Boletín
UNAM-DGCS-1001
Ciudad Universitaria
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final del boletín
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Afirmó el investigador emérito del Instituto de Física de la UNAM, Luis
de la Peña
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Se carece de ella, sobre todo, porque en América Latina no existe una
tradición científica, refirió
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La organización de un esfuerzo iberoamericano para abordar de manera
coordinada este problema representaría una contribución importante al
desarrollo de nuestra lengua y cultura, dijo
En nuestra lengua se carece de una terminología científica y técnica
especializada, problema debido, sobre todo, a que en América Latina no existe
una tradición científica, afirmó el investigador emérito del Instituto de
Física de la UNAM, Luis de la Peña.
No hay un corpus aceptado y común a los diferentes países de habla
española, lo cual sí ocurre en el idioma inglés –quizá con pequeñas variantes–.
Las naciones industrializadas, entonces, no sólo desarrollan la ciencia, sino
los conceptos científicos.
Lo que sucede en la práctica es que se adaptan términos extranjeros,
particularmente ingleses, a la lengua española. Este es un problema agudo con
el que se enfrenta de inmediato aquella persona que desea escribir o traducir
un texto universitario en las especialidades de las ciencias exactas.
Al no existir acepciones científicas y técnicas establecidas, añadió el
investigador, cada autor inventa la suya, “que refleja con mayor o menor éxito
la del ambiente en que se mueve“. De esa forma, en otra universidad, ya no sólo
de otros países iberoamericanos, sino incluso de algún estado de la República,
puede suceder que el lenguaje adoptado resulte extraño o tal vez hasta confuso,
pero en todo caso será diferente.
Con mayor frecuencia de lo deseable, precisó De la Peña, sucede que la
terminología que se adopta en las naciones latinoamericanas está fuertemente
distorsionada, o al menos influida, por el hecho de que el autor se ha formado
con textos en inglés o traducciones de ese idioma.
Por eso, un creador se enfrenta al dilema de
qué término utilizar, en especial, si se tiene la esperanza de que su obra
llegue a lectores de toda Iberoamérica.
Reconoció que un porcentaje bajo de artículos científicos se escribe en
español. “Es uno de los factores que contribuyen a nuestra falta de tradición
científica; escribimos y publicamos en inglés prácticamente todo”. Incluso, hay
revistas latinoamericanas y españolas donde la tendencia o incluso la norma, es
escribir en lengua inglesa.
La razón de ello, mencionó, es que se busca que las publicaciones sean
leídas. Los científicos extranjeros en general no saben español, por lo que
debe usarse el “idioma universal, la lingua franca, aunque pudiera no
gustarnos. Si no escribimos en inglés simplemente no nos leen”.
En contraste, cuando se escribe un artículo de divulgación o un libro de
texto de enseñanza elemental o media, dirigido a la juventud, sí se puede
emplear el español. El problema “salta” entonces: no resulta claro qué
terminología utilizar.
“He escrito varios libros en español de divulgación y de enseñanza y me
he encontrado con ese problema. Lo mismo cuando traducimos un libro científico
al español”. La solución parcial al problema ha sido recurrir a notas al pie de
página para aclarar el uso de un término en diversos países, al tratar de que
el joven se familiarice con diferentes términos que representan lo mismo pero
que son de uso relativamente local.
Como ejemplo mencionó su texto de Mecánica Cuántica, el cual circula en América Latina; sin embargo, “no
conozco el lenguaje que utilizan en varias de estas naciones, de tal manera que
ni siquiera sé qué tan apropiado es el que estoy empleando, y con probabilidad
en algunos lugares no sea el mejor”.
Esto, por supuesto, puede crear confusión de claridad y de comunicación.
Hay términos en física, como el de energía, que no presentan problemas. Empero,
dijo, otros, igual de sencillos como “momento”, podrían complicarse.
Además de esa palabra, se emplea momentum,
impulso lineal o momento lineal. Esta serie de términos se refieren a lo mismo:
la cantidad de movimiento de una partícula, pero uno se emplea aquí y otro
acullá, refirió.
Un ejemplo, a la mano, es el de la computación.
Se usa “resetear”, “accesar”, “butear” o “chatear”, palabras que luego son
aceptadas por la Academia de la Lengua.
Ante tal panorama, opinó, sería útil que un grupo de filólogos o
especialistas interesados en ese tipo de cuestiones se preocuparan por este
aspecto de la lengua española.
Se debe buscar la manera de conocer la terminología usada en diferentes
países, establecer cuál es la más extendida, la más apropiada, la de mayor
posibilidad de ser aceptada, hacer encuestas y estudios, de modo que en el
curso de algunos años comience a surgir una terminología más o menos común, que
pueda servir de base para establecer un corpus técnico-científico del español,
detalló.
Esta tarea es de largo alcance, pero esencial
para los países de habla castellana. No es una labor de un año ni de una
investigación doctoral, sino de gran aliento, que requerirá de trabajo intenso
y sistemático durante años, apuntó.
“La organización de un esfuerzo iberoamericano para abordar de manera
coordinada este problema, representaría una contribución verdaderamente
importante al desarrollo de nuestra lengua y cultura. Sería grato que colegas
de la UNAM fueran los promotores de un programa de esta naturaleza”, sostuvo.
Hasta ahora, se ha empleado un lenguaje influido por el inglés, poco depurado, poco limpio, donde se
improvisan o se adaptan términos, cuando existen palabras en español que bien
podrían ser útiles. A eso se añaden las variantes o “sinónimos” empleados en
diversos lugares e, incluso, deformaciones de la lengua o palabras que no son
del todo correctas. Así, los jóvenes estudiantes aprenden un mal español,
advirtió.
El establecimiento de una terminología científica y técnica para el
español contribuiría a un mayor entendimiento entre los científicos de esta
habla, aunque no daría un impulso esencial a la ciencia en sí misma, reconoció.
Es obvio que esto no es lo que frena nuestro desarrollo científico, pero
establecer tal base sí ayudaría a que se hablara un correcto español y a que
nos comunicáramos mejor. Es importante enseñar a un joven a hablar bien su
lengua y no ayudar a empobrecerla al inventar términos espurios o
extranjerismos innecesarios, enfatizó.
En última instancia, reconoció el destacado
científico, la adaptación de términos foráneos ha sido históricamente una forma
de construcción de las nuevas palabras, que se crean conforme se da la necesidad
de ellas. Pero en muchas ocasiones hay raíces en español que podrían emplearse
o producir otras palabras que se adapten mejor, más suavemente, y que ayudarían
a limpiar y embellecer nuestra lengua, finalizó Luis de la Peña.
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FOTO 1
El investigador
emérito del Instituto de Física de la UNAM, Luis de la Peña, manifestó la
necesidad de establecer una terminología científica y técnica especializada en
español.
FOTO 2.
Las naciones
industrializadas no sólo desarrollan la ciencia, sino los conceptos
científicos, advirtió el investigador emérito del Instituto de Física de la
UNAM, Luis de la Peña.