Boletín UNAM-DGCS-228
Ciudad Universitaria
Pies de fotos al
final del boletín
FRECUENTE LA
DESINTEGRACIÓN DE FAMILIAS CON HIJOS CON ALGUNA DISCAPACIDAD
·
Coincidieron en señalar las profesoras
Esther Zúñiga y Elia Lázaro, de la Escuela Nacional de Trabajo Social de la
UNAM
·
Los padres con algún vástago en esta condición suelen abandonar el hogar,
señalaron
·
Es imposible ponerse en el lugar de ellos, por lo que sugirieron acudir
con un especialista para orientarlos sobre cómo abordar la situación
Tener un hijo con discapacidad es un hecho
extraordinario dentro de la familia y bajo ciertas circunstancias puede ser el
detonador de la desintegración, porque su presencia requiere de cuidados
especiales y que las madres centren en él toda su atención, con lo que
desplazan al resto de los miembros, señalaron Elia Lázaro Jiménez y Esther
Zúñiga Macías, profesoras de la Escuela Nacional de Trabajo Social (ENTS) de la
UNAM.
De acuerdo con Lázaro Jiménez, los padres con
algún vástago en esta condición suelen abandonar el hogar, lo que complica la
situación. Si bien el progenitor puede acompañar a la esposa en el proceso de
duelo, al paso del tiempo huye. De ahí la importancia del trabajador social en
este tipo de ambientes, recalcó.
A decir de Zúñiga Macías, 80 por ciento
de los familiares de personas con discapacidad tiene falsas expectativas sobre
su evolución; niegan la realidad y no logran superar este proceso. Ello empeora
porque la mayoría no recibe ayuda psicológica y porque los entornos no funcionan igual con una
persona en esta situación.
“Es imposible ponerse en el lugar de ellos. De
cierta forma lo intentamos, pero sólo lo hacemos de forma hipotética. Nunca se
experimentará la realidad en donde están insertos. De ahí que los padres deban
acudir con un especialista para orientarlos sobre cómo abordar la situación”,
agregó.
Según el censo de 2000 del
Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, poco más de dos
millones de personas presentan alguna discapacidad en México.
Esther Zúñiga explicó que se califica con ese
término a todo ser humano que
presenta temporal o permanentemente una limitación, pérdida o disminución en
sus facultades físicas o motoras, intelectuales o sensoriales (visuales y
auditivas), para realizar actividades connaturales a su especie.
Se maneja la totalidad de
síndromes, tales como el de Down y el de West, los casos de déficit de
atención, retraso escolar, hiperactividad o disfunciones no atendidas que
requieren supervisión permanente.
Apuntó que en todas las situaciones puede
hablarse de una etapa previa y posterior a la aparición, denominadas
deficiencia y minusvalía. La primera puede ser temporal o superada y no
llegarse a constituir como un obstáculo; por ejemplo, la persona puede usar
prótesis para reemplazar un miembro perdido y realizar sus actividades como
cualquier sujeto.
El segundo aspecto sobreviene luego de sufrir
un accidente o enfermedad que llevó a parálisis total o parcial –implica un
carácter permanente–, y no se tienen las mismas oportunidades que el resto de
la sociedad; es decir, cuando no tiene acceso a educación, cultura, recreación
y trabajo por su condición.
En este último caso, apuntó Elia Lázaro, la
minusvalía es difícil de aceptar. Por ejemplo, para los padres es un dolor
recurrente, pues conforme se desarrolla el hijo y llega a la adolescencia, no
saben cómo tratarlo, pues el joven pasa por las mismas etapas que sus
semejantes, y no es comprendido.
Además, “no es asexuado, él también experimenta
emociones, deseos e inquietudes; de ahí la necesidad de que los padres se
informen con un especialista y se reúnan con personas que comparten su
situación para enfrentar el problema”.
Las terapias de grupo, por ejemplo, en donde
acuden padres de menores o jóvenes con discapacidad, pueden ayudarlos a
expresar sus emociones, dificultades, angustias, frustraciones; entre iguales
pueden intercambiar experiencias y aprender a manejar la frustración o tristeza
por la que atraviesan.
En torno a la atención de los padres, Zúñiga
Macías abundó que si la afectación no es severa, si el individuo puede
insertarse en la sociedad, deben identificar las habilidades y remontar las
limitaciones. Ahí entra la labor del trabajador social, quien, junto con el
psicólogo o psicoterapeuta, debe manejar el duelo, el proceso de rechazo, rebeldía,
enojo, coraje, y ayudar a sus tutores a salir adelante.
La investigadora informó que se trabaja con
madres de menores con discapacidad intelectual, para reflexionar “tomando las
bases de la resistencia -un principio de física aplicado a las personas con esta disposición-,
para tratar de que ellos mismos, a partir de la identificación de los factores
de riesgo y protectores latentes en su entorno, puedan salir de la situación lo
más fortalecidos posible”.
En torno a la cultura sobre este rubro, Elia
Lázaro señaló que en México pasarán varias generaciones antes de tomar
conciencia sobre esta problemática; por ello deben adoptarse medidas para
formar a los pupilos desde primaria: que todos tenemos los mismos derechos
independientemente de nuestras capacidades y debemos respetar las diferencias.
Si tuviésemos el conocimiento desde pequeños,
“esos conceptos se aplicarían de manera natural. Si todos nos percibimos
semejantes deberíamos aprender a vivir con personas con limitaciones o que
requieren de ciertas circunstancias para desenvolverse” y tener una vida
“normal”; las normas serían iguales para todos, concluyó.
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PIES DE FOTO
FOTO 01.
Esther Zúñiga y Elia Lázaro, de la
ENTS de la UNAM, coincidieron en señalar que tener un hijo con discapacidad es
un hecho extraordinario dentro de una familia; puede ser detonador de la
desintegración.
FOTO 02
La profesora universitaria Esther
Zúñiga apuntó que el trabajador social, junto con el psicólogo, debe manejar el
duelo, todo el proceso de rechazo.
FOTO 03
La especialista de la UNAM Elia Lázaro destacó
que para los padres con hijos con discapacidad esta condición es un dolor
recurrente, pues no saben cómo tratarlo.