Boletín
UNAM-DGCS-631
Ciudad
Universitaria
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El problema fundamental del agua en nuestro país no es la
falta del vital líquido, sino la conservación y uso que se le da al mismo; por
tanto, tiene solución, afirmó Julia Carabias, investigadora del Instituto de
Ecología de la UNAM.
Al participar en la mesa
redonda Agua y cambio climático: retos y perspectivas –en donde también
intervino Mario Molina, investigador de la Universidad de California en San
Diego y Premio Nobel de Química–, la especialista añadió que desde la
perspectiva ambiental, las prioridades se encuentran en cuatro ejes rectores:
conservar el ciclo hidrológico, hacer un uso integral y sustentable, mejorar la
calidad de vida de la población, así como buscar adaptaciones frente al cambio
climático.
En México en especial, el reto es que para el año 2050 la
demanda a satisfacer será de 150 millones de habitantes, por ello se necesita
incrementar la infraestructura, que implicará por lo menos atender a 60
millones de nuevas personas con agua potable, además de las que ya están
rezagadas; otro desafío es revertir el deterioro en su calidad, advirtió.
Afortunadamente, dijo, existen medidas específicas para
evitar una crisis en el sector, como conservar las cuencas y ecosistemas; hacer
más eficiente el uso de veneros subterráneos, detener y revertir su
contaminación, y ampliar la
infraestructura.
Refirió que el país puede dividirse en dos zonas: una
bastante seca en el norte, que recibe 32 por ciento del líquido pero tiene al
68 por ciento de la población; y otra demasiado húmeda en el sur, con 68 por
ciento del recurso para 23 por ciento de habitantes; por tanto, las políticas a
implementar deben ser diferentes.
Recordó que 70 por ciento del planeta está conformado por
agua; sin embargo, poco más del 97 por ciento de ella es salada, el resto es
dulce; de esta última, 69.56 por ciento no está disponible, sino congelada, y
30 es subterránea; por tanto, el resto queda para resolver las necesidades de
la humanidad.
En el auditorio Alberto
Barajas Celis de la Facultad de Ciencias, la especialista comentó también que
es un líquido vital y motor de desarrollo. Los conflictos por ella se agudizan
por el crecimiento demográfico, incremento en los patrones de consumo, así como
por un mal uso y el cambio climático. Estos elementos generan cada vez una
situación más crítica en el mundo, pues 40 por ciento de la población total ya
vive en situación de estrés hídrico.
Por su parte, Mario Molina Pasquel, Premio Nobel de
Química 1995, destacó que hay evidencia de que el calentamiento global se puede
atribuir a actividades humanas. Hay una correlación entre cantidad de bióxido
de carbono –fundamentalmente a partir de que inició la era industrial; es
decir, debido a la utilización de combustibles fósiles– y la temperatura
promedio de la superficie del planeta. Otra más es que el hielo de los polos se
está derritiendo.
Si se acepta lo anterior, se pueden hacer proyecciones
donde, si se continúa operando como hasta ahora, habrá cambios caloríferos
preocupantes, de más de dos grados; en el mismo orden de magnitud que lo habido
entre una época interglacial y una glacial. Los datos también indicarían que
serían más pronunciados en las latitudes altas y sobre los continentes, indicó.
Si bien trae algunas ventajas
consigo, en general, son dañinos, sobre todo para las sociedades humanas: hay
impactos a la salud (mortalidad por olas de calor, enfermedades infecciosas y
respiratorias), en la agricultura (mayor demanda de irrigación, pérdida de
cultivos), bosques (en su composición y extensión geográfica), recursos del
agua (suministro) y en zonas costeras (pérdida de sistemas ecológicos y
playas), explicó.
Mario Molina aseveró que el análisis lleva a los
individuos a realizar preguntas sencillas, tales como si le está pasando algo
de importancia al medio ambiente a consecuencia de la actividad antropogénica,
si es necesario que las sociedades hagan algo al respecto, y si ese fuera el
caso, cómo debería resolverse el problema. En las respuestas, “todo el planeta
debe participar”.
A su vez, Víctor Magaña Rueda,
investigador del Centro de Ciencias de la Atmósfera (CCA), recalcó que se vive
en un planeta mucho más caliente. En el caso de la Ciudad de México entre 1900
y 2000 la temperatura ha subido de 15 grados centígrados a 18. Ello, se debe al
cambio global y local, por la urbanización, que ha creado lo que se denomina
una “isla de calor”.
Adicionalmente, sostuvo, en la capital del país se
empieza a notar “que las temperaturas
extremas en la ciudad lo son cada vez más”, fundamentalmente desde hace una
década. Respecto a las modificaciones en cuanto a los ciclos de las lluvias, de
las cuales se sabe menos que del cambio climático, las proyecciones señalan que
disminuirán entre cinco y 10 por ciento anualmente, lo cual significa menos
agua disponible.
De este modo, el problema del calentamiento es global,
pero los impactos son locales. Lo que se puede hacer al respecto, consideró,
son dos cosas: la mitigación –al reducir las emisiones de bióxido de carbono– y
la adaptación.
Concluyó que aunque persistan incertidumbres en cuanto al
calentamiento global, se trata de un problema ambiental real, quizá el más
importante del presente siglo.
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FOTO 01
Víctor Magaña
Rueda, investigador del Centro de Ciencias de la Atmósfera de la UNAM, informó que en la Ciudad de
México, entre 1900 y 2000, la temperatura subió de 15 grados centígrados a 18.
FOTO 02.l
Julia Carabias,
investigadora del Instituto de Ecología de la UNAM, y Mario Molina, Premio
Nobel de Química 1995, durante la mesa redonda Agua y cambio climático: retos y
perspectivas.