Boletín UNAM-DGCS-827
Ciudad Universitaria
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final del boletín
PIERDE DÍA DE MUERTOS FOLCLOR POR CULPA DEL MERCANTILISMO: LÓPEZ AUSTIN
·
El investigador emérito de la UNAM asegura
que los mercaderes le han quitado el carácter folclórico a esta tradición
·
La importancia que para nuestras culturas
tuvo el misterio de la muerte ha dejado de incluirse en esta costumbre popular
para convertirla en un espectáculo, afirma el historiador
·
La festividad para los finados simboliza la
unidad familiar, indica el antropólogo Jaime Litvak King
· Incluir a los muertos es relevante para las culturas agricultoras, quienes observan cómo crecen y fenecen las cosas vivas
Los mercaderes le han quitado
lo folclórico al Día de Muertos y lo han transformado en una costumbre
predominantemente mercantil, asegura Alfredo López Austin, investigador emérito
del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA) de la UNAM.
La “decisiva participación de
la fuerza comercial” ha influido en esa transformación, dijo, pues la
importancia que tuvo para nuestras culturas el misterio de la muerte ha dejado
de incluirse en esa costumbre popular para convertirla en un espectáculo.
La festividad de los Fieles
Difuntos entraña procesos culturales más complejos, en contraposición con lo
superficial y “utilitarista” de las prácticas de procedencia norteamericana,
que no arraigan a nadie en nada, subraya el etnólogo e historiador
universitario.
Se trata de una cultura light
impuesta por intereses que no benefician a las colectividades; sin embargo, los
defensores del neoliberalismo, con todos los recursos, facilitan su
implantación.
López Austin reconoce que la
globalización es una de las corrientes causantes de esta pérdida de identidad.
No es de extrañar, dice, que la ideología neoliberal –impuesta por los
gobiernos desde hace varios sexenios– vaya en contra de toda “cultura
profunda”. Este movimiento no tiene el mínimo respeto por las tradiciones que
se forjaron en miles de años.
“No entienden esto; no les
interesa –asevera–. Creen que es suficiente imponer otras costumbres desde
fuera, escudados bajo la bandera de la modernidad.
“No hablo de mejores o peores
culturas. Cada una pertenece a una civilización en constante desarrollo. No
obstante, las tradiciones no son estáticas, cambian de acuerdo con los intereses
y deseos de los miembros de ella misma”, explica el antropólogo universitario.
“Pero no vamos a corregir
estas posturas con sólo adoptar o defender cosas tan particulares como el Día
de Muertos. Esto es mucho más grave. Es como querer acabar con la diferencia
absurda e injusta entre hombres y mujeres mediante discursos”, agrega.
“Así no se resuelven las
cosas. Es superficial. Es como poner un altar de Día de Muertos en mi casa, me
visto de charro y contrarresto el Halloween. No es eso. Es una cosa mucho más
profunda”, recalca.
En esta nación se habla del
culto a los difuntos como si fuera una misma tradición y no es así, porque
México es un país de mosaicos. En ocasiones utilizamos los mismos símbolos,
pero éstos son similares entre diversos usuarios, porque son muchas las
cosmovisiones que están en juego, aclara el investigador emérito.
Es decir, aunque haya altares
y ofrendas, la conmemoración de los Fieles Difuntos siempre será diferente para
un indígena que vive en una comunidad alejada de los grandes medios de difusión
y para otro que recibe un flujo anual de turistas para observar el folklore
mortuorio.
“Bajo los mismos símbolos
concurren muchas tradiciones que no están separadas unas de otras por límites
precisos. Son linderos evanescentes, pero este hecho no les quita que sean
diferentes unas de otras”, precisa el historiador Alfredo López Austin.
Las futuras fiestas tendrán
nuevos caminos de expresión; rebasarán los rituales ahora sumamente
trivializados; las culturas populares e indígenas revitalizarán sus
concepciones y la escenificación de los conceptos simbólicos de sus prácticas y
creencias.
Este culto tiene un carácter
básicamente agrícola. En esta celebración, explica el emérito López Austin, se
reconoce el ciclo natural de la vida y de la muerte.
El ceremonial de los Fieles
Difuntos dista mucho del pensamiento cristiano en cuanto a que este proceso no
es parte de un proceso lineal y polar; más bien constituye un concepto de
circularidad en constante ritmo, en donde la vida fenece y vuelve a renacer.
Las festividades a los finados
son interesantes, porque al igual que en las culturas antiguas, como la China y
la Egipcia, es un símbolo de unidad familiar, reconoce por su parte el antropólogo
Jaime Litvak King.
En algunas culturas de
Oriente, por ejemplo, ese día se quema incienso, se encienden candelas y se
colocan ofrendas de alimentos sobre un altar. Son los días cuando se recuerdan
las deudas que se tienen con los antepasados.
Los mitos o relatos sagrados
sobre el hombre, los dioses y el universo son de origen prehispánico, matizados
con elementos europeos. Vivimos el encuentro de muchas culturas, cada una con
su propia relación con los muertos, comenta el doctor Litvak.
Recordarlos, explica, es vital
para las culturas que viven del campo, especialmente las primitivas, porque
precisamente, advierten cómo crecen y fenecen las cosas vivas.
La fiesta de los difuntos está
vinculada con el calendario agrícola prehispánico. Es la única festividad
celebrada al inicio de la recolección o cosecha. Es decir, es el primer gran
banquete después de la temporada de escasez de los meses anteriores y se
comparte hasta con los ya fallecidos.
El investigador universitario
precisa que el culto mortuorio es uno de los elementos básicos de la religión
de los antiguos mexicanos. Creían que vivir y perecer constituían una unidad.
Para los pueblos prehispánicos no era el fin de la existencia, sino la
transición hacia una vida mejor.
Esto salta a la vista en los
símbolos que encontramos en su arquitectura, escultura y cerámica, así como en
los cantos poéticos donde se evidencia el dolor y la angustia que provoca el
paso al Mictlán, lugar de los muertos o descarnados, quienes esperan un destino
benigno en los paraísos del Tlalocan.
Jaime Litvak aduce que la
muerte existe, pero nadie piensa en su finitud. En las culturas contemporáneas
es una palabra que no se pronuncia. Los mexicanos tampoco pensamos en ella,
pero no le tenemos miedo debido a nuestra fe religiosa, que nos da fuerza para
reconocerla y porque quizá, también, somos indiferentes a la vida.
Hoy día esta celebración
conserva mucha de la influencia prehispánica de ese culto a los muertos. Las
encontramos en Tláhuac, Xochimilco, Mixquic, lugares cercanos a la Ciudad de
México.
En el pueblo de Mixquic, la
noche de Todos los Santos se celebra con una gran fiesta. A las ocho de la
noche, Hora de las Ánimas, se prenden todas las velas de las tumbas.
El panteón es adornado con
esmero; los sepulcros, ya sean de mármol o de tierra, se iluminan y se revisten
de pétalos y flores que, en ocasiones, forman la imagen de la Virgen o la cruz.
Se percibe el olor a copal y aún entre tanta gente, es patente el respeto y la
importancia de la tradición.
En el estado de Michoacán, las
ceremonias más importantes son las de los indios purépechas del Lago de
Pátzcuaro, especialmente en la isla de Janitzio. Igualmente resaltan las
ceremonias de los poblados del Istmo de Tehuantepec, Oaxaca, y en Cuetzalán.
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Foto 1
El investigador
emérito de la UNAM, Alfredo López Austin, afirmó que los mercaderes le han
quitado lo folclórico al Día de Muertos.
Foto 2
Para el antropólogo Jaime Litvak King, el ceremonial de los Fieles Difuntos es el encuentro de muchas culturas, cada una con su propia relación con los muertos.