Boletín UNAM-DGCS-113
Ciudad Universitaria
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VIGENTE Y
NECESARIO EL TRATADO DE TLATELOLCO
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El Tratado para la Proscripción de las Armas
Nucleares en América Latina y el Caribe fue firmado el 14 de febrero de 1967
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Alfonso García Robles recibió por este
instrumento el Premio Nobel de la Paz 1982
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Ricardo Méndez, del IIJ, aseguró que aún
existen arsenales capaces de destruir toda forma de vida sobre la Tierra
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Latinoamérica podría representar un peligro
por la posibilidad de que ocurran accidentes en sus plantas productoras de
electricidad: Benjamín Ruiz, inspector de la ONU en Iraq
Nunca como en 1962 el mundo
estuvo a punto de llegar a una guerra nuclear a causa de la llamada “Crisis de
los Misiles” entre Cuba, la Unión Soviética y Estados Unidos (EU). Para tratar
de evitar esos peligros, el 14 de febrero de 1967, a iniciativa de México y de
su diplomático Alfonso García Robles (Premio Nobel de la Paz 1982 y presidente
del Comité de Desarme de la ONU), diversas naciones latinoamericanas firmaron el
Tratado de Tlatelolco para la Proscripción de las Armas Nucleares en América
Latina y el Caribe.
A 37 años de su
establecimiento, Benjamín Ruiz Loyola y Ricardo Méndez Silva, de la Facultad de
Química (FQ) y del Instituto de Investigaciones Jurídicas (IIJ) de la UNAM,
respectivamente, reconocieron que la situación que prevalece en la región y en
el mundo hacen vigente y necesario este instrumento.
El jurista
Ricardo Méndez Silva aseguró que si bien ha habido un proceso de
desmantelamiento de este tipo de armamento, aún existen arsenales capaces de
destruir toda forma de vida sobre la Tierra. Rusia y Norteamérica aún podrían
utilizarlas en un conflicto. No han desaparecido estos artefactos ni la
posibilidad de recurrir a ellos.
“Quizá hoy no exista una urgencia
como la de los años 60, 70 y hasta mediados de los 80, cuando Mijail Gorbachov
asumió el poder de la Unión Soviética y se dio un relajamiento de la tensión
mundial. Al desintegrarse, el riesgo de una guerra nuclear entre los
principales protagonistas desapareció y el nivel de emergencia pasó a un
segundo plano”.
Al respecto,
Benjamín Ruiz Loyola, quien hace unos meses fungió como inspector de la ONU en
Iraq, agregó que América Latina podría representar un peligro, no en función de
sus ojivas sino por la probabilidad de que ocurran accidentes en sus plantas
generadoras de electricidad.
El Tratado de Tlatelolco aún
está vigente porque las condiciones persisten. Antes de su firma pocas naciones
poseían este componente destructivo, sólo presente en aquellos que tenían yacimientos
de material radiactivo. Hoy muchos países de la región han acumulado estos
artefactos.
Ello porque los
países con una planta nucleoeléctrica en su territorio tienen la posibilidad de
desviar material agotado y purificarlo para la fabricación bélica. Esto le da
vigencia y vigor al acuerdo, que sigue siendo de gran importancia para el
mundo.
Recordó que la energía nuclear
se ha diseminado en América Latina. Hay varias plantas generadoras de fluido
energético con ese sustrato en la región, como la de Laguna Verde, Veracruz. La
posibilidad de un desastre en alguna de ellas es real, y si los gobiernos de la
zona enfrentan crisis económicas que impliquen falta de mantenimiento o
descuido en la operación de sus centrales, el riesgo aumenta.
El primer mundo
no ha puesto atención en ello. “No sólo se trata de aportar dinero. Todos
vivimos en este planeta y lo que ocurra en un lugar tendrá repercusiones en
otro, ya sea a través de la contaminación de aguas o de la atmósfera, o
mediante consecuencias genéticas”, advirtió el químico.
Recordó que uno
de los accidentes más graves fue el de Chernobil, Ucrania, en 1986. Pero se ha
olvidado el de la Isla de Tres Millas (cerca de Pensilvania, Estados Unidos),
porque la propaganda se ha orientado a olvidar que la mayoría de las plantas
nucleares latinoamericanas son de origen estadounidense.
Méndez Silva agregó que
otros problemas se deben a que, gracias a los avances tecnológicos, es más
fácil construir hoy armas de ese tipo que en 1940 y 1950, o bien, a que grupos
no estatales pueden comercializarlas con fines terroristas. Esta amenaza sigue
latente y exige aplicar el tratado.
Además, a partir del 11 de
septiembre de 2001 se ha presionado a diversos gobiernos para que abandonen sus
programas o los sometan a supervisión de la Agencia Internacional de Energía
Atómica. El peligro de su proliferación persiste.
El investigador del IIJ
consideró imprescindible avanzar en otros ámbitos, como en la prohibición de
armamento convencional, porque en las guerras nueve de cada 10 víctimas mueren
a causa de armas ligeras, como fusiles de repetición o ametralladoras, sobre
los cuales existe un sofisticado desarrollo tecnológico y un comercio legal
vergonzoso”.
La historia se remonta a
octubre de 1962, cuando la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y
Cuba emplazaron misiles y plataformas de lanzamiento en la isla. Al descubrir
estos movimientos, Estados Unidos reaccionó de manera enérgica e impuso un
bloqueo marítimo para impedir el arribo de armas de destrucción masiva. Fue el
momento en que el mundo estuvo más cerca de una guerra nuclear.
Finalmente se acordó su retiro
bajo el compromiso norteamericano de no invadir suelo cubano. Fue un arreglo
entre la URSS y los EU que no se concretó en un tratado formal, sólo fue una
solución política.
A raíz de esa crisis, Bolivia
y Brasil propusieron en la Asamblea General de la ONU la erradicación de este
tipo de armas en la región, porque los efectos de una guerra con material atómico
serían planetarios.
El 21 de marzo de 1963 el
presidente de México, Adolfo López Mateos, dirigió sendas cartas a los
mandatarios de Bolivia, Brasil, Chile y Ecuador para tratarles “un tema que
está ligado al bienestar de esta región en que nos ha tocado habitar”, el de la
desnuclearización de América Latina.
López Mateos afirmó que el
móvil de las misivas era su firme convicción de que “nos encontramos viviendo
horas dramáticas; horas que exigen de todos y cada uno de nosotros –pero de
manera especial de aquellos que hemos recibido el mandato de interpretar a
nuestros pueblos– una conducta decidida y constante por la preservación de la
vida misma”.
El presidente se vio honrado
con pronta y entusiasta acogida por parte de sus contrapartes. En respuesta
fechada el 8 de abril de 1963, su homólogo brasileño calificó la propuesta
mexicana como “una contribución vital para la mejoría de las relaciones
internacionales”, y le llamó “feliz y trascendente iniciativa de su noble y
gran país a favor de la paz y la seguridad” mundiales.
A finales de ese mismo año
surgió la propuesta de desnuclearizar Latinoamérica. “No fue un voto pacifista,
dulzón, sino que tuvo que ver con un peligro real inmediato para nuestros
países”, comentó Ricardo Méndez.
De hecho, añadió, en 1961 la
república mexicana había formulado una posición política en la que establecía
que su territorio quedaría libre de armas de esas características y se
comprometía, de manera unilateral, a no adquirirlas ni emplazarlas en su
territorio.
“El régimen de proscripción de
armas nucleares que promovió México obedeció a una convicción pacifista,
presente en todos los momentos de la historia independiente de nuestro país, y
que adquirió un énfasis particular con la problemática de la Guerra Fría”, refirió
el jurista.
Por iniciativa de México, y en
especial de Alfonso García Robles –egresado de la Facultad de Derecho de la
UNAM–, considerado el padre y
arquitecto del Tratado, en 1964 iniciaron los trabajos para realizarlo, y tres
años después, el 14 de febrero de 1967, quedó listo.
Integrado por un preámbulo, 32
artículos y dos protocolos adicionales, el documento comprometió a las naciones
a no fabricar, transportar a través de sus fronteras o almacenar arsenales con
esa capacidad mortífera; establece que en nombre de los anhelos de sus pueblos,
los gobiernos y Estados signatarios deberán contribuir y, en la medida de lo
posible, poner fin a la carrera armamentista, en especial nuclear, y consolidar
una paz fundada en la igualdad soberana de los países, el respeto mutuo y la
buena vecindad.
Con los años el documento fue
signado por todas las administraciones de la región. Cuba fue el último en
hacerlo, el 25 de marzo de 1995. Hoy cobra vigencia en toda la Zona de Aplicación
establecida, incluyendo su proyección marítima, e incorpora a los 33 Estados de
América Latina y el Caribe, con una población de más de 500 millones de
personas.
Finalmente la Asamblea General
de las Naciones Unidas aprobó el Tratado el 5 de diciembre de 1967 con una
votación de 82 a favor, ninguno en contra y 28 abstenciones. Así, se convirtió
en el primer instrumento jurídico en el mundo en crear una zona libre de armas
nucleares. Desde entonces ha servido de modelo para crear áreas sin ese tipo de
artefactos, contribuyendo a mantener la paz y la seguridad internacionales.
Benjamín Ruiz refirió que este
documento fue un parteaguas no sólo en materia atómica, sino también de desarme
mundial. Ese fue su mayor mérito. Quizá hay artículos rebasadas por la
realidad, pero situados en el contexto histórico representa un avance
excepcional.
Indicó que el
de Tlatelolco fue el primer tratado para la proscripción de este armamento en
todo el orbe. Pero es limitado porque se suscribe a una región, que no es de
las más activas en el uso de energía atómica, pero puso el ejemplo. Fue tan
importante su culminación que a Alfonso García Robles le valió el Premio Nobel
de la Paz en 1982 y le permitió dirigir el Comité de Desarme de la ONU.
Ricardo Méndez Silva añadió
que el Tratado fue un quehacer técnico y político digno de la intensidad
diplomática de México. “No era sencillo, porque acercar a los países de la
región representaba una temática novedosa y compleja”.
Alfonso García Robles fue
distinguido por su trabajo en el Comité de Desarme de la ONU, pero en especial
por ser arquitecto del Tratado. Hoy se le reconoce en la cancillería y la
academia, pero no entre la población, que sólo identifica al Nobel de
Literatura, Octavio Paz, pero no a este diplomático de carrera, con una
trayectoria sólida y un trabajo comprometido en la arena internacional por el
desarme en general.
Por ello,
consideró necesario rescatar su figura, sobre todo en una época de crisis en el
Servicio Exterior Mexicano. Si de algo se preció la diplomacia mexicana en ese
entonces fue de sus grandes profesionales, defensores de su país y de la
humanidad.
Para Ruiz Loyola, “siempre fue
un embajador de buena voluntad, pacifista, antiintervencionista y preocupado
por garantizar la paz en el mundo. Siempre que representó a México lo hizo con
esa intención y muy bien. El Tratado le abrió la puerta del Nobel, pero es un
premio que se otorga por una vida y la suya estuvo guiada por el no a la
guerra”.
El 10 de diciembre de 1982, en
solemne ceremonia celebrada en Oslo, Noruega, encabezada por los reyes de esa
nación, Alfonso García Robles recibió el Premio Nobel de la Paz, que compartió
con la sueca Alva Myrdal.
Ese día, el diplomático
mexicano aseguró que “cada vez que en el pasado se ha inventado una nueva arma,
la gente ha dicho que era tan terrible que nunca sería usada. Sin embargo, se
han usado y no ha desaparecido la raza humana. Pero las armas nucleares sí son
capaces de extinguir la vida en el planeta, por lo que el desarme total debe
ser una prioridad. La Humanidad está ante una disyuntiva: detener la carrera
armamentista y proceder al desarme nuclear o enfrentarse a la aniquilación”.
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