• Otorga la UNAM emeritazgo a esta investigadora del
IIA
El estudio de las lenguas indoamericanas; la
labor precursora en la sociolingüística, con un importante
papel en la difusión de las ideas, los temas, los debates y los
métodos, y los trabajos sobre el español de México,
que también han abierto nuevas vetas a la investigación,
forman parte de la trayectoria de Clementina Merced Yolanda Lastra y
Villar y García Gómez, del Instituto de Investigaciones
Antropológicas (IIA) de la UNAM.
Su interés por la lingüística,
que la investigadora emérita define como el estudio científico
de las lenguas para saber cómo funcionan, se dio a través
del aprendizaje y la enseñanza de estas últimas.
Desde joven, estudió en una escuela
donde se enseñaba inglés; luego, en Estados Unidos, asistió
a otra, donde aprendió el francés, y fue en la Universidad
de Georgetown, en Washington, DC, donde comenzó a formarse en
lingüística, disciplina en la que obtuvo la maestría.
Más tarde, el doctorado en la misma especialidad por la Universidad
de Cornell, Nueva York.
“Después de la maestría
volví y trabajé un tiempo en México. Entonces,
quise entrar a estudiar a la UNAM, pero costaba mucho trabajo por la
cuestión de la revalidación de estudios”.
La académica recordó que en esas
instituciones tuvo profesores muy destacados: Paul Garvin, checo y políglota
(sabía checo, eslovaco, alemán, francés e inglés
y “después que lo invitamos a una cuestión relacionada
con América Latina, aprendió español”).
Asimismo, Charles Hockett, “buenísimo,
el mejor. Pero en ese momento surgía Chomsky con todo lo que
eso significaba: cambió, revolucionó todo. Ambos, contribuyeron
al desarrollo de la disciplina”, opinó.
Después del doctorado, “se abrió
una plaza en la entonces sección de Antropología del Instituto
de Investigaciones Históricas, y la gané; desde esa fecha
(1968) me quedé en la UNAM”.
En Georgetown aprendió a describir las
lenguas. Yolanda Lastra quería hacerlo “en vivo”
y estudiar una en territorio nacional. “En algún momento,
tomé un curso en la Escuela Nacional de Antropología e
Historia con Moisés Romero y le pregunté dónde
hacer trabajo de campo”.
La elección fue el chichimeco; quedó
fascinada con esa lengua, de la que hoy espera hacer una gramática
y un diccionario; “no es nada fácil, pero lo voy a lograr”,
aseguró.
El chichimeco jonaz, llamado así para
distinguirlo de otros, es el único que se mantiene vivo, aclaró
la experta. Es una lengua otopame que se habla en Guanajuato, mencionó
la también estudiosa, en cierto momento, del quechua de Cochabamba,
Bolivia.
Además, refirió, el español
es mi lengua y claro que me interesa. Por ello, trabaja con Pedro Martín
Butragueño, de El Colegio de México, en un análisis
de las variaciones de nuestro idioma (según el nivel social,
educación, edad) en la Ciudad de México.
En su trayectoria, también destaca su
participación en el proyecto de la UNESCO, Atlas de lenguas en
peligro de extinción, y el registro realizado en la década
de 1970, municipio por municipio, junto con Fernando Horcasitas, de
la situación dialectal del náhuatl en el DF, Estado de
México, Morelos y Tlaxcala.
Respecto al primer tema, dijo que la situación
en México es un desastre, aunque hay esperanza por la existencia
de leyes que las protegen. “Es muy importante que se haya fundado
el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI), porque hay
que dar a conocer su importancia a los propios hablantes, que la abandonan
por el español”.
Incluso, sentenció la autora de Los
Otomíes. Su lengua y su historia, hay algunas que si no
nos damos prisa, se van a quedar sin describir. Mejor sería revitalizarlas,
pero en el último de los casos, debemos describirlas, precisó.
Hasta ahora, reconoció, no se sabe a
ciencia cierta cuántas lenguas existen en México, aunque
con seguridad son más de 68, como tantas veces se repitió
oficialmente. El INALI, por ley, tenía que establecer cuántas
y cuáles son, dónde se hablan y cuántas variantes
existen. Según sus resultados hay 364 variedades, pero sólo
con estudios detallados de sociolingüística se podrá
llegar a resultados más precisos.
Por último, de su nombramiento como
investigadora emérita de la UNAM, externó: “me da
muchísimo gusto”.
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