Boletín UNAM-DGCS-504
Ciudad Universitaria
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final del boletín
AMENAZA LA
ACTIVIDAD HUMANA A LAS BALLENAS JOROBADAS
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Esta especie es particularmente vulnerable a
variaciones de la temperatura oceánica pues, para reproducirse, requiere aguas
de 20 a 25 grados centígrados: Luis Medrano, de la FC
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Según estudios de universitarios, entre los
machos hay cambios en el tipo y cantidad de alimentación asociada a
transformaciones en las condiciones oceanográficas
A pesar de que aún no se determinan los efectos de la
actividad humana en las ballenas jorobadas y su hábitat, se han detectado
sustancias tóxicas en sus tejidos, afirmó el doctor Luis Medrano, de la
Facultad de Ciencias (FC) de la UNAM.
Explicó que los factores que perjudican a las
poblaciones de esos mamíferos son el desarrollo asociado al turismo, pesca
ribereña, exploración y extracción submarina de recursos como el petróleo,
variaciones caloríferas y contaminación.
Una de las reacciones inmediatas del cambio climático
es la disminución de los cardúmenes en las zonas marinas de latitudes altas, lo
que significa una menor ingesta. “Ellas dependen de la temperatura del océano
para diversos aspectos de su reproducción y obtención de comida”, añadió.
Esta especie (Megaptera novaeangliae) es
particularmente vulnerable a la alteración térmica marítima, pues se multiplica
en aguas de 20 a 25 grados centígrados. De incrementarse trasladaría sus áreas
de fecundación y se reduciría su espacio de alimentación.
Medrano refirió que existen más de 50 mil de estos
animales, que viven en todo el mundo, aunque se distinguen tres grandes grupos:
en el Pacífico norte (incluye a los mares de México), con alrededor de ocho mil
ejemplares; en el Atlántico norte, 10 mil, y en el Océano Austral las
investigaciones son incompletas.
En los mares del país, de diciembre a abril o mayo,
de acuerdo con la zona, subsisten más de dos mil especímenes: aproximadamente
mil en las Islas Revillagigedo y de dos mil en las costas del Pacífico, entre
el Istmo de Tehuantepec y la Península de Baja California.
Es una población en recuperación pues, recordó el
experto, sufrieron de caza exhaustiva desde el siglo XIX hasta 1966, por lo que
disminuyeron de forma drástica. Sobrevivieron menos de mil cetáceos en el
Atlántico Norte, aproximadamente mil en el Pacífico y tal vez 10 mil en el
Océano Austral.
“Son evidentes los signos de recuperación. Ahora es
posible verlas en mayor abundancia. Tan sólo en el Pacífico aumentaron de mil a
ocho mil en menos de treinta años”, expuso.
Eso ha sido posible gracias a que se prohibió su
comercio. También se han tomado otras medidas internacionales, como evitar la
extracción de hidrocarburos cerca de las zonas de alimentación, restricciones
en el uso de redes de pesca y regulación de las observaciones turísticas. “Sin
embargo, en la realidad muchas de estas acciones o planes no se cumplen”,
advirtió.
Además, consideró Luis Medrano, su preservación se
hace en términos prácticos, de aumentar sus miembros sin considerar otros
factores como los procesos evolutivos o del hábitat.
Megaptera novaeangliae se caracteriza por poseer
largas aletas pectorales. Las hembras llegan a medir hasta 16 metros y a pesar
más de 40 toneladas; los machos son un poco más pequeños.
En invierno emigran hacia latitudes bajas, de aguas
cálidas y someras, como las costas mexicanas, donde se aparean y dan a luz,
puntualizó. En el verano se trasladan a zonas altas, subpolares. En el invierno
quedan preñadas y en un período de once meses, de regreso a las áreas cálidas,
paren ballenatos de 700 kilogramos, que en sólo cuatro meses alcanzan de tres a
cuatro toneladas.
Así, al término de esta segunda etapa emigran con sus
crías y las siguen amamantando durante 6 u 8 meses, cuando son destetadas en
las zonas del norte, y quedan listas para reproducirse de nuevo.
A pesar de pertenecer al grupo cetáceo (que comparten
un ancestro común con los hipopótamos, hace 50 millones de años), subrayó que
las ballenas como tales se originaron en el Oligoceno hace alrededor de 30
millones de años, y las jorobadas en particular en el Mioceno, hace 10 millones
de años, provenientes de un grupo de rorcuales del Pacífico Norte, donde se
encontró el fósil más antiguo.
En el Grupo de Mastozoología Marina de la FC de la
Universidad Nacional se estudia a estos animales de forma sistemática desde
1986. Los universitarios realizan la fotoidentificación de las que llegan a las
costas mexicanas, específicamente a Bahía de Banderas, en Nayarit y Jalisco.
Al respecto explicó que su aleta caudal tiene un
patrón de coloración característico en cada individuo, que puede ir desde el
blanco hasta el negro. Cada mancha, cada marca natural o por mordidas,
conforman una “huella digital” única.
Ellas muestran con mucha frecuencia su extremidad
antes de sumergirse, de forma que es posible fotografiarlas e identificarlas.
Eso resulta de mucha utilidad en estudios de ecología poblacional, ya que así
se determinan los sitios de propagación y desarrollo.
“Intercambiamos placas con investigadores de otros
lugares y establecemos cuántas conforman cada grupo”, expresó. También, se han
establecido tasas de nacimiento e intervalos entre partos, análisis de
variación genética, interacciones entre los animales durante el período fértil
y variación de los cantos en espacio y tiempo.
Respecto de estos últimos, el doctor Medrano refirió
que son secuencias de sonidos que se repiten de forma regular, donde se
identifica una subdivisión de estructuras. Son emitidos sólo por los machos en
el período de reproducción, por lo que se cree que son un despliegue de
atracción para las hembras. Otra hipótesis es que son para definir jerarquías.
Pueden detectarse a grandes distancias, de acuerdo
con las condiciones de corrientes, ruidos subacuáticos y del viento. Los
hidrófonos pueden captarlos a 30 ó 40 kilómetros, y posiblemente las mismas
ballenas los puedan escuchar a mayor longitud.
Informó que en la FC se han iniciado recientemente,
estudios del contenido de las grasas en la dermis, de importancia para
determinar su estado nutricional.
Hasta ahora, dijo, se ha encontrado que entre estos
cetáceos, sobre todo en los machos, hay una gran variación en su alimentación,
basada en peces pequeños, y en las cantidades que ingieren, debido a las
diversas condiciones oceanográficas.
Es decir, son capaces de adaptar sus hábitos y comer
distintos organismos, como crustáceos y peces pequeños, y en volúmenes
diferentes. Ello porque los especímenes masculinos se dispersan más y las
hembras no se “preocupan” por buscar pareja, sino que son sus contrapartes
quienes deben encontrar a más de una para aparearse. Por eso tienen mayor
movilidad.
A pesar de que en el grupo de Mastozoología Marina el
proyecto más importante es el estudio de estas ballenas, también se analiza la
mastofauna marina en la boca del Golfo de California, una zona de transición
entre el Pacífico norte y el tropical y, por lo tanto, de importancia
biogeográfica.
Se realizan también estudios sobre anatomía craneal e
histología de la piel y los dientes de otros mamíferos marinos de México, para
estudiar el crecimiento como indicador histórico de efectos ambientales en el
estado de estos animales.
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FOTO 01
Luis Medrano, de la Facultad de
Ciencias de la UNAM, dijo que los factores que afectan a las ballenas jorobadas
y su hábitat son el desarrollo asociado al turismo, pesca ribereña, y
exploración y extracción de petróleo.
FOTO 02
La ballena jorobada es una especie en recuperación pues sufrió de caza exhaustiva desde el siglo XIX hasta 1966, explicó Luis Medrano, académico de la Facultad de Ciencias de la UNAM.