No hay nada que le guste tanto al profesor Cassiodoro Domínguez
como ir a la Facultad de Estudios Superiores Aragón, donde
da clases de ingeniería industrial. No le importa ir estando
enfermo, en muletas, en sillas de rueda o incluso en pleno año
sabático, como ahora.
“Cuando supe que me iba a quedar ciego, decidí
dejar la práctica profesional y dedicarme a la docencia,
y desde aquél 16 de febrero de 1979 que comencé como
profesor aquí, no he parado… Incluso he logrado el
récord de no haber faltado una sola vez a lo largo de siete
años. Lo que pasa es que no hay nada que me dé más
emoción que venir a la FES; me siento tan ligado a este lugar
que me deprimo cuando los muchachos salen de vacaciones”.
Para el maestro, el ritual diario comienza a las 5:30
de la mañana, cuando sale de Coacalco para tomar el transporte
público, el cual hace exactamente hora y media para llegar
a Aragón, “lo que me conviene pues me gusta llegar
a la siete de la mañana, tempranito, para aprovechar el día,
y ya me regreso como a eso de las ocho y media de la noche en el
autobús, así que estoy llegando a casa como a las
10, y todo esto lo hago yo solo, pues no me gusta que me den condiciones
especiales por no poder ver… Quizá la única
concesión que me hace la UNAM es que todas mis asignaturas
las imparto en el mismo salón, de ahí en fuera, siempre
pido que me traten igual que a los demás”.
Las clases que da el maestro Cassiodoro en el edificio
ocho ya son famosas entre los estudiantes. “Sobre todo porque
estamos hablando de un profesor muy exigente con nosotros, pero
que lo es aún más consigo mismo”, comenta Carlos,
uno de sus alumnos, quien añade que el académico no
deja de sorprenderlo.
“Parece que trae una computadora integrada, no necesita
de apuntes o libros para dar la clase, ¡es como si todo lo
tuviera en la cabeza! Incluso lo he visto sacar un problema así,
de la nada, y resolverlo mentalmente más rápido que
nosotros, con todo y nuestros lápices, cuadernos y calculadoras”.
Al respecto, el maestro en Ciencias niega tener un ordenador
en la cabeza como sospechan algunos de sus estudiantes, “lo
que pasa es que tengo una mente muy bien estructurada y, sobre todo,
¿cómo no me iba a saber mis clases de memoria si para
mí ser profesor es lo más importante?, De hecho, sigo
siendo académico porque quiero, y aunque ya tengo el tiempo
para jubilarme, pero siempre digo que a mí, de esta Universidad,
sólo me podrán sacar con los pies por delante”.
Conocimiento que amplía la visión
Desde niño, en su natal Veracruz, Cassiodoro sabía
que quería aprender todo lo que le enseñaban en la
escuela, pese a la miopía que le impedía ver lo que
su maestro escribía con tiza blanca. Buscaba situarse hasta
enfrente para poder levantarse y acercarse al pizarrón para
tomar nota, historia que se repitió en la secundaria, preparatoria
y universidad.
“Además de la miopía, tenía
problemas con la pigmentación en los ojos, porque mi córnea
sirve, pero los pigmentos se me fueron metiendo poco a poco en el
ángulo de enfoque hasta que llegó un momento en que
me cubrieron totalmente la retina, dejándome sin vista, a
los 38 años”.
Si una de las pasiones del profesor Cassiodoro es la docencia,
la otra lo es la ingeniería aplicada, por lo que en algún
momento decidió darle batalla a la ceguera y se puso lentes,
pero sólo le sirvieron durante 12 años, que aprovechó
para dedicarse de lleno a la industria.
“Mientras mis ojos dieron de sí, me desempeñé
en lo que pude y llegué a niveles gerenciales en empresas
de productos para el hogar, de dispositivos electrónicos,
de ensamble de piezas automotrices e incluso en fábricas
de frenos, vivencias que hoy me sirven para darle una gran gama
de conocimientos a mis alumnos, pues en la industria, podrían
terminar en cualquier rama, y como profesor, mi deber es que mi
experiencia les sirva de algo”.
Sin embargo el académico es honesto al confesar
que la experiencia no lo es todo, “pues en este campo uno
debe siempre actualizarse sea por internet, a través de las
nuevas publicaciones o con cursos, seminarios y diplomados, porque
los muchachos necesitan siempre estar a la vanguardia si queremos
que sean competitivos”.
Así, para el profesor Cassiodoro, capacitarse de
manera constante no es sólo una necesidad, sino una obligación
con sus alumnos y con la misma UNAM, “pues aunque ésta
no es mi alma máter, pues estudié en el Instituto
Tecnológico de Veracruz y en el Instituto Politécnico
Nacional, me siento tanto o más universitario que cualquiera”.
Un lector voraz
Aunque el maestro Cassiodoro quedó ciego hace 28
años, nunca aprendió a leer Braille, “a mí
me gusta que me lean, y en esto mi esposa Olga ha sido esencial,
ya que gracias a ella pude terminar mi maestría, pues era
ella la que me tomaba notas y me leía los libros que me pedían,
y es ella la que me ayuda a estar al día con las lecturas
que me interesan”.
Best-sellers, novedades de ingeniería, textos de
economía, revistas, periódicos… Nada escapa
al interés de este hombre, y nadie escapa de leerle cuando
él lo solicita.
“A veces les pido a mis hijos que me lean algo, y
si no estoy en casa, pues les pido a mis alumnos, o a algún
maestro, a quien se deje yo me lo jalo, ¡y hago que me platique
un libro!”.