 55 a 64 años de edad, fue de 217.
El promedio fue más alto en hombres,
con 204 miligramos (mg); en mujeres, con 202; el colesterol de baja
densidad (conocido como “malo”), fue en promedio de 119
mg; osciló de 109 en el grupo de menor edad, a 127 en los mayores.
En tanto, el promedio de colesterol de alta densidad fue de 40 mg.
En cuanto a los triglicéridos, el estudio
arrojó que el promedio fue de 184 mg, 159 entre los jóvenes
y 200 entre los mayores. Además, fue mucho más alto entre
los hombres, con 214 mg; en las mujeres, con 157. Al respecto, cerca
de la tercera parte de los individuos tuvo valores altos: 43 por ciento
de ellos y 23 de ellas.
Jorge Escobedo refirió que sus líneas
de investigación actuales se desarrollan en torno a los trastornos
del metabolismo de la glucosa, fundamentalmente diabetes mellitus, intolerancia
a la glucosa, síndrome metabólico y cardiopatía
isquémica.
En especial, a entidades que están fuertemente
relacionadas: la diabetes y la cardiopatía isquémica,
y complicaciones como la nefropatía, neuropatía y retinopatía
diabéticas, así como la hipoacusia o pérdida parcial
de la capacidad auditiva en esos pacientes.
También ha estado en contacto estrecho
con grupos de investigación en genética, para encontrar
características en el genoma de los individuos que expliquen
su propensión a la presencia de diabetes o sus complicaciones.
Ingreso a la ANM
Jorge Escobedo de la Peña no recuerda
exactamente el momento en que empezó su gusto por la medicina,
pero seguramente fue en el bachillerato. Su padre era médico
y su abuelo materno también lo fue, así que “había
cierta carga de motivación para dedicarme a ella”.
Estudió en la UNAM, “institución
con la que ha tenido una estrecha relación. Desde que uno entra
se siente parte de ella, en cercana relación con su mística,
y no deja uno de ser universitario el resto de su vida”.
Además, ha sido profesor prácticamente
desde que egresó de la carrera, aunque en forma intermitente.
También realizó aquí su especialidad en medicina
interna. Su esposa y uno de sus hijos también son “pumas”.
Luego, trabajó en el Hospital de Infectología del Centro
Médico La Raza y “me di cuenta de la necesidad de tener
una preparación mayor en metodología de la investigación,
para entender mejor los procesos de salud-enfermedad a los que me enfrentaba”.
De ese modo, hizo la maestría en Salud
Pública en la Escuela de Salud Pública de México;
posteriormente, el director lo invitó a hacer la maestría
en Ciencias en Epidemiología ahí mismo. De hecho, fundó
esa especialidad en el IMSS, la que tuvo posterior reconocimiento de
la UNAM.
De igual forma, realizó una estancia
posdoctoral en la Escuela de Medicina de la Universidad de Yale, en
el Departamento de Medicina Interna, durante la cual investigó
la sensibilidad y resistencia a la insulina. Se trató, según
calificó, de una experiencia agradable desde el punto de vista
profesional y personal.
Hoy, considera que ingresar a la Academia es,
a la par que una meta cumplida, una motivación para continuar
en el trabajo. Esa agrupación se caracteriza por tener en su
seno a los profesionales que se han desarrollado en el campo de la medicina
y que hacen aportaciones destacadas con su trabajo profesional.
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