• El libro, editado por esta casa de estudios, integra los trabajos
de 32 investigadores, informó William Lee, director del Instituto
de Astronomía
• En la obra se abordan aspectos etnográficos de la arqueoastronomía
en Mesoamérica
Miradas distintas provenientes de disciplinas
como astronomía, historia, matemáticas, antropología
y pintura se entretejen en el libro Legado Astronómico,
donde 37 autores unen su interés por observar el cielo y compartir
conocimientos que se han descifrado en el país, desde sus orígenes
más lejanos.
Este ejercicio colectivo de multidisciplina,
editado por la UNAM y coordinado por los investigadores del Instituto
de Astronomía Margarita Rosado Solís, J. Daniel Flores
Gutiérrez y José Franco López, reúne en
250 páginas, los 32 trabajos presentados en el Congreso El
legado astronómico de nuestros ancestros, celebrado en 2009,
en el marco de los festejos del Año Internacional de la Astronomía.
En sus búsquedas, los autores recorren
múltiples atajos hasta mostrar una ruta, la del conocimiento
en la materia, en la que México ha sido fértil en las
culturas mesoamericanas, en la Colonia y en la era contemporánea,
con personajes que han fundado escuela dentro y fuera de las aulas,
a veces con la observación del cielo de manera empírica,
y otras como precursores de esta disciplina científica.
El texto, dijo en la presentación William
Lee Alardin, director del Instituto de Astronomía, es una recopilación
organizada en tres grandes áreas, que inician con la Colonia,
dedican un apartado a personajes centrales de esta ciencia mexicana,
y profundizan en el legado prehispánico, que tuvo un interés
fundamental en conocer cómo funciona el Universo y realizar calendarios.
En su oportunidad, Margarita Rosado destacó
que México es muy rico en estudios del cielo y de los objetos
cósmicos desde tiempos ancestrales.
Daniel Flores subrayó el esfuerzo colectivo
de la obra, que une intereses de las ciencias exactas y sociales. “Este
trabajo conjunto continuará con un nuevo congreso en febrero
o marzo del 2012”, adelantó.
Por su parte, José Franco calificó
la publicación como “un eco del 2009” y una oportunidad
de reflexión. “Artes, ciencias sociales y antropología
ligadas a la astronomía propician una reflexión acerca
de la importancia de contar con una política de Estado para generar
conocimiento e impulsar la ciencia”, señaló.
Comentarista, Patrick Johansson, del Instituto
de Investigaciones Históricas, reveló que la lectura produce
placer y gozo. “Esta disciplina nos hace pensar en el futuro y
en los sabios que leen el cielo. Pero también lo leyeron en el
pasado, y de ellos, se ofrecen muchos elementos, como el desarrollo
de calendarios, forma de domesticar el tiempo”, consideró.
De la Colonia a la cámara Schmidt
La primera parte, recorre la historia desde
la Colonia hasta la cámara Schmidt, el famoso telescopio instalado
en 1942 en Tonantzintla, Puebla, que dio inicio a la astrofísica
moderna en México.
También narra el desarrollo del Observatorio
de San Pedro Mártir, en Baja California, donde hasta la fecha
se realiza ciencia de primer nivel mundial; y presenta un análisis
de la divulgación en el siglo XIX, a través de una revisión
hemerográfica de revistas de esa época.
Respecto a lo académico, contiene una
revisión de cómo ha sido la carrera en la Facultad de
Ciencias de la UNAM, y otra, sobre la utilidad de esa disciplina para
la Secretaría de Fomento, en el naciente México independiente,
pues esa dependencia pública era la encargada de determinar el
tiempo y la posición de ciudades y lugares de interés
nacional.
Precursores
La segunda parte está dedicada a los
precursores de la astronomía en México. Se dedican capítulos
a Paris Pishmish, la primera profesionista que tuvo el título
de astrónomo en el país; a Francisco Javier Escalante
Plancarte, que realizó observaciones en Marte; y a Luis Enrique
Erro, en una revisión “de carne y hueso” que revela
su vida familiar y su personalidad, además de sus aportes.
En este grupo también se dedican capítulos
a Joaquín Gallo Monterrubio, director del Observatorio Astronómico
Nacional de Tacubaya (inaugurado en 1878 durante el Porfiriato); a Felipe
Rivera, quien desde Zinapécuaro, Michoacán, observó
en 1901 la estrella “Nova Persei”; y a José Antonio
Alzate, quien fuera presbítero, investigador y padre de la divulgación
científica novohispana. Además, se presenta un apartado
sobre lo que significó ser astrónomo durante el Porfiriato.
Arqueoastronomía, ciencia y símbolo
La tercera parte, se dedica al desarrollo de
culturas mesoamericanas como la maya, náhuatl y teotihuacana,
entre otras.
Se presentan textos referentes a la cosmovisión
mesoamericana de la Luna; la conjunción de montañas y
astros; los signos de Mesoamérica; el saber teotihuacano y la
planeación urbana de esa cultura ligada al cosmos.
También, se abordan aspectos etnográficos
de la arqueoastronomía en Mesoamérica; la matemática
de los mayas; la orientación calendárico-astronómica
en La Venta; los tránsitos de Venus desde los mayas hasta la
Unidad Astronómica; la duración del tiempo medida por
los mayas; los estudios de esa disciplina en El Tajín; la astronomía
en Tetzcotzingo y la influencia astronómica en la arquitectura
de Calixtlahuaca.
Otros capítulos se refieren a los textos
de Fray Andrés del Olmo y su revisión de los astros y
dioses en el México prehispánico; a la traza urbana de
Puebla, influida por un legado arqueoastronómico; a la influencia
de la astronomía del siglo XVII en la pintura; y a la categoría
de patrimonio astronómico frente al patrimonio cultural.
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