Boletín UNAM-DGCS-757
Ciudad Universitaria
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EL CONTINENTE AMERICANO “EXISTIÓ” HASTA 1507
·
El 12 de octubre representa el contacto
entre diferentes maneras de pensar
·
Hay indicios que Cristóbal Colón viajó con
mapa y bitácora al “nuevo continente”
·
En sentido estricto, América no existió
antes de 1507, año en que fue nombrada por el cartógrafo alemán Waldseemüller: Marcelo Ramírez
Ruiz, de la FFL
· Patrick Johansson, del IIH, explicó que los europeos encontraron en los nuevos territorios sociedades distintas
El 12 de octubre de 1492
representa el contacto entre diferentes maneras de pensar, de ver la vida y de
desarrollar el conocimiento, que al paso del tiempo se fusionaron. Fecha
histórica de un acontecimiento que debe ser analizado, no juzgado, y que
permite recordar que el mundo no es uniforme, sino diverso, heterogéneo y
plural, opinaron historiadores universitarios.
Marcelo Ramírez Ruiz, del Colegio de
Historia de la Facultad de Filosofía y Letras (FFL), y Patrick Johansson, del
Instituto de Investigaciones Históricas (IIH), coincidieron en que América no
era una “nueva” tierra –porque ya estaba ahí–, ni fue descubierta, sino que,
como señaló Edmundo O’Gorman, fue “inventada”.
Al respecto, Ramírez Ruiz
explicó que, en sentido estricto, este “nuevo espacio” no existió antes de
1507, cuando el cartógrafo alemán Martín Waldseemüller nombró así al
continente, con base en los argumentos de Américo Vespucio, quien demostró que
los territorios encontrados no eran las Indias.
La posibilidad de hallar otro
mundo, nuevo o distinto –recordó–, fue posible gracias a la búsqueda, en
diferentes etapas y autores de la antigüedad griega y romana, de un orbis
alterius, de una terra australis, una tierra antípoda, incógnita, donde la
realidad sería inversa, poblada de monstruos y salvajes. Es decir, el sitio de
las alteridades europeas. Así, el nuevo continente se consideró endemoniado y
brutal, pero al mismo tiempo paradisiaco y utópico.
En esa época, si bien la razón
parece triunfar en muchos ámbitos del conocimiento, los esquemas del
pensamiento escolástico prevalecen. La astrología, la cognición nocturna y
“diabólica” que nutren a la magia y las leyendas, determinan todavía aspectos
importantes de la vida de Occidente, señala Johansson. “El Dorado”, “Cathay” y
demás espejismos contribuyeron tanto a los descubrimientos como la carabela, la
brújula o las cartas de navegación.
Al parecer, Cristóbal Colón no
fue el primero en arribar a estas costas. Según especialistas como Gustavo
Vargas, el viaje colombino se hizo “con mapa y bitácora”, es decir, con ayuda
de información estratégica.
Se sabe que para prever sus
travesías, el almirante, quien era más medieval que moderno y se sentía
instrumento de la Providencia, utilizó varias fuentes informativas, como la Historia
rerum ubique gestarum del papa Pío II, y la Imago Mundi, del cardenal francés
Pierre d'Ailly. Pero debió tener más conocimientos.
Algunos autores refieren la
existencia de una serie de viajes anteriores a los del genovés. El propio
Vargas refiere la existencia de un documento de Henricus Martellus, en 1489:
una primera carta donde se distingue la “cuarta península asiática”, conocida
como “la cola de dragón”, que bien podría ser el perfil atlántico del Brasil.
Diferentes viajeros
contribuyeron al conocimiento cartográfico de las rutas oceánicas, la dirección
de los vientos, las señales terrestres y otros elementos prácticos para la
navegación, mencionó el académico de la FFL. Los registros gráficos más
detallados fueron considerados secreto de Estado y pasaban a formar parte del Padrón
Real, resguardado en la Casa de Contratación de Sevilla.
Se desconoce cuántos viajes se efectuaron
a suelo americano antes de la expedición española, incluidos los realizados por
vikingos, sobre todo noruegos y daneses, señaló el integrante del IIH.
Lo cierto es que luego de
haber sido rechazado por los portugueses, a principios de 1485 Colón llegó a
Castilla. El 20 de enero del siguiente año los Reyes Católicos lo recibieron
por primera vez, en Alcalá de Henares, Madrid, y nombraron una junta de
expertos para valorar el proyecto. La voz de la ciencia le fue contraria una
vez más.
Tras varias tentativas, sus
planes tuvieron éxito. En un acto personal, los monarcas decidieron
respaldarlo. El 17 de abril de 1492 firmaron las Capitulaciones de Santa Fe o
documento-contrato que estipulaba las condiciones con que el navegante haría el
viaje.
Con tres embarcaciones (la Pinta,
la Niña y la Santa María), dos millones de maravedíes de presupuesto y
alrededor de 90 hombres, el 2 de agosto de 1492 el luego “Almirante del Mar
Océano” ordenó embarcar y, al día siguiente, antes de salir el sol, abandonó el
puerto de Palos. Fue en la noche del 11 al 12 de octubre cuando el marinero
Rodrigo de Triana lanzó el esperado grito de: "¡tierra!".
“El colombino se tomó como el viaje oficial, de descubrimiento,
porque así convino a los intereses de la Corona castellana –afirmó Ramírez–. Se
convirtió en el argumento para justificar el dominio completo sobre las Indias
y declararlas como suyas. Después adquirieron el derecho de conquista”.
Johansson recordó que en
aquella época, Europa “estaba saliendo de una crisálida; pasa de la época
medieval al Renacimiento, lo cual implicó un cambio rotundo de pensamiento. De
repente, el tiempo trasciende al espacio y deciden marchar al horizonte en
busca de 'algo' que ya habían ideado, inventado”.
En este momento de transición,
de efervescencia científica y de nuevas ideas –se descubre entonces la rotación
de la Tierra y su movimiento en torno al sol, la resolución de ecuaciones de
tercer grado y la hipótesis de la circulación de la sangre dentro del cuerpo,
entre otros–, el mundo europeo “estalla” y sale, se abre y extiende.
Pero los aventureros no sabían
a ciencia cierta que hallarían. Por aquellos años, las sociedades nativas
mantenían imperios importantes, como el quechua o inca, en el Perú, y el
azteca, en la ciudad de Tenochtitlan, al centro de México.
Esos grupos construyeron
ciudades deslumbrantes por su urbanismo, con organización política, capacidad
militar, áreas de influencia, actividad tributaria, con sistemas calendáricos y
cálculos astronómicos. Junto a estas estructuras teocráticas existían otras
sociedades con gobierno propio. Empero, no tenían un concepto de
"continente", como sí existía en el viejo continente, expuso Marcelo
Ramírez.
Los europeos hallaron un orden
establecido entre los indígenas, añadió Johansson. Cada pueblo –el mexica, el
tlaxcalteca, el purépecha y otros– era una nación, un mundo diferente. No
estaban cohesionados ni se sentían una raza o cultura común. Cada uno poseía un
mito cosmogónico que difería del poseído por su vecino. Para ellos, los
españoles eran tan enemigos como el imperio al que le rendían tributo, en el
caso de los más débiles.
En tanto, en las actuales
República Dominicana y Cuba habitaban, principalmente, los caribes, los arahuac
y los tainos. Tratándose de comunidades
de menor tamaño que las mexicanas, no resistieron el embate europeo. Cuando lo
pobladores originales emprendieron la resistencia, ya era demasiado tarde.
Además, factores culturales
facilitaron la dominación. No debe olvidarse que los habitantes del Anáhuac
esperaban el regreso del dios solar Quetzalcóatl, el mismo año de la llegada de
Hernán Cortés a México, es decir, en 1519 (Ce Acatl o uno caña).
En dicha cultura, el pasado y
el futuro eran un ciclo de eterna espera, mencionó el investigador del IIH.
Así, un pueblo que aguardaba se encontró con otro que avanzaba; eso produjo la
entrada de los españoles a la creación mítica de los indígenas con mucha
rapidez. Una vez que los nativos entendieron que la historia se había topado
con el mito, los hispanos ya los dominaban.
Por todo ello, cualquier
término, palabra o verbo como "descubrir" o "encontrar", no
explica de manera satisfactoria y completa un proceso histórico tan complejo,
en el cual, al mismo tiempo que se construye un saber, una categoría cultural,
una entidad histórico-geográfica como América, hay un olvido.
Una fecha tan importante, como
el 511 aniversario del hecho que representó un parteaguas para la humanidad,
"nos da motivos para recuperar otras cosmovisiones", porque en el
análisis historiográfico seguimos atendiendo a discursos hegemónicos,
verticales, eurocéntricos, opinó Ramírez.
Es necesario, por tanto, atender
otras fuentes y recursos que permitan construir la historia desde los
sometidos, desde las culturas que incluso desaparecieron con el descubrimiento
y conquista, en procesos de franco genocidio.
Respecto al encuentro de dos
pensamientos, Johansson indicó que el proceso de cohesión sociocultural de
ambos mundos fue difícil; los que no quisieron o no pudieron integrarse a la
cultura novohispana sufrieron una marginación ineludible.
El siglo XVI es de mestizajes
intensos, de síntesis en el plano religioso, territorial, social y político. No
obstante la imposición cultural española, entre los mexicanos de hoy es posible
descubrir rasgos indígenas antiguos, lo que no sucedió en otras partes, como en
Argentina y Chile, donde los araucanos fueron diezmados y su realidad e ideas
destruidas.
A pesar de todo, las lógicas y
estructuras de europeos y nativos tuvieron algo en común: la necesidad y
capacidad de construir su propia realidad, de convertir su entorno en una
proyección de sí mismos, de explicar su existencia y dotarla de sentido,
organizarla entre un ayer y un mañana.
Sin embargo, con frecuencia el
enfrentamiento con el otro representó su exterminio, insistió Marcelo Ramírez.
La disminución demográfica de los residentes originales puede calificarse así,
y en esta mortandad, con seguridad desaparecieron poblaciones enteras, etnias,
lenguas, ciclos rituales, conocimientos detallados del medio geográfico y el
uso específico de los recursos naturales. En cada sociedad extinta se perdió
una humanidad, una cosmovisión.
El descubrimiento no fue una
gesta heroica donde un sujeto, el navegante Colón que representa a Europa,
encuentra un objeto, la América. “No podemos considerar así a la historia,
sobre todo desde Latinoamérica”.
Por el contrario, debemos
pensar desde nosotros mismos, más allá del colonizador. Requerimos la
construcción de una nueva mirada que atienda las realidades marginales, las
existencias colaterales, los grupos humanos sometidos, porque la construcción
del México actual se basa en ellos, en quienes sigue vigente el conflicto entre
la identidad propia y la influencia externa, precisó.
El 12 de octubre se recuerda
como el Día de la Raza, la de bronce, que no es indígena, sino mestiza,
mexicana y original, abundó Patrick Johansson. En ese sentido, el hecho
histórico no debe juzgarse, pues no se puede hacer nada para modificarlo. Hay
que reivindicar los valores autóctonos que han sido relegados, e incorporarlos
en el devenir de la historia, pero sin desvalorizar lo demás.
Marcelo Ramírez sostuvo que
tomar en cuenta "al otro" representó uno de los grandes retos, por
las múltiples culturas con que se toparon los hispanos. Del enfrentamiento
surgieron historias múltiples, cuyas repercusiones aún vivimos. Ejemplo de ello
es que, si bien en este mundo globalizado hay sujetos políticos hegemónicos,
también hay otros contextos culturales propios, regionales, que reclaman su
derecho a existir", finalizó.
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PIES DE FOTO
Foto 1
El 12 de octubre
se recuerda como el Día de la Raza, la de bronce, que no es indígena, sino
mestiza, mexicana y original, aseguró Patrick Johansson, del Instituto de
Investigaciones Históricas de la UNAM.
Foto 2
El descubrimiento
de América no fue una gesta heroica donde un sujeto, Cristóbal Colón, que
representa a Europa, encuentra un objeto, América, aseguró Marcelo Ramírez
Ruiz, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.