Boletín UNAM-DGCS-093
Ciudad Universitaria
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SIGUE VIGENTE
JULIO VERNE; DIVULGADOR DE LA CIENCIA Y LA TÉCNICA A TRAVÉS DE LA LITERATURA
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A 176 años de su nacimiento es admirado como
escritor de novelas que incluían no sólo a la tecnología más avanzada de su
tiempo, sino que vislumbraban la del futuro: José Ruiz de la Herrán, de la DGDC
·
Para Sandra Fuentes Vilchis, de la FFL, se trata de
un “contador de cuentos” incansable, de fértil imaginación, que vibra y crea en
la intersección entre el presente y el porvenir
"Mi objetivo ha sido describir la Tierra y
el universo, pues con mis novelas muchas veces he transportado a mis lectores
lejos de este planeta", dijo en alguna ocasión el escritor francés Julio
Verne, hoy considerado como uno de los más importantes y conocidos
divulgadores de la ciencia y de la técnica que ha habido en la historia de la
literatura, y el más destacado del siglo XIX.
A 176 años de su nacimiento,
ocurrido el 8 de febrero de 1828, aún es admirado como un extraordinario escritor
de novelas sobre "aventuras técnicas", que incluían no sólo la
tecnología más avanzada de su tiempo, sino que vislumbraban la del futuro; se
adelantó al siglo XX, afirmó el ingeniero José Ruiz de la Herrán, asesor de la
Dirección General de Divulgación de la Ciencia (DGDC) de la UNAM.
Para Sandra Fuentes Vilchis, experta en letras
francesas y literatura comparada de la Facultad de Filosofía y Letras, Verne
fue un hombre de su tiempo, sensible a la riqueza de los descubrimientos
científicos que estudió con cuidado constante y escrupuloso. “Es un creador que
no compite con la ciencia, sino que revela la poesía que ella contiene a través
de mitos fascinantes”, expresó.
El escritor inició la llamada novela de
anticipación científica. “En ninguna gran obra de la literatura francesa la
ciencia está presente, o mejor dicho omnipresente, como en los Voyages
Extraordinaires (Viajes Extraordinarios)”, explicó el estudioso literario Jean
Chesneaux.
Así lo muestra uno de los protagonistas de Viaje
al centro de la Tierra (1864), el audaz profesor Liddenbrock, al señalar a su
sobrino Axel durante la travesía que “cuando la ciencia se ha pronunciado, no
hay más que callarse”.
Sus obras –traducidas a 112 idiomas– siguen
vigentes, según De la Herrán. Verne inició una escuela de divulgación, de la
cual surgieron los especialistas del siglo XX: “Hasta nosotros ha llegado esta
corriente tan importante, que implica interesar a la juventud en los temas de
la ciencia y la tecnología, desde luego, con ética, con una visión constructiva
y en beneficio de la humanidad”.
Empero, reconoce, hoy no se lee como en esa época. Ello se
debe, sobre todo, a que medios electrónicos como la televisión ocupan mucho del
tiempo de los jóvenes. En el pasado, la lectura era mayor a la actual,
especialmente en México.
De acuerdo con Fuentes,
también profesora del bachillerato universitario, el escritor francés sigue
“vivo”. Sin embargo, los adolescentes ya no se sienten fascinados por lo
descrito en sus obras, ya que los inventos y viajes descritos han sido
superados. “Su sorpresa viene cuando el profesor los hace conscientes del
tiempo que ha pasado desde que fueron publicados”.
Hace más de un siglo, este
hombre imaginó un viaje De la tierra a la luna (1865) o un sumergible eléctrico
en 20,000 Leguas de viaje submarino (1870), por ejemplo. Eso los admira. Es un
“contador de cuentos” incansable, de fértil imaginación. Vibra y crea en la
intersección entre el presente y el porvenir, opina la especialista.
Verne, el hombre
El 8 de febrero de 1828, en un hogar de la Isla Feydeau, ubicada frente a la desembocadura del Loira, en la localidad francesa de Nantes, viene al mundo Julio Gabriel, hijo del abogado Pierre Verne y la burguesa Sophie Allote de la Fuÿe.
Desde antes de su bautizo, el padre de Julio,
quien era a su vez hijo de un juez, decide que su primogénito será abogado y se
ocupará del bufete familiar después de su muerte. El destino del nuevo
integrante parecía decidido.
Cuando tenía diez años ingresó
al colegio Saint-Stanislas, destacándose en materias como geografía, griego y
latín. Era capaz de hacer traducciones desde estas lenguas al francés. A los 17
comienza a inclinarse por la literatura. Incluso, escribe una pequeña tragedia
en verso para marionetas que dedica a su prima Caroline Tronson, de la cual
había estado enamorado desde pequeño. Sus continuos desaires lo sumen en
profundas crisis de melancolía.
Al cumplir 20 años se dirige a París a
estudiar derecho. Ahí conoce a lo más granado de la intelectualidad del
momento: Víctor Hugo, Eugenio Sue, y consigue la amistad y la protección de los
Dumas, padre e hijo. En 1848 escribe dos operetas en colaboración con Michel
Carré y, en 1850, el teatro de Gimnase estrena sus comedias Las pajas rotas y Once
días de sitio, ambas sin éxito.
Ese mismo año concluye sus estudios de
derecho y su padre lo conmina a volver a Nantes. Pero Julio reafirma su
decisión de ser un profesional de las letras. “Sabes perfectamente que, antes o
después, ejerza o no el derecho durante unos años, si las dos carreras son
proseguidas simultáneamente, una de ellas matará a la otra, y conmigo tu bufete
no tendrá muchas posibilidades de longevidad”, le escribe en una carta.
Es probable que los ánimos literarios de
Verne hubiesen concluido de no haber tenido la suerte de tropezar con el editor
P. J. Hetzel, quien pensó en una revista de calidad, de espíritu instructivo y
recreativo a la vez, ilustrada, apta para todas las edades. El joven escritor
–casado con Honorine de Vyane en 1857, con quien tuvo un hijo de nombre Michel–,
se encargó de la parte científica.
En 1862 entrega al editor el manuscrito
de Cinco semanas en globo. Tuvo un éxito inmediato y fue el primero de una
serie de decenas de libros que serían reunidos bajo el nombre de Viajes
Extraordinarios, recordó Sandra Fuentes.
La vida de Julio Verne no fue fácil. Su
dedicación al trabajo minó de tal forma su salud que durante toda su vida
sufrió parálisis faciales. Era diabético y acabó por perder la vista y el oído.
“Cada vez veo peor, querida hermana. He perdido también un oído; gracias a esto
sólo corro el peligro de oír la mitad de las tonterías y de las mezquindades
que corren por el mundo. Es una gran consolación”, reveló en su
correspondencia.
La ciencia, las máquinas…
Los Viajes Extraordinarios es
un universo en expansión, donde la frontera entre las conquistas realizadas por
la ciencia y aquellas que no lo han sido aún es constantemente móvil. Ese es el
sentido de la fórmula que sirve de subtítulo a la colección: Los mundos
conocidos y desconocidos. Julio Verne era muy sensible a esa dialéctica del
saber actual y del porvenir.
Refiriéndose al siglo XIX
estableció: "Somos de un tiempo que todo llega –casi se tendría el derecho
de decir, en que todo ha llegado–. Si nuestro relato no es verosímil hoy, puede
serlo tal vez mañana, gracias a los recursos científicos que son el bagaje del
porvenir y que nadie se atrevería a calificar de leyendas", y agregó que
"todo lo que un hombre es capaz de imaginar, otros hombres serán, un día,
capaces de realizarlo".
Una novela magnífica y
precursora de la futura era espacial, comentó De la Herrán, es De la Tierra a
la Luna (1865). A pesar de que maneja la idea de un gran cañón para expulsar a
la nave del planeta, lo cual es descabellado, verdadera ficción, se adelanta al
uso de los motores a reacción y de los cohetes controlados.
Sus "predicciones",
que aún se cumplen en materia geográfica, tecnológica y sociológica, empero, no
son resultado de la ficción. Verne fue un increíble investigador, ocupado desde
joven en adquirir una cultura científica y enciclopédica y en mantenerse al día
de los adelantos que abundaban. A sus constantes visitas a la biblioteca se
sumó su capacidad de anticipación.
Para el siglo XIX, Europa era
centro de un acelerado desarrollo científico, refirió José de la Herrán. Se
hacían piezas maravillosas, microscopios, telescopios y toda clase de
artefactos. Debió ser una inspiración contar con tal acervo de conocimientos y
luego imaginar y aplicarlos en el futuro. En la construcción de tal ambiente participaron
sus contemporáneos: Darwin, Mendel, Pasteur, Koch, Maxwell, Hertz, Humboldt y
Planck, entre otros científicos.
En sus libros están presentes
disciplinas como la geografía (familiariza con sitios como la India, China y
África central); la astronomía (al hablar de cometas y eclipses); zoología,
botánica, geología, mineralogía y meteorología. Además, mostró un gran interés
por las tecnologías modernas, basadas en la electricidad, la óptica y la
dinámica de los gases, añade el tecnólogo.
Está seguro de la necesidad
del conocimiento científico y racional del universo; y se ocupa de convencer de
ello al lector, de familiarizarlo con el mundo material que le rodea. También
tiene una visión muy aguda y moderna del aspecto acumulativo de la ciencia, de su
carácter de adquisición colectiva, señala Chesneaux.
… y la literatura
“Trabajo lentamente y con
mucho cuidado, escribiendo y volviendo a escribir hasta que cada frase toma la
forma que deseo. Siempre estoy pensando cuando menos en diez novelas al mismo
tiempo, con temas e intrigas preparadas con tanta claridad que, si Dios me
presta vida, podré terminar sin problemas las ochenta novelas que anuncié”,
expuso Verne en entrevista con Robert Sherard en 1893.
Aficionado a las obras de
Edgar Allan Poe, descubrió los recursos de la literatura fantástica. Su autor
favorito era Dickens. Fue también admirador de otro apasionado de las máquinas,
pintor, escultor y científico renacentista, Leonardo Da Vinci.
El autor decimonónico de obras
teatrales, ensayos, historias cortas y poemas (estos últimos escritos sobre
todo en su juventud), mencionó que ante todo, quería ser escritor. "Busco
un estilo serio: es la idea que rige toda mi vida”.
Lo consiguió. Verne realizó en
sus novelas un verdadero trabajo de escritura en donde desarrolló una innegable
poesía de la descripción. Aplicó asonancias y aliteraciones que crean rimas
internas, juegos etimológicos, uso de neologismos y el arte del diálogo, que
permite mezclar descripciones con efectos poéticos y dramáticos que caracterizan
a su escritura, consideró Fuentes.
Narrador, novelista y
dramaturgo, creador de ficciones, usó un lenguaje elocuente, ligero, amable,
alegre, fantasioso, inextinguible: es el idioma cordial de los hombres de
letras y de teatro, lleno de buen humor y alegría, con el cual se identificaron
y lo siguen haciendo los adolescentes.
"Julio Verne fue un escritor
permanentemente insatisfecho porque buscaba la perfección", explicó
Fuentes. Corregía una y otra vez sus textos. Trabajaba con meticulosidad la
forma y el estilo, sobre todo porque recibía fuertes críticas de literatos y
hombres de ciencia.
La utilización de
recursos literarios, de usos gramaticales correctos, es común en el XIX. Pero
la aparición de comparaciones, de metáforas y otras figuras, relacionadas con
temas científicos sí son una novedad que este autor aporta a sus lectores.
En una historia escrita en 1863, cuyo
manuscrito fue descubierto por el tataranieto del francés en 1989, imagina una
ciudad donde las máquinas dominan la cotidianidad de las personas, y nadie lee
las obras de Balzac o Víctor Hugo. En el siglo antepasado, París en el siglo XX
parecía ser una visión pesimista del futuro de la sociedad, por lo que no fue
publicada. Hoy no está alejada de la realidad y muestra su preocupación por el
destino de la humanidad.
Fallecido el 24 de marzo de 1905, Julio Verne
no sólo fue un gran divulgador, sino que con el paso de los años abrió la
imaginación de sus lectores e interesó a muchos de ellos en la ciencia. Hoy, no
sólo hace falta reconocerlo, sino fomentar que haya más escritores como él,
porque sin la imaginación que producen libros como los suyos, los hombres
mueren espiritualmente.
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