Boletín UNAM-DGCS-803
Ciudad Universitaria
![]() |
Pies de foto al
final del boletín
·
Señaló en la UNAM Denise Dresser, columnista de la revista Proceso
·
Participó en el Segundo Coloquio Las güeras
y las prietas. Raza y género en la construcción del escenario político,
organizado por el Programa Universitario de Estudios de Género
·
Marisa Belausteguigoitia, directora de dicha instancia
universitaria refirió que mucho se ha dicho de las mujeres y sus luchas, pero
poco o casi nada sobre las implicaciones del color de la piel
La normalidad en México es anormalidad en países
multiculturales, con políticas públicas que promueven los derechos y la
dignidad de sus minorías, así como reglas escritas y no escritas que protegen a
los negros, a las mujeres tanto güeras como prietas, a los transexuales,
indígenas y discapacitados, indicó en la UNAM Denise Dresser, columnista de la revista Proceso.
Al participar en el Segundo Coloquio Las güeras y las
prietas. Raza y género en la construcción del escenario político –organizado
por el Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG)–, añadió que en esta
nación todavía es posible clasificar a las mujeres por su color de piel,
descalificar a las personas por su nacionalidad, despedir de su trabajo a
mujeres embarazadas o matarla sin recibir castigo.
En este marco, Marisa Belausteguigoitia, directora del
PUEG, refirió que mucho se ha dicho de las mujeres y sus luchas, pero poco o
casi nada sobre las implicaciones del color de la piel. Al respecto, señaló,
existen muchos puntos a analizar, incluso contradictorios, como la vergüenza de
ser privilegiadas o de no serlo. Inclusive hay mujeres que pueden ser
intermitentemente las dos cosas, güeras y prietas, y hay quienes no pueden ser clasificadas
en ninguno de esos rubros.
Por eso, afirmó en la Mesa 1 Ser
güera y ser prieta desde la creación y la crítica, se ha invitado a mujeres,
que no saben ni quieren quedarse calladas, “a hablar así, sobre la piel, desde
la piel”, lo cual es un reto, pues implica confesión, un ejercicio en relación
con lo que duele.
Se busca crear puentes entre proyectos afines, llegar a
un mayor entendimiento de las unas y las otras, insistió en el Auditorio de la
Coordinación de Humanidades la funcionaria universitaria. De ahí que las
participantes “se preguntarán que significa vivir desde un cuerpo marcado no
sólo por el género o la clase o la sexualidad, sino por el hecho de ser güera o
prieta en México”.
Denise Dresser, por su parte,
agregó que en nuestro país hay un uso extendido de frases como naco, vieja,
gata y prieta. Pero esta realidad no indigna lo suficiente, no produce las
reformas necesarias, porque en México la anormalidad es vista como normal,
porque las mayorías complacientes ignoran a las minorías marginadas, porque las
mujeres, güeras o prietas son vistas como ciudadanas de segunda.
Porque aquí, expresó, se cubre los ojos con la máscara de
los mitos fundacionales, esas ficciones indispensables del país mestizo,
incluyente y tolerante, que es clasista más no racista, que abolió la
esclavitud; que es progresista y donde un indio llegó a ser presidente; que le
abrió la puerta a los extranjeros. “Esas medias verdades que son como bálsamo,
como ungüento, que permiten ante el peor de los pecados dormir tranquilos por
las noches”.
Esa, aseguró, es la realidad de una nación que no quiere
confrontarla, que se precia de sus buenos modales y su gentileza, donde nadie
nunca dice no, donde todos se besan en la mejilla y se apuñalan por la espalda,
donde nadie nunca se declara homofóbico, racista o machista y a favor de la
violencia.
“El país descrito, indicó, no es donde quiero vivir:
quiero buenas noticias y cifras, por ejemplo, despertar en una realidad mejor:
encontrarme con un político que sepa construir y no sólo destruir, planear y no
sólo improvisar, gobernar y no sólo fingir que lo hace. Que haya funcionarios
que entiendan su labor y la desempeñen, así como los debates necesarios en
cualquier parte a cualquier hora y en cualquier medio. México, aseveró, puede y
debe aspirar a algo mejor, lo cual no es demasiado pedir”.
A su vez, la escritora María Teresa Priego consideró que
prieta y güera son dos palabras-heridas, reflejo de identidades partidas,
disociadas por la fuerza, y cuya arbitrariedad en cuanto a sus posibilidades de
lectura y clasificación es prácticamente infinita. En México cada familia
mestiza tiene sus cuotas de ambas. No sólo se refieren al físico: una cosa es
lo que vemos, el color de la piel que tenemos gracias a la melanina, y otra lo
que llevamos por dentro.
La también integrante del
Consejo Consultivo de Debate Feminista, señaló
que en este país somos las dos: queremos ser más güeras para ser menos
colonizadas, y más prietas para ser menos colonizantes. En otros países la otra
es la otra, pero nosotras no: hay quien viene de un padre prieto, como el
carbón, y una madre güera, como la crema chantilly, por tanto, los hijos salen
combinados. Así, somos familias de prietos-güeros, divididos por discursos
racionales.
Detalló que “ser discriminado
duele hasta las orejas y discriminar envilece hasta las orejas”. El acto es
narcisista, que se coge de cualquier pretexto; además, es la mutilación del
sujeto que la padece, porque no existe posibilidad de bienestar a largo plazo,
menos aún cuando el otro es parte de uno mismo, cuando cada mestizo prieto
contiene un güero, y viceversa.
Por último, Adriana González Mateos, de la Universidad
del Claustro de Sor Juana, sostuvo que muchos trabajos de crítica feminista
dedicados a estudiar la literatura escrita por mujeres dentro del ámbito
académico mexicano, han tendido a privilegiar ciertas construcciones del género
que suponen una identidad femenina común a todas la mujeres, particularmente
basada en la experiencia de las heterosexuales de clase media, ignorando a
otras. Sin embargo, el género, la clase y la raza se entreveran de manera
compleja.
Asimismo, se refirió al cuento
de Elena Garro El árbol, publicado en 1964, donde narra la relación entre una
criolla de la ciudad de México y una mujer indígena. En un relato donde se
muestra el enfrentamiento racial y de clase en toda su dureza. No hay ninguna
solidaridad de género, la relación entre la sirvienta y la señora es de odio,
que se alimenta también de la incompatibilidad de dos mundos y sus posturas.
Recordó también a Elena
Poniatowska al tratar el tema, pero ella
presenta en uno de sus textos la perspectiva de la mujer de clase media
en términos de las vicisitudes de la miseria urbana. Entre la güera y la prieta
no sólo hay injusticia y odio, sino una intimidad, envidia y rencor, y a veces
también engaño.
Lo cierto, concluyó González Mateos, es que la diferencia
entre la güera y la prieta es de lugar, de situación. Cuántas veces, señaló, no
nos hemos visto a nosotras mismas diciendo: sí, señor.
-oOo-
FOTO 01.
En la UNAM se
llevó a cabo el Segundo Coloquio Las güeras y las prietas. Raza y género en la
construcción del escenario político, organizado por el Programa Universitario
de Estudios de Género.
FOTO 02
Marisa Belausteguigoitia
y Denise Dresser durante el Segundo Coloquio Las güeras y las prietas. Raza
y género en la construcción del escenario político, organizado por el PUEG
de la UNAM.
FOTO 03
Un grupo de
analistas y académicas participaron en el Segundo Coloquio Las güeras y las
prietas. Raza y género en la construcción del escenario político, en la UNAM.
FOTO 04
Amplia participación registró Segundo Coloquio Las güeras y las prietas. Raza y género en la construcción del escenario político, organizado por el PUEG de la UNAM.