Boletín UNAM-DGCS-176
Ciudad Universitaria
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final del boletín
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Para el Instituto de Biología es una oportunidad para impulsar el
desarrollo de la biología molecular
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El proyecto agrupa a 45 organizaciones e
instituciones de 22 países de todos los continentes, explicó Virginia León
Regagnon
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La misión de ese organismo es explorar y
desarrollar el potencial de esa herramienta, como apoyo a la investigación
taxonómica, a estudios de biodiversidad y otras actividades relacionadas
El Instituto de Biología
(IB) de la UNAM firmó un memorándum para formar parte del Consorcio para el
Código de Barras de la Vida (CBOL, por sus siglas en inglés), el cual agrupa a
45 organizaciones e instituciones de 22 países de todos los continentes.
Así lo explicó Virginia
León Regagnon, integrante del Departamento de Zoología de esa entidad
universitaria, en el seminario El código de barras genético ¿ciencia ficción o
realidad?
Ahí expuso que la misión
de ese organismo es explorar y desarrollar el potencial del código de barras
genético como una herramienta práctica de apoyo a la investigación taxonómica,
a estudios de biodiversidad y otras actividades relacionadas.
El consorcio cuenta con
cinco grupos de trabajo encargados de discutir acerca de los principales
problemas para que la iniciativa cristalice, como son estandarizar protocolos,
instrumentos de recuperación de secuencias, proponer regiones útiles para
reconocer especies de animales; cómo deben organizarse las bases de datos, qué
región del ADN se debe utilizar en el caso de las plantas, etcétera.
Para pertenecer al
organismo los miembros firman un memorándum de cooperación. Se comprometen a
contribuir activamente en el avance del proyecto mediante aportación de
recursos institucionales o de financiamiento externo.
En este sentido,
argumentó, el IB podría aportar códigos de barras para enriquecer las bases de
datos del consorcio, ya que cuenta con los tejidos, instalaciones y
especialistas que así lo permitirían. “Estamos en un momento perfecto para
influir en el desarrollo de esta iniciativa. Podríamos participar en los grupos
de trabajo porque en el Instituto hay gente con la experiencia y conocimientos
para aportar ideas”.
Además, sostuvo, el IB
podrá beneficiarse al vincular la información de las colecciones biológicas
nacionales que resguarda, y que ahora se está incorporando a un sistema de
información digital (UNIBIO).
La firma del memorándum es
vista por el IB como una oportunidad para impulsar el desarrollo de la biología
molecular en la entidad y conseguir apoyo para formar una colección de tejidos
congelados (criogénica) centralizada. Asimismo, para impulsar el desarrollo de
la taxonomía básica y la formación de estudiantes en el área, señaló.
La también editora de la
serie de Zoología de los Anales del IB asistió a la Primera Conferencia
Internacional para el Código de Barras de la Vida, realizada en febrero pasado
en el Museo de Historia Natural de Londres, Inglaterra, donde se entregó el
documento.
Explicó que en el trabajo
de campo, en una selva o un bosque, por ejemplo, se obtienen organismos cuya
identificación, por los métodos tradicionales, puede tardar varios meses. Hasta
que se cuenta con el nombre de la especie, es posible revisar la literatura y
otras fuentes de información para incluir más datos.
Adelantó que la
clasificación se llevaría a cabo a través de un aparato de pequeñas
dimensiones, en donde sería posible poner un trozo de tejido del organismo de
interés, y en uno o dos minutos obtener la secuencia del fragmento de ADN
seleccionado.
Tales características se
compararían con una base de datos con las muestras de todas las especies
conocidas en el mundo, y de esa forma se recuperaría la identificación de la
variedad investigada, añadió.
Al obtener el nombre de
ésta, automáticamente se podría acceder a gran cantidad de información
asociada, porque además el aparato se podría conectar vía satélite con fuentes
digitales de biodiversidad, abundó.
Si la especie no se ha
registrado en la zona donde el científico trabaja, entonces sería posible
hacerlo y enriquecer así los acervos. La idea es que el pequeño instrumento
también fuese geoposicionador, teléfono celular y cámara, sugirió.
Virginia León sostuvo que
para hacer realidad este proceso se requieren dos elementos: reducir lo que hoy
ocupa alrededor de 30 metros cuadrados en equipo de laboratorio al tamaño de un
teléfono celular; y en segundo lugar, contar con una base de datos de la
mayoría de las especies conocidas, con la secuencia de uno o unos cuantos genes
elegidos estratégicamente para proporcionar información de cada una de ellas.
Eso, en apariencia, es
complicado. Pero en la reunión del CBOL se mostró que la tecnología para
desarrollar el aparato ya existe y que sólo es cuestión de interés político y
económico para que sea una realidad. Por ejemplo, reveló, a partir de una sola
molécula de ADN se puede obtener su secuencia. Eso reduce los costos y el
tiempo.
En relación con el
desarrollo de una base de datos de la mayoría de las especies conocidas, “es
factible si se planea bien. En los museos y herbarios del mundo hay una
cantidad enorme que se podría utilizar para obtener este tipo de información.
Sería necesario impulsar el trabajo taxonómico en estos lugares, de manera que
cada análisis contara con registros de su origen”, aseveró.
Paralelamente, debería
fomentarse el trabajo de inventario y seguir colectando ejemplares de los
grupos poco conocidos para complementar el acervo, añadió.
El ADN de los ejemplares
conservados en museos y herbarios no es fácil de extraer. Pero en Canadá ya se
utilizan enzimas reparadoras que restauran el material genético fragmentado de
ejemplares que tienen mucho tiempo depositados, y en EU utilizan kits de
extracción para tejidos y obtención genética de los cadáveres que han estado en
formol mucho tiempo, recordó.
Una tercera alternativa,
abundó, es amplificar el ADN dañado en pequeños fragmentos parciales, aunque
este proceso requiere más tiempo y, por ello, los costos se incrementan.
De tal suerte, esta
posibilidad es factible en tiempo e infraestructura. “Es la primera vez que la
información tan valiosa que se resguarda en museos, herbarios y bibliotecas,
tiene la posibilidad de llegar en tiempo efectivo a los usuarios finales.
El código de barras
genético no es ciencia ficción. El primer trabajo publicado con este término,
refirió la científica, fue a principios de 2004 por Paul Hebert, de la
Universidad de Guelph, Canadá.
Secuenciar una parte
estándar del genoma a gran escala, integrada con el conocimiento taxonómico actual,
contribuirá significativamente en el problema de identificar individuos y
aumentar la tasa de descubrimiento de especies de la diversidad biológica,
concluyó.
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Foto 1
Virginia León, del Instituto de Biología, informó que la UNAM se integró
al Consorcio para el Código de Barras de la Vida, que busca desarrollar el
potencial del código de barras genético
Foto 2.
El código de barras genético permitirá identificar a las diferentes especies del planeta, reconoció Virginia León Regagnon, del Instituto de Biología de la UNAM.