Boletín UNAM-DGCS-311
Ciudad Universitaria
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En el caso de los
hombres, el de ser siempre activos en el ámbito coital y, en el de ellas, en
ser invariablemente pasivas, indicó Patricia Bedolla Miranda, de la Facultad de
Psicología
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Hay tantas
expresiones eróticas como seres humanos, por eso no se trata de un
comportamiento mecánico, aseveró Selma González Serratos
Bajo
los enfoques de género, la concepción de placer remite a un modelo de subordinación
que ha cosificado su ejercicio en ambos sexos: en el caso de los hombres, el de
ser siempre activos en el ámbito coital y, en el de ellas, en ser
invariablemente pasivas, afirmó Patricia Bedolla Miranda, profesora de la
Facultad de Psicología de la UNAM.
Para transformar este paradigma, considerado
violento, añadió, es necesario develar las estructuras sociales de poder que
constituyen el fundamento de una moral represora, la cual intenta privar a la
mitad de la humanidad de la libre elección y de ser más que un objeto, sino
sujeto del mismo.
Al
dictar la conferencia De la violencia al placer, efectuada en el Palacio de
Minería, la psicóloga indicó que se trata entonces, de desligar la sexualidad
de la sola actividad procreativa de la especie o sólo delimitarla al coito, al
orgasmo de genitales, mecanizado y desprovisto de erotización.
Es,
dijo, un modelo limitado, un afán de poder en donde se manifiesta sin
cortapisas la agresión de género; en donde, por ejemplo, puede condensarse a un
cuerpo femenino el asesinato en serie, sin que las sociedades democráticas y
con aspiraciones de liberalismo moral se conmuevan.
Así
es como las colectividades–modelo fabrican las ideas de lo que deben ser
hombres y mujeres, y cómo han de elaborarse psíquica y tradicionalmente los
intercambios culturales y exclusiones colectivas que le dan forma y
direccionalidad a la sexualidad, subrayó.
De
este modo, aseguró, la lógica de dominación vulnera a las personas con hechos
brutales, muchos incluso ocultos; es el caso del hostigamiento sexual, el cual,
en ciertos contextos, todavía es avalado como formas naturales de relación. De
hecho, en esta práctica se evidencia mejor el vínculo entre poder, goce y
rudeza.
Esta
tendencia de concebir a la mujer como objeto de deseo y no como ser sexuado, en
el estereotipo, llega a subrayar los caracteres externos y la seducción de su
contraparte, la cual, en su forma tradicional, aprende a desarrollar una
práctica desmedida y a tener la posesión de un cuerpo femenino, consideró.
Ante
este mandato social, expresó, ellas se convierten en blanco predilecto de
agresiones, como violación y acoso, en donde hay grandes dosis de abuso de
autoridad.
En
realidad, todavía existe en el mundo un gran número de mujeres que dependen de
la aprobación masculina para aceptarse, llevando una vida sexual donde
complacer al otro es más importante que a sí misma. Por ello, destacó, muchas
veces el halago del varón les es tan necesario para valorarse; sin embargo,
aceptar una agresión verbal constituye una violencia.
Es
necesario deconstruir estos conceptos y elaborar un nuevo significado. Se requiere “trabajar social e
individualmente en una ética feminista que pretenda alcanzar una moralidad
centrada en la sensibilidad, dirigida hacia los intereses personales, sin
olvidar los contextos sociales e históricos”, refirió.
Además,
buscar medios que faciliten a ambos eliminar prácticas inequitativas, violentas
y sexistas, para cimentar sociedades que permitan la reapropiación de nuestros cuerpos, precisó.
Al
dictar la conferencia Erotismo femenino y masculino desde la sociocultura,
Selma González Serratos, profesora de la FP, sentenció: “El erotismo es el
elemento que nos remite a las experiencias más comúnmente identificadas como
sexuales. Es una cuestión aprendida, matizada por lo social y, por lo tanto, no
es un instinto”.
Hay
tantas expresiones como seres humanos, por eso no se trata de un comportamiento
mecánico. Las señales de este tipo están dirigidas específicamente a alguien
que nos interesa y, por lo mismo, los demás no lo notan, comentó.
En
el acto erótico intervienen siempre dos o más, pero nunca uno, por lo tanto es,
ante todo y sobre todo, ser de otredad. La conciencia humana del sí mismo se
asienta en la imagen del cuerpo, la cual es una construcción tanto libidinal
como comunitaria, porque se comparte, puntualizó.
Existe
un sentido corporal profundo cuando se considera parte de lo humano, es decir,
conformación de sí mismo que nos constituye y nos permite expresarnos mediante
todos sus significados y sus más profundas intencionalidades, reveló.
Estas
capacidades, abundó, constituyen y construyen la imagen que crea la conciencia
de la mismidad, la cual se elabora dentro de un contexto de afectos, tactos,
olores, sabores, miradas, sonidos y emociones; es decir, se integra tanto por
la libido como por lo social, abundó.
Así,
las partes erógenas del cuerpo son percibidas por las personas, como más
cercanas a ellas mismas en cuanto a las sensaciones que producen, pues éstas
son íntimas, concluyó.
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