Boletín UNAM-DGCS-798
Ciudad Universitaria
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VISITA LA UNAM
SOBREVIVIENTE DEL HOLOCAUSTO
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Shie Gilbert Pianko recordó que el
pueblo judío siempre recibió trato de enemigo a muerte por el régimen nazi
·
Con el tiempo aprendimos a sufrir.
Sabíamos que para eso nacimos y teníamos que salir adelante, subrayó
Para contar su historia,
Shie Gilbert Pianko, sobreviviente del Holocausto, visitó la UNAM. Su afán fue
que los jóvenes entiendan que en el mundo es más fácil y lógico lograr el
entendimiento sin el uso de las armas. “Sí podemos convivir; no tenemos por qué
acabarnos unos a otros”, afirmó.
En la conferencia Sobreviviendo
al Holocausto. Un mensaje de memoria y tolerancia, organizada por las
direcciones generales de Orientación y Servicios Educativos (DGOSE), y de
Atención a la Comunidad Universitaria (DGACU), así como la asociación Memoria y
Tolerancia, ese hombre de origen polaco recordó que el pueblo judío siempre
recibió trato de enemigo a muerte por el régimen nazi.
En el acto, efectuado en el
auditorio “Raoul Fournier” de la Facultad de Medicina, estuvieron presentes
Sharon Zaga, presidenta de la Asociación Memoria y Tolerancia, y los titulares
de la DGOSE y DGACU, María Elisa Celis y Roberto Zozaya, respectivamente.
Con la invasión alemana a
Polonia, en 1939, se preparó un plan para disminuir su fuerza física y moral y,
al final, acabar con todos: “Con el tiempo aprendimos a sufrir. Sabíamos que
para eso nacimos y teníamos que salir adelante”, dijo. En ese entonces, Gilbert
era un estudiante de arquitectura de 19 años.
El plan continuó: “Nos
pusieron parches amarillos en nuestras ropas, del lado izquierdo, y del derecho
en la espalda. Así, en la calle nos señalaban como hebreos y no podíamos
caminar en las banquetas. En los pueblos los animales avanzan por media calle;
así caminábamos, pegados a la acera pero sin subir a ella. Cuando nos topábamos
con un nazi teníamos la obligación de quitarnos la cachucha y en voz alta
exclamar en alemán: ‘buenos días, mi querido amo’, a lo que nos contestaban Ferfluchte
Jude, es decir, ‘maldito judío’. Nada de esto era agradable”, consideró.
Luego se crearon los guetos
para concentrarlos; trabajaban día y noche sin comer. Sus fuerzas físicas
disminuían. Ahí, la gente moría de hambre, frío, por epidemias; se veían los
cuerpos tirados en descomposición. Ese sufrimiento duró tres años para Shie
(quien hoy lleva el nombre de Salvador). Después de ese tiempo, los fascistas
llegaron con una mentira nueva. Dijeron que tendrían trabajo con buen sueldo y
prestaciones, y casas propias.
Para eso debían llevarnos a
Alemania, rememoró el sobreviviente, porque los germanos, al estar en el frente
luchando por su patria, habían dejado las fábricas vacías. En trenes de carga cerrados, sin aire ni
agua, se acomodaron las personas para que cupieran más. El traslado fue
desesperante. Cuando llegó la noche del primer día “no nos podíamos sostener en
pie”.
Algunos, los más fuertes,
intentaban llegar a la rendija para respirar. La gente, aseguró Gilbert Pianko,
moría parada porque no había espacio para que cayera al piso. Los niños que
resbalaban de los brazos de sus padres morían pisoteados. “El infierno no se
compara con lo que pasamos en ese transporte. Lo recuerdo con mucho dolor
porque iba mi familia conmigo”, añadió.
Después de tres días y dos
noches, por fin terminó su viaje. En el andén de Auschwitz, un campo de
concentración dividido en un área de trabajo y otra de exterminio (Birkenau),
bajaron a la gente a golpes, insultos y disparos. Separaron a hombres y mujeres.
Las balas no hubieran
alcanzado para matar a seis millones de personas, por eso, el sistema fue bien
elaborado, apuntó. A las mujeres con niños pequeños (entre ellas su madre y
tres hermanas, con sus sobrinas) las trasladaron a una gran barraca.
En el campo había cuatro
cámaras de gas. Los niños entraban con música, cantando y bailando. Todos los
que llegaron después se desvestían, y por familia tomaban una regadera. Una vez
dentro, oficiales nazis arrojaban botes de gas Zyclon B. Cuando todos habían muerto,
17 minutos después, se abrían las puertas para sacar los cuerpos desnudos, a
los cuales enganchaban para arrastrarlos a los crematorios. En cada cámara
mataban a dos mil personas por día, es decir, morían en total 8 mil seres
humanos, explicitó.
Antes de quemarlos les
cortaban el pelo para fabricar almohadas. Les quitaban los dientes de oro y
utilizaban la grasa para fabricar jabones, en los cuales grabaron tres letras:
RIF, siglas en alemán de “limpio, judío, grasa”, es decir, jabón hecho de grasa
limpia judía. En minutos no quedaba señal de los cuerpos, relató.
Los elegidos para trabajar
marcharon cantando. “Otra vez estabamos presos; nos dimos cuenta del engaño y
nos preocuparnos por nuestras familias”, contó. También se desvistieron en el
gélido noviembre polaco, como refirió: “Nos metieron en una barraca enorme,
cuerpo a cuerpo para soportar el frío. Se llevaban a grupos de nosotros y no
regresaban más. Estabamos asustados”.
Como al resto de sus
compañeros le metieran un papel en la boca con la numeración consecutiva que le
tatuarían en el brazo izquierdo. Su número de preso fue el 73 mil 670. “Con él
perdíamos nuestro nombre y apellido, no nos era permitido hablar nuestro
idioma. Sólo debíamos seguir instrucciones y trabajar de las 5 de la mañana a
las 11 de la noche”, aseguró.
Casi al término de la guerra
fueron llevados a Mauthausen, en Austria, caminando y sin descanso. Muchos
murieron de hambre. Luego de otros cuatro meses en los Alpes, por fin fue
liberado por los norteamericanos. Al término del conflicto, que le arrancó a
todos los miembros de su familia, Salvador Gilbert, único sobreviviente de 63
integrantes, llegó a México.
No conocía a esta sociedad,
pero hoy, a décadas de distancia, dice sentirse orgulloso de ser mexicano. “No
existe otro pueblo igual, me recibieron con los brazos abiertos. Pronto seré
bisabuelo y todo lo logré aquí”, finalizó.
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Foto 1
En su visita a la UNAM, Shie Gilbert Pianko,
sobreviviente del Holocausto, recordó que el pueblo judío siempre recibió trato
de enemigo a muerte por el régimen nazi.
Foto2
Shie Gilbert Pianko, sobreviviente del Holocausto, destacó que con la invasión alemana a Polonia, en 1939, se preparó un plan para disminuir la fuerza física y moral de los judíos y, al final, acabar con todos.