• Un movimiento abrupto de esas estructuras puede causar sismos
frecuentes y, en ocasiones, maremotos, afirmó Teresa Ramírez,
del CIGA
En México, el límite de encuentro
de placas tectónicas convergentes se extiende a lo largo de aproximadamente
mil kilómetros, de Jalisco a Chiapas. El movimiento abrupto de
esas estructuras puede causar sismos frecuentes y, en ocasiones, maremotos,
afirmó María Teresa Ramírez Herrera, investigadora
del Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental (CIGA),
con sede en Morelia.
El país está ubicado sobre las
placas de Rivera, Cocos y Norteamericana. Los registros revelan que
de 1732 a 2003, en 271 años, ocurrieron 92 tsunamis.
En el CIGA, sostuvo María Teresa Ramírez,
trabajamos para disminuir el riesgo por estos últimos fenómenos.
Desde 2003, inició su labor de búsqueda de evidencias
históricas y prehistóricas de grandes temblores y tsunamis
en las costas del Pacífico de México, que continuó
en 2007.
El estudio se hace de manera conjunta con
un grupo interdisciplinario de Chile, Canadá, EU, Australia y
España, además de instancias de la UNAM, como los institutos
de Geofísica y Ciencias del Mar y Limnología, donde se
utilizan diversas metodologías, por ejemplo, documentación
histórica, análisis de sedimentos y fechamiento.
En el Centro, abundó, también
se realizan investigaciones relacionadas con la vulnerabilidad por maremoto,
es decir, la creación de mapas de riesgo y susceptibilidad, necesarios
para saber cuáles son las zonas donde la población e infraestructura
se encuentran en peligro.
Además, en colaboración con Marcelo
Lagos, del Laboratorio de Tsunamis de la Universidad Católica
de Chile, y Diego Arcas, de la Agencia de Océanos y de la Atmósfera
de Estados Unidos (NOAA por sus siglas en inglés) se trabaja
en la medición de parámetros de maremotos en tiempo real.
Japón, una de las naciones mejor preparadas
para enfrentar este tipo de fenómenos naturales, deja un importante
mensaje: queda mucho por aprender todavía, y nos recuerda que
es más costoso remediar un daño que prevenirlo, dijo Ramírez
Herrera.
La historia muestra, añadió,
que en 1787 hubo un terremoto en el litoral de Oaxaca, con magnitud
estimada (porque no había instrumentación) de 8.4 grados,
que provocó una ola que invadió las costas de esa entidad
y de Guerrero; en la zona más cercana al epicentro, se inundaron
hasta seis kilómetros tierra adentro, de acuerdo a fuentes documentales.
Los estudios de paleosismicidad, es decir,
de terremotos y maremotos que quedan en un registro geológico,
en sedimentos, realizados por Ramírez Herrera, también
muestran su ocurrencia en épocas remotas.
A escala mundial, se ha detectado en años
recientes una serie de tsunamis y el peligro que entrañan. En
Indonesia, en 2004; en Islas Salomón, en 2007; Samoa y Tonga,
en 2009, y en Haití y Chile, el año pasado.
“En los últimos 100 años
han acontecido terremotos de mayor magnitud en el planeta. En tanto,
en la prehistoria se conoce que existen variaciones de la ocurrencia
de maremotos de acuerdo con la zona”.
Luego del megasismo de 9 grados, en las costas
japonesas, la llegada del tsunami a México se registró
a las 10.45 horas, en costas de Baja California; luego alcanzó
Sinaloa, Guerrero. Debido a que el territorio nacional no estaba en
posición directa de la trayectoria de la gran ola, los efectos
fueron menores; el ascenso del nivel del mar fue, en general, menor
a un metro y sólo en Acapulco, se registraron 1.3 metros.
-o0o-