14:00  hrs. 12 de Abril de 2007

  

Boletín UNAM-DGCS-222

Palacio de Minería

 

 


Juan Ramón De la Fuente

Juan Ramón De la Fuente
DISCURSOS ÍNTEGROS DE LOS DOCTORES JUAN RAMÓN DE LA FUENTE Y RICARDO LAGOS, AL TÉRMINO DEL BOLETÍN

Pies de foto al final del boletín




CONFIERE LA UNAM EL DOCTORADO HONORIS CAUSA  A SIETE DESTACADAS PERSONALIDADES

 

Al investir hoy con el doctorado Honoris Causa de la UNAM a siete destacadas personalidades, el rector Juan Ramón de la Fuente advirtió que México vive en los suburbios de la economía del conocimiento, al no contar con el capital humano necesario para competir con los países  que actualmente la activan y controlan.

 

Prueba de ello son todos los informes mundiales recientes que nos obligan a “encender las alarmas”, dijo De la Fuente, quien resumió en cuatro las “asignaturas que el país debe cursar para insertarse a  ese nuevo y formidable concierto internacional de la economía del conocimiento”:

 

1.- Invertir, con visión de largo plazo, mayores recursos públicos y privados en educación, investigación y desarrollo; 2.- Construir una red de universidades de clase mundial; 3.- Incorporar la proporción  de la Población Económicamente Activa, e incrementarla con estudios técnicos, de licenciatura, especialización y doctorado, y 4.- Atraer estudiantes de otros países, es decir, importar cerebros y no sólo exportarlos, evitar que los nuestros se vayan y no regresen, y tratar de repatriar a los que están fuera y puedan contribuir a los programas de innovación y desarrollo.

 

En sesión solemne, efectuada en el palacio de Minería, donde fueron investidos con el grado de Doctor Honoris Causa el físico Leopoldo García–Colín, la filósofa Juliana González, el estadista Ricardo Lagos, el neurobiólogo Ricardo Miledi, la escritora Nélida Piñón, el politólogo Giovanni Sartori y el filósofo Fernando Savater, el rector de la UNAM subrayó que “equidad y calidad son los retos de nuestro sistema educativo”.

 

A nombre de los galardonados, el ex presidente de Chile, Ricardo Lagos, agradeció la distinción que otorga esta casa de estudios, la cual, dijo, es orgullo de México y América Latina. Su lema “Por mi raza hablará el espíritu” expresa bien la vocación humanista con la que fue concebida, expresó.

 

La UNAM, aseveró Lagos, tiene un carácter deliberadamente público, laico y un compromiso irrenunciable tanto con las libertades como con el pluralismo. Esta institución, dijo, está al servicio de México y de los valores  universales.

 

El ex presidente chileno se refirió a la autonomía universitaria y dijo que es mucho más que autogobierno. “Es un compromiso explícito y real con la libertad de investigación y de cátedra, que da acogida a todas las corrientes del pensamiento, sin exclusión, y relegando cualquier interés individual que pueda anteponerse al bien común”.

 

Durante su intervención, Juan Ramón de la Fuente destacó la importancia de que la UNAM se encuentre entre las 100 mejores, de las más de 15 mil universidades que se evalúan en el mundo, cuando –puntualizó– existen asimetrías tan grandes con las instituciones de los países más desarrollados.

Precisó que ciencia y tecnología es lo que necesitamos para insertarnos en la economía del conocimiento, mientras las humanidades y artes, afirmó, son imprescindibles para expresarnos y reconocernos cabalmente como lo que somos: un país multiétnico y plural.

 

El rector expresó que la sociedad del conocimiento no es una quimera ni una formulación abstracta, es una nueva realidad mucho más poderosa de lo que parece. Porque los conocimientos  ya no sólo se generan y se transmiten como antaño, sino que hoy en día se registran, se aplican, se patentan, se comercializan, se asocian, se exportan  e importan.

 

Afirmó que la fuga de cerebros ha sido mucho más costosa para países como México que la de capitales, y todo esto es lo que ha permitido que algunas sociedades se incorporen y otras se marginen de la economía del conocimiento.

 

Esta sociedad de la que se habla, continuó, es una de las muchas consecuencias de la globalización que vivimos. “Los países pueden dividirse ahora entre aquellos que han alcanzado un buen nivel medio de educación y aquellos en los que sólo un pequeño segmento de su población ha alcanzado un nivel educativo aceptable.

 

“Esto explica, en buena medida, por qué algunos países han logrado un desarrollo más equitativo y por qué en otros, el signo ominoso de nuestro tiempo es la desigualdad”, añadió.

 

De la Fuente se pronunció por revisar nuestras políticas educativas, partiendo del principio de que la excelencia es un objetivo alcanzable. “Los análisis comparativos nos pueden  ayudar a decidir qué hacer para que nuestros alumnos aprendan mejor, nuestros profesores enseñen mejor y nuestras instituciones funcionen mejor”.

 

Por otro lado, señaló que las distintas evaluaciones de los últimos años han ubicado a la UNAM en una posición respetable, entre las más de 15 mil universidades e instituciones de educación superior que se estiman en el mundo. “Estar entre las 100 mejores, que son las consideradas como de mayor rango mundial y ser la primera en Iberoamérica, es sin duda meritorio”.

 

La Universidad Nacional, continuó, ha podido conjugar calidad y cantidad, al ser orgullosamente pública, laica, popular, de élite y excelencia, la cual “se resiste a someterse a las prioridades de los mercados que sólo ven a la educación como una transacción comercial con fines de lucro”.

 

Esta Universidad, prosiguió, se transforma, moderniza su oferta educativa, transparenta el uso de sus recursos y rinde cuenta pública de ellos; certifica sus planes académicos y sus procedimientos administrativos; se descentraliza, apoya a las humanidades, fomenta y difunde la cultura como mecanismo de inclusión social y realiza la mitad de la investigación científica del país.

 

Puntualizó que la Universidad se reafirma como la gran esperanza  para miles de jóvenes que siguen viendo en ella la única o la mejor de sus posibilidades para acceder a una vida más digna, productiva y decorosa. “Porque la Universidad también es eso: una defensora indeclinable de los principios de libertad, solidaridad y justicia”.

 

En su alocución, Ricardo Lagos se refirió al tema de la globalización, que si carece de reglas, dijo, conduce a un mundo injusto, cuyas normas se establecen por el poder  de los magnates y poderosos de la tierra. “Una globalización con rostro humano obliga a tener un sistema acotado por todos”.

 

El estadista aseveró que cuando las desigualdades se agudizan sufre también la libertad, al haber individuos que no consiguen satisfacer  sus necesidades básicas de alimentación, salud, vivienda y educación, por lo que los países deben ser capaces de construir  un “sistema de protección social”.

 

Precisó que la globalización se empequeñece cuando se entiende sólo como un libre flujo de dinero y bienes, y en muy poca medida de las personas.

 

Lagos consideró que estamos en el inicio de un gran proceso  en donde para garantizar la paz entre naciones, inevitablemente habrá que propiciar y reforzar instancias supranacionales que tomen decisiones  que sean vinculantes para todos los países de la Tierra.

 

 

En la ceremonia estuvieron presentes también ex rectores de la UNAM, doctores Honoris Causa anteriores, miembros de la Junta de Gobierno, e integrantes del Patronato Universitario, entre otras personalidades.

 

Cabe recordar que el Consejo Universitario, en su sesión del 29 de septiembre de 2006, aprobó por unanimidad concederles este reconocimiento por sus méritos excepcionales en sus respectivos campos de conocimiento, su labor y aportaciones en materia profesional y académica en los ámbitos nacional y mundial.

 

Dicho Consejo, en términos de lo dispuesto por el artículo tercero del Reglamento del Reconocimiento al Mérito Universitario, confiere este grado a los profesores o investigadores mexicanos o extranjeros con méritos excepcionales, por sus contribuciones a la pedagogía, las artes, las letras o las ciencias, o a quienes hayan realizado una labor de extraordinario valor para el mejoramiento de las condiciones de vida o del bienestar de la humanidad.

 

Se les impone a las personas merecedoras de este grado,  la toga y el birrete que corresponda en ceremonia solemne, y su nombramiento se acredita con un diploma.

 

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Foto 01.

En sesión solemne, la UNAM confirió el grado de doctor Honoris Causa a siete personalidades con méritos excepcionales.

 

Foto 02

En sesión solemne realizada en el Antiguo Palacio de Minería, fueron investidas hoy siete destacadas personalidades con el doctorado Honoris Causa de la UNAM.

 

Foto 03

México vive en los suburbios de la economía del conocimiento, afirmó hoy Juan Ramón de la Fuente, rector de la UNAM, durante la ceremonia en la que invistió con el doctorado Honoris Causa a siete destacadas personalidades.

 

Foto 04

La UNAM es orgullo de México y América, señaló Ricardo Lagos, ex presidente de Chile, al hablar hoy a nombre de quienes fueron investidos con el doctorado Honoris Causa de esa casa de estudios.

 


DISCURSO DEL RECTOR DE LA UNAM, JUAN RAMÓN DE LA FUENTE, DURANTE LA INVESTIDURA CON EL DOCTORADO HONORIS CAUSA A SIETE PERSONALIDADES.

Señoras y Señores;

Colegas Universitarios:

Por acuerdo del Honorable Consejo Universitario y con fundamento en nuestra legislación, la Universidad Nacional Autónoma de México otorga el día de hoy el grado de Doctor Honoris Causa a un distinguido grupo de personalidades con méritos excepcionales, por sus contribuciones al conocimiento, o al mejoramiento de las condiciones de vida y el bienestar de la sociedad.

La Universidad se enriquece al incorporar a su más selecta nómina a Leopoldo García-Colín, Juliana González, Ricardo Lagos, Ricardo Miledi, Nélida Piñón, Giovanni Sartori y Fernando Savater.

Esta Ceremonia nos permite, simultáneamente, encontrarnos con nuestras raíces, sentirnos herederos de una fecunda tradición, y ver hacia adelante, con la mesura que los tiempos nos exigen, pero también con la determinación que emana de la solidez de nuestra institución.

En efecto, son muchos y muy complejos los retos que hoy nos tocan afrontar. Pero encontramos en nuestros maestros, que nos enseñaron a pensar en libertad; en nuestros colegas, con quienes reflexionamos cotidianamente con rigor intelectual, y en nuestros estudiantes, cuyo cuestionamiento continuo constituye un estímulo vital insustituible, los elementos necesarios para afrontar tales retos con un optimismo cauteloso pero bien fundado, con espíritu crítico y con la inteligencia que la naturaleza nos permite.

En el mundo cada vez más interdependiente en el que estamos inmersos, la Universidad, como institución emblemática de la educación superior, de la investigación científica, de la creación artística y de la difusión de la cultura, se sitúa nuevamente en el epicentro de la atención social, del debate intelectual, de las preocupaciones políticas y económicas de nuestro tiempo; pero sobre todo, la Universidad se reafirma como la gran esperanza para miles de jóvenes que siguen viendo en ella la única o la mejor de sus posibilidades para acceder a una vida más digna, más productiva, más decorosa. Porque la Universidad también es eso: una defensora indeclinable de los principios de libertad, solidaridad y justicia.

De ahí que lo que se discute hoy en día no es ya la importancia de la Universidad. Tampoco bastan las formulaciones genéricas. Procede, acaso, profundizar en el diseño sobre el cual se construyan la Universidad del futuro y el futuro de la Universidad.

¿Cómo satisfacer las necesidades del mundo sin fronteras al que nos dirigimos? ¿Cómo incorporar las nuevas tecnologías para fortalecer la enseñanza universitaria sin desnaturalizarla? ¿Cómo resolver el gran problema del financiamiento de la educación pública? ¿Cómo hacer de la investigación una política para el desarrollo? ¿Cómo conjugar en la práctica, autonomía -es decir libertad de cátedra y de investigación- e interrelación con los poderes públicos y el capital privado?

Éstas son algunas de las preguntas fundamentales que nos hemos formulado, y frente a las cuales hemos procurado ir encontrando respuestas documentadas, sensatas, realistas, así sean parciales, pero que en todo caso, reflejan el trabajo en el que nos hemos empeñado los universitarios de esta casa durante los últimos años.

La sociedad del conocimiento, de la que tanto se habla, es una de las muchas consecuencias de la globalización que vivimos. Los países pueden dividirse ahora entre aquellos que han alcanzado un buen nivel medio de educación y aquellos en los que sólo un pequeño segmento de su población ha alcanzado un nivel educativo aceptable. Esto explica, en buena medida, por qué algunos países han logrado un desarrollo más equitativo y por qué en otros, el signo ominoso de nuestro tiempo es la desigualdad.

Algunas cifras lo ilustran con claridad. Los países del norte de Europa, por ejemplo, que han hecho en los últimos años inversiones masivas de recursos públicos en educación, han alcanzado tasas de cobertura en el nivel superior que superan el 80 por ciento para su población entre 19 y 24 años. En América Latina, en cambio, el promedio apenas rebasa el 20 por ciento. En México es del 23 por ciento. Mientras que allá el 32 por ciento de su población completó la educación terciaria, lo que equivale a estudios profesionales, es decir una tercera parte, en México solamente la ha completado el 13 por ciento; es decir, apenas uno de cada diez. Aquellos países encabezan ya la lista de los más innovadores del mundo. Y por supuesto, todo ello se refleja en su ingreso per cápita, que es de 49 mil dólares en Suecia y 45 mil en Finlandia, mientras que el de México es de 8 mil.

Ocurre, pues, que la sociedad del conocimiento no es una quimera ni una formulación abstracta, es una nueva realidad mucho más poderosa de lo que parece. Porque los conocimientos ya no sólo se generan y se transmiten como antaño; sino que hoy en día se registran, se aplican, se patentan, se comercializan, se asocian, se exportan, se importan, etc. La fuga de cerebros, que ha sido mucho más costosa que la fuga de capitales, ahora la llaman en algunos países “importación de conocimientos”, y todo esto es lo que ha permitido que algunas sociedades se incorporen y otras se marginen de una nueva modalidad de la economía: la economía del conocimiento. Dice el Banco Mundial: el 20 por ciento de la población, el que realmente vive en las sociedades del conocimiento, controla ya el 80 por ciento de la producción mundial.

La economía del conocimiento derribó las fronteras que históricamente dividían al sector manufacturero y al de los servicios. Fabricar algo o prestar un servicio, pasa ahora inevitablemente por la capacidad que se tenga de hacerlos con el valor añadido, que se deriva de la tecnología. Es decir, el valor agregado que hoy ofrece la tecnología, determina cada vez más, la competitividad de una economía.

Todos los informes que queramos revisar, sean de Naciones Unidas, del Banco Mundial, del Foro Económico de Davos, de la británica Work Foundation, del Consejo de Lisboa, cualquiera, nos obliga a encender la alarma. La conclusión es contundente: muchos países, México incluido, no tenemos el suficiente capital humano necesario para competir con aquellos que activan y controlan la economía del conocimiento. Esos resortes no están a nuestro alcance, y es que la economía del conocimiento no es otra cosa que la capacidad que se tenga de incorporar el conocimiento a todos los sectores del aparato productivo.

La pregunta entonces es: ¿Queremos seguir viviendo en los suburbios de la sociedad del conocimiento? Cuatro parecerían ser las asignaturas que hay que cursar, para formar parte de este nuevo y formidable concierto internacional:

1. Invertir, con visión de largo plazo, mayores recursos públicos y privados en educación, investigación y desarrollo;

2. Construir una red de universidades de clase mundial;

3. Incorporar la proporción de la población económicamente activa, incrementarla con estudios técnicos, de licenciatura, especialización y doctorado;

4. Atraer estudiantes de otros países, es decir, importar conocimientos y no sólo exportarlos, evitar que los nuestros se vayan y no regresen, y tratar de repatriar a los que están fuera y puedan contribuir a los programas de innovación y desarrollo.

Un efecto positivo y en todo caso ineludible de la globalización en los sistemas educativos, se desprende de las evaluaciones internacionales. Hay lecciones importantes que aprender de las diversas evaluaciones comparativas que ya se han realizado, a pesar de sus limitaciones y deficiencias. El hecho de que países, con independencia de su ubicación geográfica, en Europa (como Irlanda), en Norteamérica (como Canadá) o en Asia (como Corea del Sur), hayan sido exitosos a la hora de conjugar altos niveles de rendimiento con una distribución socialmente equitativa de oportunidades de aprendizaje, no puede pasarnos desapercibido. Hay que revisar nuestras políticas educativas, partiendo del principio de que la excelencia es un objetivo alcanzable. Los análisis comparativos nos pueden ayudar a decidir qué hacer para que nuestros alumnos aprendan mejor, nuestros profesores enseñen mejor y nuestras instituciones funcionen mejor.

Irlanda tiene ya un ingreso per cápita de 52 mil 900 dólares; Canadá ya rebasó a Francia y a Gran Bretaña en su capacidad innovadora, y la economía coreana creció 310 por ciento en los mismos 20 años en los que la mexicana creció 19 por ciento.

En el caso de las universidades, las distintas evaluaciones de los últimos años nos han ubicado en una posición respetable. Una Universidad que no se evalúa se devalúa. La Asociación Internacional de Universidades estima que hay más de 15 mil universidades e instituciones de educación superior en el mundo. Estar entre las 100 mejores, que son las consideradas como de rango mundial y ser la primera en Iberoamérica, es sin duda meritorio. Hay economías más grandes que la nuestra, como la española, que no tiene ninguna universidad en este grupo. Francia tiene 4, China ya tiene 3 y Alemania se ha propuesto llegar a 10 universidades de élite en los próximos años.

Un hecho incontrovertible es que siguen arrasando en esta nómina las universidades estadounidenses. Las asimetrías financieras son abismales. Harvard, que tiene un fondo patrimonial de 30 mil millones de dólares, atiende a 20 mil estudiantes; el Instituto Tecnológico de Massachusetts destina 6 mil 800 millones de euros a la investigación que realiza en mil 200 laboratorios con 2 mil 649 patentes registradas. Un euro invertido en investigación en Stanford obtiene, por el capital de riesgo que lo respalda, 40 veces más beneficios que en Francia, según el Instituto de Tecnología de París. Las universidades norteamericanas, más allá de sus propios recursos, reciben alrededor de 50 mil millones de dólares del Presupuesto del Gobierno Federal Norteamericano.

Precisamente por eso, lo que nosotros hemos logrado es meritorio. Es resultado del esfuerzo de todos los universitarios, incluidos sus egresados que nos apoyan y nos proyectan en diversos ámbitos del quehacer social, nacional e internacional. Pero en todo caso, lo que hemos podido mostrar, lo que me parece oportuno resaltar -el optimismo fundado-, es que hemos podido conjugar calidad y cantidad cuando nos lo proponemos, cuando somos capaces de generar las condiciones propicias para el trabajo académico de excelencia. Somos una Universidad orgullosamente pública. Universidad de masas sí, 285 mil estudiantes lo atestiguan; Universidad laica sí, como corresponde a un Estado laico al cual pertenecemos y defendemos; Universidad popular sí, porque creemos que la educación sólo tiene sentido cuando se convierte en un instrumento de movilidad social; pero también Universidad de élite, Universidad de calidad, Universidad de excelencia. Universidad que se transforma, que moderniza su oferta educativa, que transparenta el uso de sus recursos y rinde cuentas públicas de ellos, que certifica sus planes académicos y sus procedimientos administrativos; que se descentraliza, que no olvida, al contrario, que apoya a las humanidades; que fomenta y difunde la cultura como mecanismo de inclusión social, que realiza la mitad de la investigación científica del país, y que se resiste a someterse a las prioridades de los mercados que sólo ven a la educación como una transacción comercial con fines de lucro.

Ésta es, señoras, señores, la Universidad que hoy se honra al recibirlos en su claustro como Doctores Honoris Causa.

Colegas universitarios:

Equidad y calidad son los retos de nuestro sistema educativo; ciencia y tecnología es lo que necesitamos para insertarnos en la economía del conocimiento; humanidades y artes son imprescindibles para expresarnos y reconocernos cabalmente como lo que somos: un país multiétnico y pluricultural. En todo ello, los universitarios seguimos teniendo una misión que cumplir y un destino que alcanzar, el cual está indisolublemente ligado al destino de grandeza de nuestra patria.

“Por mi Raza Hablará el Espíritu”

PALABRAS DE RICARDO LAGOS, EX PRESIDENTE DE CHILE, DURANTE LA CEREMONIA DE INVESTIDURA DE SIETE PERSONALIDADES COMO DOCTORES HONORIS CAUSA DE LA UNAM.

Señor rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, señores académicos, profesores, estudiantes, trabajadores de la Universidad, colegas que reciben hoy este doctorado Honoris Causa; miembros del cuerpo diplomático; señoras y señores.

Ante todo, gracias a las autoridades superiores de esta antigua y prestigiosa universidad, por el alto honor que nos ha conferido a mí y a estas seis destacadas personalidades del mundo de la filosofía, la ciencia, la teoría política y las letras.

Gracias, asimismo, por la posibilidad de agradecer este grado académico a nombre propio y en el de estas seis personalidades. Gracias, en fin, quisiera agregar, porque el otorgamiento de esta distinción, al menos en mi caso, creo que es un reconocimiento también a lo que el pueblo de Chile ha hecho para hacer una transición de dictadura a democracia y, tras la libertad recuperada, buscar un camino de progreso para todos.

Es un alto honor compartir este doctorado aquí, con quienes aquí, en este podio, antes nos han precedido, como Henry Bergson, José Gaos, Arnold J. Toynbee, John Dewey, José Vasconcelos, Juan Ramón Jiménez, Rómulo Gallegos, Eduardo García Maynez, Levi-Strauss, Octavio Paz, Alan Touraine, entre tantos otros.

Por lo mismo, creo que agregar mi nombre a una compañía tan enaltecedora y magnífica responde más que al empeño que puede haber puesto por la actividad académica, sino más bien a la entrega sin condiciones para recuperar la democracia en mi país y por la misma entrega como presidente de Chile para mejorar las condiciones y expectativas del pueblo. Esto, por cierto no excluye ese componente de generosidad que veo y aprecio en la decisión de esta universidad al otorgarme esta distinción.

Si la institución universitaria es antigua y persistente, antigua y persistente en su tarea de cultivar, difundir y renovar críticamente el saber superior en ciertos campos y disciplinas, y con un alto nivel de exigencia, esta universidad en particular, también antigua y persistente, tan antigua como su fundación en 1551, y tan persistente como la fidelidad que ha sabido guardar a su lema “Por mi raza hablará el espíritu”, un lema que expresa bien la vocación humanista con que esta universidad fue concebida, y cuya autoría como se sabe pertenece a uno de sus rectores: José Vasconcelos, el llamado “maestro de América”, yendo a repartir libros de manera gratuita en escuelas, universidades y bibliotecas. Esparció en México la palabra y con esparcir la palabra, la época de tiempos mejores.

José Vasconcelos acuñó este lema para esta universidad; fue también porque él creía en el encuentro y en la mezcla de diferentes culturas, es algo así y no la hegemonía proletaria de una sola cultura a la que debería conducirnos el progreso de la llamada globalización, un proceso para que desemboque en un resultado feliz o acaso tan sólo justo y aceptado, que requiere ser orientado por acuerdos y normas supranacionales y no quedar librado a sí mismo, desregulado, confuso y lo que es peor, agudizando en vez de atenuar, las condiciones y desigualdades en la vida que tienen los seres humanos en los distintos continentes.

Una globalización sin reglas conduce a un mundo injusto, cuyas reglas se establecen por el poder de los magnates y poderosos de la Tierra, una globalización con rostro humano obliga a tener un sistema de reglas acordado por todos.

Fue en Santiago de Chile, en nuestra Casa de Gobierno, con motivo de la Conferencia Presidencial, que escuché decir a Carlos Fuentes que: “Adquirir una identidad es tan importante como adquirir un nombre”, aunque, agregó, “la cuestión hoy a diversos niveles es saberse mover de la identidad adquirida a la diversidad por adquirir”.

Cuando las desigualdades se agudizan, hay que decirlo una y otra vez, sufre también la libertad, desde el momento que la titularidad y ejercicio de libertades reconocidas por las constituciones en cada Estado democrático, también por el derecho internacional en materia de derechos humanos, esa titularidad, ese ejercicio se ve menoscabado, al haber individuos que no consiguen satisfacer sus necesidades básicas de alimentación, salud, vivienda y educación.

Por ello es que, como tuve ocasión de señalar ante el Congreso pleno de México, en diciembre del año 2000, el sentido más profundo de nuestros países, de nuestras políticas públicas, está en cómo somos capaces de construir la red necesaria de protección social para que en nuestras sociedades no exista el temor a la enfermedad, por tener un sistema de salud que protege; no existe el temor a la ignorancia, porque hay un sistema educacional; no existe el temor a la intemperie, porque hay una política de vivienda; no existe el temor a la vejez, porque hay un sistema de seguridad social. Estos son los grandes temas.

Pero también quisiera llamar la atención en esta Universidad Nacional, que nos confiere esta distinción: refuercen en su título la palabra autónoma. Desde el momento en que la autonomía surge como un atributo propio de la institución universitaria; autonomía, que es mucho más que autogobierno de instituciones, como nos lo ha recordado el señor rector esta mañana, sino un compromiso explícito y real con la libertad de investigación y libertad de cátedra, dando acogida a todas las corrientes del pensamiento, sin exclusión, y relegando asimismo cualquier interés individual que pueda anteponerse al bien común de la Universidad.

Así las cosas, estamos acostumbrados a decir que todas las universidades son autónomas si vemos sólo su autogobierno y nos falta este segundo sentido.

Esta Universidad, que estampó en su propio nombre la palabra autónoma, fue entonces para asegurarse de no dejar nunca ninguna duda acerca de que, junto con gobernarse a sí mismo, esta Universidad tiene un carácter deliberadamente público, laico y un compromiso irrenunciable tanto con las libertades como con el pluralismo, como nos ha recordado también el rector esta mañana.

Y es una universidad al servicio de México y de valores que son también universales. Por ello aquí celebramos a esta Universidad como lo que es: orgullo para su país y para la América Latina.

Y esa autonomía de esta Universidad es entonces esencial para enfrentarnos desde la razón y la ciencia, a modos de pensar que nos tienen que conducir a todos somos capaces de tener una sociedad mejor.

En último término, la Universidad hoy es la entidad por excelencia para pensar las sociedades en las cuales la Universidad está enclavada.

Cuando vivimos en un mundo complejo, donde a ratos se busca simplificar con reduccionismos inaceptables para la razón, la descripción del mundo donde estamos, es tarea de la Universidad enfrentar esos reduccionismos para poder tener entonces, claridad en el pensar en este siglo XXI.

En efecto, circulan apreciaciones e ideas que dicen relación con el peligro de muchos reduccionismos que acechan hoy, tanto en el plano de las ideas como en el del comportamiento de los gobiernos, de las organizaciones e, incluso, de las personas.

Excúsenme si aquí, esta mañana, quisiera recordar algunos de esos reduccionismos que en mi concepto tenemos que ser capaces de enfrentar. El primero y más obvio de ellos, son aquellos que enfatizan la libertad con tanta fuerza, pero libertad es ante todo un valor político y cultural; algunos hoy la visualizan sólo en el ámbito estrictamente económico, como si bastara con ser libres a la hora solamente de contratar, de comprar, de vender; libres para fijar precios y acceder y tomar decisiones en el mercado de bienes y servicios. Sí es importante, el consumidor es importante, pero digámoslo, la libertad como valor político y cultural es ante todo el ejercicio de los ciudadanos.

Consumidores y ciudadanos somos todos, pero en tanto ciudadanos somos todos iguales, como consumidores hay desigualdades.

Reducción, asimismo, en donde el concepto de democracia algunos lo vinculan a la necesaria gobernabilidad o gobernanza, como se dice en otros lados, lo cual equivale entonces a limitar la participación ciudadana en beneficio, se dice, de la libertad de sistemas políticos y económicos, asentados muchas veces en el temor al pasado y no en las urgencia del presente, y en nombre de esta gobernabilidad no nos atrevemos a mirar al pasado que tienen todas y cada una de nuestras sociedades.

Y ahí tenemos otra reducción, el pasado, por oscuro que pueda ser, si en el caso de los países de Latinoamérica hay momentos históricos recientes de verdadera y honda oscuridad, el pasado no está allí para ser olvidado, menos aún para ser temido, sino el pasado está para ser reconocido y entendido, y para que nos aleccione también sobre errores en los cuales no debemos volver a incurrir, y sobre los horrores que nunca más tienen que acaecer en nuestras sociedades.

No sin razón, y a propósito de la propia cultura mexicana, un compatriota vuestro, Guillermo Tovar, advirtió que cuando una sociedad se propone recuperar su memoria es porque desea habitar su alma, recuperar su memoria para habitar su alma.

Por ello me tocó, como presidente de Chile, expresar que no hay mañana sin ayer, si no éramos capaces de reconocer las grandes violaciones a los derechos humanos que tuvieron lugar en mi patria, y que han cambiado por desgracia a ratos en nuestra América convulsionada.

Al dirigirme a mis compatriotas dije y le hablé a Chile a partir del informe de la Comisión Valedi sobre violaciones a los derechos humanos, presos políticos y tortura, y señalé con mucha claridad: para nunca más vivirlo nunca más negarlo.

También se reduce a ratos en el ámbito de la educación, como si ésta fuera la simple capacitación, como si todo el sentido de los procesos de enseñanza y aprendizaje constituyeran algo así como un precalentamiento con vistas a la obtención de plazas laborales más atractivas desde el punto de vista de los ingresos de las personas.

Es cierto, a medida que avanzamos, como bien lo recordaba el rector, en el número de años de estudio, estamos pudiendo determinar el ingreso futuro de esas personas, pero tampoco nos parece que se pueda reducir el trabajo sólo a empleo.

Qué es lo que ocurre al tratar el trabajo como mercancía, una mera variable de ajuste al servicio de expectativas y utilidades de quienes dan y ofrecen trabajo, en circunstancias que el trabajo tiene no sólo una significación económica, sino también una dimensión espiritual que guarda relación con el desarrollo y la realización personal de los individuos.

Por ello es que a ratos, como aquí se ha recordado, no se puede reducir la felicidad sólo al bienestar y el bienestar a la posesión y consumo de bienes materiales por importantes que ellos sean, nos olvidamos entonces de la lúcida advertencia de Aristóteles: La felicidad es aún más deseable que todos los bienes, y la felicidad no está incluida en la enumeración de todos los bienes, como en ocasiones también se reduce el desarrollo humano al desarrollo económico y el desarrollo económico al crecimiento de la economía, en circunstancias que el crecimiento es condición del desarrollo económico de los pueblos, pero no es lo mismo, porque mientras el desarrollo económico es tan sólo uno de los componentes de un desarrollo auténticamente humano como varios de aquellos que han recibido hoy esta distinción honorífica lo han señalado en sus libros, o como ha dicho un dramaturgo nuestro allá en Chile: “Basta de hechos, exijo sueños y promesas”.

Es esa misma globalización a la cual me refería anteriormente, que se empequeñece cuando la globalización la entendemos sólo como un libre flujo del dinero, acaso de bienes y en muy poca medida de las personas, como se aprecia en aquellas políticas públicas absurdas, sino derechamente crueles, en donde países donde prevalece la abundancia se valen para obstruir la libre circulación de las personas; y las posibilidades que estas personas traspasen sus fronteras nacionales en busca de mejores oportunidades.

Qué globalización es está cuando circula todo menos el ser humano, en tanto el ser humano debiera estar en el centro de nuestras demandas colectivas. En último término es para el ser humano que estamos aquí, y es el centro de nuestros deberes.

Quisiera decir, por último, en materia de estos reduccionismos que hoy tenemos, en cuanto a relaciones internacionales y todo un sistema internacional dificultosamente construido para garantizar la paz y la prosperidad tan esquivas en muchas naciones, cuando a ratos queremos concentrar que el único fenómeno internacional del presente es el terrorismo, sustituyendo de paso la ecuánime y prudente multilateralidad por conceptos unilaterales que no hacen bien siquiera a los países o gobiernos que las adoptan.

Nadie quiere mostrarse complaciente con el terrorismo. Nadie. Y entre nosotros la valentía de un Savater habla por sí sola. Nadie complaciente con el terrorismo, provenga de donde provenga, se le practique en nombre de una religión, de una ideología, de una etnia. Pero es un error tanto moral como práctico hacer creer que al terrorismo se le podrá derrotar por sus propias armas, al margen de la ley, que es lo que ocurre cuando la total sinrazón del terrorismo se opone a la similar sinrazón que una fuerza unilateral, inconsulta, desregulada, excesiva.

Por ello, quisiera decir aquí que uno de los fines del derecho es la paz, y a ese fin apuntan los órdenes jurídicos internos de cada Estado, los cuales después de un largo proceso han logrado que el Estado monopolice el uso de la fuerza, y la prohibición del uso de la fuerza por los individuos, en esa misma dirección que debiéramos trabajar, tratándose del derecho internacional.

Sí, mis amigos, es difícil imaginar hoy un gobierno a una escala mayor que el Estado nación, un gobierno que avance hacia un Estado autoritario.

Pero también fue difícil al finalizar el Medioevo, cuando se pasaba de la realidad de los señores feudales al Estado nación. Parecía imposible en nuestra historia occidental el que aquello ocurriera y ocurrió. Y a ratos pienso que estamos en los inicios de un gran proceso, en donde para garantizar la paz entre naciones inevitablemente habrá que propiciar y reforzar instancias supranacionales que puedan tomar decisiones que sean vinculantes para todos los países de la Tierra, así como los órganos de cada Estado fueron capaces de adoptar en forma obligatoria para todos sus habitantes estas definiciones.

Sólo de esta manera, me parece, podremos hacer realidad aquello que nos planteara Isaías Berlin con tanta fuerza, cuando dijo que de la razón y de la capacidad de ésta para desarrollar actividades tan altas como la filosofía, que todos, personas y países, organizaciones y gobiernos, deben actuar a plena luz, en vez de hacerlo salvajemente en la oscuridad.

Señoras y señores, quienes recibimos hoy esta distinción académica nos sentimos hoy más que antes parte de este entrañable y solidario país que es México. Quién puede ignorar que ustedes, mexicanos, tienen sus problemas como cada país los tenemos; quién no los tiene.

Pero México, con sus cualidades humanitarias más sobresalientes, ostenta el privilegio de acoger a los demócratas y libertarios del mundo que por cualquier motivo tuvieron alguna vez que abandonar sus países en momentos en que soplaron en ellos vientos adversos para la democracia y para la libertad.

Quién de los españoles republicanos que aquí llegaron y que dieron origen después al Colegio de México, cuántos fueron chilenos que arribaron a México luego del golpe de Estado del 73, cuántos brasileños, argentinos, uruguayos, cuántos latinoamericanos en fin, que tuvieron aquí la acogida que precisaban al momento de padecer el exilio

Gracias, gracias a México por lo que hizo, y gracias, asimismo también, por vuestra radiante cultura de más de 400 años. Esa cultura, que hay que destacar, que incluye de la música a la pintura, de la artesanía a la arquitectura, del cine al patrimonio prehispánico, desde su arqueología hasta su espléndida cocina. Humanamente hablando, pero también culturalmente hablando, México es un relato interminable para escritores, poetas y novelistas.

Y hoy entonces, concurrimos aquí, señor rector, para agradecer además de mi persona, un filósofo entusiasta, lúcido, accesible como pocos, como Fernando Savater; un cientista política crucial en el análisis de la democracia y sus instituciones, que ha sido esencial, casi diría, para fundar la ciencia política y no las ciencias políticas, como Giovanni Sartori.

Una escritora que ha embellecido nuestra comprensión del mundo latinoamericano, como Nélida Piñón, firme defensora de los derechos humanos; una mujer filósofa como Juliana González, que sabe tanto del bien como del malestar que produce la cultura mal entendida, y cuyos trabajos sobre ética y libertad han derramado no poca luz para el entendimiento de los problemas contemporáneos.

Un investigador de la talla de Ricardo Miledi, cuyas investigaciones en el campo de la neurobiología lo hicieron merecedor en el año 90 del Premio Príncipe de Asturias; y un científico también mexicano, Leopoldo García-Colín, que desde niño comenzó haciendo pequeños experimentos en el laboratorio de su padre, y que ha alcanzado una excelente comprensión de aquellos fenómenos que ocurren para los arcanos, en esa borrosa frontera que existe entre la química y la física, y que a partir de comenzar a borrar aquella frontera comenzó a avanzar.

Todos ellos, cada cual en su respectivo campo de trabajo, saben también cómo la filosofía se reduce a veces a manuales de autoayuda, cómo la ciencia a sus aplicaciones tecnológicas, el arte a la mera expresión de la subjetividad y la ciudadanía a un sufragio puramente ritual y emitido de la expresión de la subjetividad, y que cada vez en nuestros países se emite como mayor reclamo; es decir, en cada uno de nuestros ámbitos, también hay a ratos, un deseo a constreñir la riqueza del saber a cuatro o cinco recetas vanas.

A eso creo que está llamada la universidad, esta universidad con su autonomía y con su trayectoria, junto al resto de las universidades en nuestra América. Aquí, cada uno de los que hoy reciben esta distinción ha buscado en cierto modo lo que Henri Bergson buscó, lo que intentó José Vasconcelos, lo que en nuestro país intentó un filósofo Jorge Millas, ¿cómo unimos pensamiento y acción?, es decir, cómo tratar de pensar como un hombre de acción e intentar comportarse con los que están en la acción como hombre de pensamiento.

Algo que ha sido también una constante, en cierto modo en mi propia vida, tanto política como académica, el paso de la academia a la política no es fácil, pero es que la academia es lo que da lo esencial para la acción.

Pongámoslo así, una acción que no va precedida de pensamiento es ciega, y un pensamiento que no puede traducirse en una acción a ratos es un ejercicio futil, y es también la combinación y el equilibrio entre pensamiento y acción lo que podrá permitirnos superar aquellos reduccionismos a los cuales me he referido y que me parecen esencial enfrentar hoy día.

Pablo Neruda, en uno de sus poemas más célebres se pregunta: ¿y el hombre dónde estuvo? ¿dónde estuvo el hombre?, se pregunta cuando ve las alturas de Machu Picchu. Las generaciones futuras podrán también interpelar a los protagonistas de los tiempos de hoy con una pregunta semejante: ¿y el hombre, dónde estuvo? Porque cuando el hombre desaparece del centro de nuestras preocupaciones lo que se apodera de cada sociedad y del mundo es un completo vacío y sinsentido.

Si hace cientos de miles de años uno de nuestros remotos antepasados se irguió sobre sus extremidades posteriores, fue ciertamente para ver más lejos, pero también para ser visto mejor por sus propios semejantes. Ver y ser visto, la mirada en el horizonte, pero también en los demás, puesto que hablando en propiedad nada hay realmente que un hombre pueda hacer por sí solo.

Entonces y una vez que el hombre se irguió, la colaboración con sus hermanos surgió; colaboración, un poco más adelante solidaridad, esa y no otra tendría que ser la clave que nos oriente en la búsqueda de un mundo mejor.

Excúsenme si para concluir recurra a ese gigante que fue Octavio Paz, que en una ceremonia igual a ésta, cuando fue investido doctor Honoris Causa en esta Universidad en 1978, afirmó que la solidaridad es la gran ausente de nuestras sociedades contemporáneas, y que nuestro deber es redescubrirla y practicarla.

La solidaridad decía él, es el puente que se necesita tender entre libertad e igualdad, para que aquella, la libertad, no sea sacrificada en nombre de la igualdad y para que ésta, la igualdad, no sea inmolada en el altar de la libertad.

Quisiera entonces concluir con estas palabras del gran Octavio Paz, que nos recuerdan que la búsqueda de esa trilogía, de libertad, igualdad y solidaridad, ese acicate que está tras nuestros desvelos para tener un mundo mejor, pero que fueron los desvelos que se inician con el ser humano en este planeta, de lo que son los desvelos que nos permiten tener el horizonte y la línea del horizonte como la utopía a la cual queremos llegar, por la cual caminamos hacia esa línea del horizonte día a día. Pero que como toda utopía, a medida que caminamos para concretarla ella se nos hace un poco más lejana para tener más fuerza en seguir caminando.

Y esa fuerza para seguir caminando, señor rector, es la que el ser humano normalmente trae de lo que se crea aquí, en el mundo universitario. Y esa fuerza, entonces, señor rector, es la que nos hace clamar para concluir de la misma manera que usted concluyó: “Por mi raza hablará el espíritu”.

Muchas gracias.