A 25 años del sismo que azotó a la Ciudad
de México, algunas edificaciones aún son vulnerables
y podrían sufrir graves daños, porque no cumplen con
los requisitos establecidos en las normas de seguridad estructural
del Reglamento de Construcciones para la urbe, aseguró Roberto
Meli Piralla, investigador emérito del Instituto de Ingeniería
(II) de la UNAM.
Esa disposición es muy completa y está actualizada
con base en los conocimientos más avanzados a nivel internacional,
pero no cuenta con un sistema eficaz de acatamiento. Esto se debe
principalmente, por la falta de personal calificado en las oficinas
encargadas del control de edificaciones, señaló.
La catástrofe que ocurrió la mañana
del 19 de septiembre de 1985, provocó daños importantes
en un número considerable de edificios de la capital, sobre
todo en aquellos cuya altura era de cinco a 15 pisos, y que se ubicaban
sobre el suelo blando, lecho de los antiguos lagos que cubrían
una parte importante de la actual zona metropolitana.
Por ello, se reformó el Reglamento de Construcción
de la capital, que fijó los requisitos que deben cumplir
los edificios –tanto oficinas como habitacionales– y
se implementaron normas más estrictas para que fueran capaces
de resistir un sismo de gran intensidad.
Sin embargo, en los últimos 10 ó 15 años
la atención de los requisitos de seguridad estructural se
ha debilitado, porque los profesionales de la construcción,
las autoridades y la sociedad en general han perdido el miedo a
las consecuencias que puede ocasionar este tipo de fenómenos
naturales, acotó.
“Si ocurre un terremoto similar al de 1985, probablemente
se presentarían graves daños; por ello, debe considerarse
que si se siguieran estrictamente esas normas, la vulnerabilidad
de los inmuebles se puede reducir al mínimo”.
La secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda del
Distrito Federal se encarga de actualizar y controlar el reglamento
en la materia; sin embargo, desde hace años las delegaciones
cuentan con una Dirección de Obras, facultada para proporcionar
licencias y verificar el proceso de construcción, pero cuentan
con poco personal calificado para realizar un control estricto.
La prevención ante una catástrofe
En la actualidad, el gobierno del Distrito Federal pretende
crear un instituto para la seguridad estructural de las construcciones,
que ponga en vigor un nuevo sistema de control, que implica la revisión
de los proyectos y la ejecución de las obras para comprobar
que se cumplan los requisitos y, de no ser así, se establecerían
infracciones.
Para concluir, enfatizó que a 25 años del
sismo, es importante que tanto autoridades como especialistas, así
como la población, adquieran conciencia de la posibilidad
de que se repita un movimiento de alta intensidad.
Sismos en la Ciudad de México
Tanto en la brecha de Guerrero como en las fallas activas
de la faja volcánica mexicana, es probable que ocurran sismos
de gran magnitud, destacó Víctor Manuel Cruz Atienza,
investigador del Instituto de Geofísica (IGf) de la UNAM.
Ello, explicó, porque desde 1911, en la zona situada en el
noroeste de la entidad, no se ha presentado un evento mayor.
Según registros históricos en la costa del
Pacífico, el período de recurrencia sísmica
en esa región es del orden de 60 años, y ya han pasado
99 desde el último movimiento telúrico importante
en ese estado, de magnitud 7.6, explicó.
Al respecto, citó el ocurrido cerca del poblado
de Acambay, aproximadamente a 80 kilómetros al norte de la
Ciudad de México, con una magnitud 6.9, que ocasionó
daños graves en los asentamientos cercanos al epicentro y
en nuestra urbe.
La falla de Acambay, que rompió en 1912, es una
discontinuidad estructural que se forma en las rocas superficiales
de la tierra; puede alcanzar hasta 15 kilómetros de profundidad
y su extensión horizontal es de aproximadamente 30 kilómetros.
Sin embargo, los períodos de recurrencia sísmica en
las fallas activas que circundan la metrópoli son mayores
que en la zona de subducción del Pacífico.
No obstante, explicó, cuando las ondas inciden en
la cuenca del Valle de México, su movimiento se amplifica
entre 100 y 500 veces en la banda de frecuencias de 0.2 a 0.7 Hz,
debido a la naturaleza de los sedimentos con agua que se ubican
en el terreno.
Esto responde principalmente a la reducción dramática
de la velocidad de propagación de las ondas en la cuenca
que, por conservación de la energía, implica un aumento
también dramático en la amplitud de las ondas, lo
que ocasiona que el movimiento del terreno fuera de grandes magnitudes.
Por otro lado, las ondas se quedan atrapadas, rebotan en
los límites de la cuenca que actúa como una trampa
que impide la evacuación de la energía, que se disipa
con lentitud y provoca que el movimiento tenga una duración
de hasta tres minutos en algunos sitios, lo que deriva en el debilitamiento
de las estructuras.
A partir de este temblor, se realizaron Mapas de Zonificación
Geotéctica y se impulsó el Sistema de Alerta Sísmica
(SAS); sin embargo, se ha demostrado que éste es un sistema
vulnerable, como lo demuestran las falsas alarmas emitidas. “Las
consecuencias se verán cuando suceda un gran temblor, pues
la gente no actuará con la determinación necesaria
para salvar sus vidas”.
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