06:00 hrs. Septiembre 27 de 2003

 

Boletín UNAM-DGCS-727

Ciudad Universitaria

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FUNDAMENTAL, LA FIGURA DE LOUIS PASTEUR EN LA HISTORIA DE LA CIENCIA

 

·        Fue un gran científico con la suficiente claridad para poner a la ciencia al servicio de la población

·        Las propuestas del médico francés fueron útiles y oportunas en su momento histórico, cuando se necesitaba con urgencia solucionar enfermedades graves: Edna Suárez, de la FC

 

A 108 años de su muerte, la figura de Louis Pasteur mantiene su innegable importancia en la historia de la ciencia en general, y de la medicina en particular. Su aportación más destacada, la teoría de los gérmenes –con la cual descubrió que las enfermedades son producidas por microorganismos–, cambió los modelos de pensamiento y sentó las bases para el desarrollo actual de la genética moderna y la biotecnología.

 

Para el jefe del Departamento de Historia y filosofía de la medicina de la Facultad de esa disciplina en la UNAM, Carlos Viesca Treviño, Pasteur fue un gran científico con la suficiente claridad para poner a la ciencia al servicio de la población. En ese sentido, fue un benefactor de la humanidad.

 

En tanto, Edna Suárez, de la Facultad de Ciencias (FC), opinó que, sin negarle su genio, brillantez y capacidad para diseñar experimentos, el químico francés no fue el creador, por sí solo, de la revolución que movió al mundo de un contexto sin higiene ni salubridad, a comunidades organizadas alrededor de la asepsia y las vacunas.

 

Fue un logro de la sociedad, recalca. Sus propuestas resultaron útiles, oportunas en un momento histórico, cuando la gente necesitaba con urgencia solucionar enfermedades graves.

 

Sobre él científico francés escribió Juan Ramón de la Fuente: “dentro del caos creador que le proporcionó el tiempo en que vivió, pudo elaborar una serie de contribuciones valiosas y variadas para la ciencia. Fue él quien demostró que los microorganismos causan fermentación y enfermedad; él, quien desarrolló por primera vez la vacuna contra la rabia, el ántrax y el cólera de gallina; quien salvó a la industria de la cerveza, el vino y la seda en Francia; quien realizó un trabajo pionero en la estereoquímica; quien inauguró la pasteurización”.

 

Pasteur, heredero de generaciones de curtidores, nació el 27 de diciembre de 1822. Durante su infancia y primera juventud mostró una clara habilidad para el dibujo y la pintura, en particular para la técnica “al pastel”; tanto así, que hizo retratos de familia. Esta capacidad de observación lo llevó a establecer que en el campo científico "el azar únicamente favorece a las mentes preparadas". Su vida y su obra son un aserto de este aforismo, añade el actual rector de la UNAM.

 

Luois Pasteur, siguió una lógica caracterizada por un impecable rigor, enmarcada en la observación estricta de un universo cambiante; un método claro dentro de una doctrina heterogénea; un pensamiento resuelto, obligado a la transformación.

 

Viesca Treviño recordó que luego de sus estudios de cristalografía, comenzados a finales de la década de 1840, Pasteur inicia en la siguiente década, "lo que podríamos calificar como su búsqueda de los microorganismos; de qué forma se pueden manifestar los microbios en la naturaleza y, sobre todo, pone en tela de juicio una teoría biológica central: la generación espontánea".

 

Hasta entonces, se pensaba que la vida, en formas poco evolucionadas, se producía de manera “directa”. “Un viejísimo libro de Aristóteles, que para esa época tenía 2 mil 400 años, sostenía que la vida (animales pequeños como moscas, gusanos e incluso ratones) se puede generar de la materia en putrefacción”.

 

En tanto, el cristianismo establecía que las especies habían sido creadas por Dios en el cuarto, quinto y sexto días de la creación.  Por eso, cuando Louis Pasteur se preguntó si esos pequeñísimos animales aparecen en algunos lugares por generación espontánea o por contaminación, planteó una nueva ley y marcó el inicio de la biología moderna. Estableció que una mosca procede de otra y un ratón de otro anterior.

 

Viesca resaltó que un elemento principal en los descubrimientos del científico francés fue el microscopio con lente de inversión. Dispuso también, de un instrumento adecuado para ver en caldos formas de vida diminuta, microbios, a los cuales clasificó como cocos y bacilos.

 

Pasteur dio sus siguientes pasos en el conocimiento científico de aspectos relacionados con la industria de su país. Es reconocido por sus estudios de fermentación, que repercutieron en mejoras en la producción de alcohol, vino, vinagre y cerveza; además, dio origen al proceso de pasteurización –tratar mediante calor un líquido alimenticio para eliminar bacterias patógenas sin alterar su estructura–, descubrimiento con gran repercusión en la prevención de múltiples enfermedades.

 

También salvó a la industria de la seda, en amenaza de ruina, al percatarse de la transmisión de esta enfermedad por contaminación microbiana, en el gusano de seda.

 

Pero si los vinos se alteran, se preguntó, ¿no será que los microbios provocan, además de la fermentación, las enfermedades animales y humanas? En esa época se creía que los padecimientos contagiosos, los que dan fiebre, eran producidos por un miasma, es decir, por el vapor saliente de la materia en putrefacción. Pero él  encuentra bacilos en el carbunco y el ántrax. En 1867 hace la primera afirmación sobre la causa bacteriana de las enfermedades infecciosas.

 

Indagó por qué unas infecciones son fuertes y otras suaves, por qué afectan más a unas personas que a otras. Descubrió que el germen en pasos sucesivos, de un organismo humano a otro, se porta diferente, se hace menos agresivo.

 

También se planteó sobre el hipotético caso de que esos gérmenes atenuados fuesen introducidos a una persona que no hubiese padecido el mal. El resultado fue la creación de defensas. Entonces, a esas preparaciones primero las llamó “sueros”, y hoy las conocemos como vacunas.

 

Su trabajo más rotundo al respecto, según Carlos Viesca, fue contra la rabia, enfermedad relevante no por el número de decesos que provoca, sino por las consecuencias en quienes se infectan, pues presentan hidrofobia, espasmos, locura y, finalmente, la muerte.

 

 

Aquel año, cuando había avanzado en sus trabajos sobre la rabia en cerebros de conejos, llegó desde la región francesa de Alsacia, Joseph Meister, de 17 años, mordido por un lobo rabioso. Le fue aplicada la vacuna aún sin experimentar; Pasteur decidió correr el riesgo y el muchacho no enfermó.

 

“Lo que siguió después no fue fácil –relató el especialista–. En los años subsecuentes, habiendo pasado la prueba, la vacuna se siguió aplicando. Pero meses después, una niña inoculada contra la rabia murió de esta enfermedad; se descubre, además, que el perro que la mordió no estaba infectado”.

 

Es decir, la vacuna también podía provocar el padecimiento, dependiendo del nivel de atenuación del virus y de la resistencia del huésped. Junto con sus colaboradores, Pasteur decide, en aras del avance del conocimiento científico, no publicar la existencia de la rabia posvacunal; en cambio, resuelven obtener seguridad para los pacientes. Tales hechos se conocieron medio siglo después, en documentos guardados por el propio sabio.

 

La vacuna fue un detonador para reunir fondos y crear, el 14 de noviembre de 1888, el Instituto Pasteur, donde siguió trabajando. Para entonces ya no le interesaba, por ejemplo, cuál era el germen de la neumonía o de la amigdalitis. Quería hacer algo para curar a los enfermos o, aún mejor, prevenir los males.

 

Su trayectoria científica va de una aplicación a otra, añadió Edna Suárez; pero cabría preguntarse el motivo de su éxito. Previo a él, en Europa predominaba el movimiento de los “higienistas”, el cual puede explicar, mayormente, por qué la masa social se movilizó a favor de Pasteur.

 

La científica recordó que en la primera mitad del siglo XIX ya existía preocupación por las condiciones de vida de la población. Con la industrialización comenzaron los problemas de contaminación, de infecciones y de prostitución en ciudades como París y Londres.

 

Distintas fuerzas políticas se congregaron para mejorar las condiciones de vida y alimentación en las urbes. Además, iniciaron movimientos utópicos para resarcir las desigualdades sociales, basados en “supuestos científicos”. Pasteur se “montó” en estos movimientos.

 

En este contexto, los higienistas no podían atribuir una causa precisa a todos los males que aquejaban a la sociedad. No se sabía si eran provocados por el hacinamiento, la pobreza o el agua sucia; había multitud de factores a los cuales culpar, así como consejos por seguir, como la construcción del drenaje.

 

Sus teorías se complicaban al asociar un efecto con una causa equivocada, por lo que sus sugerencias higiénicas no eran eficaces. “A veces los niños tomaban leche o eran mordidos por un perro y ni morían de tuberculosis ni les daba rabia; pero a veces sí”. Se abría un juego de probabilidades, con correlaciones útiles por momentos, abundó Suárez.

 

Esa fue la contribución de Pasteur. Cuando descubre la existencia de los microbios, no visibles a simple vista pero presentes en el ambiente y causantes de enfermedades tanto en los gusanos de seda, como en la vid o los humanos, posibilita la unión de fuerzas sociales –que ya estaban en marcha– en un solo camino: detectarlos, dominarlos e impedir que siguieran haciendo daño.

 

Otro éxito de Pasteur, refirió la universitaria, fue llevar los experimentos a la granja, sino por completo, sí en ciertas prácticas. “El secreto de Pasteur consiste en subvertir las relaciones entre el interior y el exterior de su recinto protegido, el laboratorio”, señaló la profesora de la FC.

 

Cuando se pone en duda su teoría sobre la fermentación, se traslada de inmediato a Arbois, a una viña de su propiedad. “La publicidad de esa nueva experiencia asombra a sus colegas, cuando él no ha hecho otra cosa que extender la calle de Ulm (donde realiza sus experimentos) hasta los sarmientos”, menciona el francés Bruno Latour.

 

Pasteur protege sus viñedos de la fermentación mediante un invernadero, no sólo como una extensión de sus matraces de vidrio, sino también como una reducción del planeta, víctima de las epidemias. No para de desplazar su laboratorio y de incorporar a éste el saber de otros.

 

La revolución “pasteuriana”  llegó a México “rápido y gracias a dos personajes”, expuso Carlos Viesca. Desde 1860 se conocen en la Academia de Medicina los primeros artículos sobre microbios.

 

Antes de esa fecha, en nuestro país ya se tomaban medidas de asepsia, aún sin saberlo, cuando se lavaban las heridas con jabón de Puebla y licores yodados, por lo que sus descubrimientos de gérmenes patógenos fueron bien apreciados.

 

Por supuesto, fue en la Universidad donde se inauguró la primera cátedra de Microbiología en 1883, en la Escuela de Agricultura y Veterinaria, y en 1888 en la de Medicina, aunque con el nombre de bacteriología, bajo la influencia de la escuela alemana encabezada por el eterno rival de Pasteur, Robert Koch, descubridor del bacilo de la tuberculosis y del cólera.

 

Cuando se conoce de la vacuna antirrábica, Eduardo Liceaga, presidente del Consejo Superior de Salubridad de México, viaja a París, Francia, para conocer al científico. Regresa en dos camarotes: uno para él y su esposa, y otro para el cerebro de conejo inoculado que le regaló Pasteur. En el actual edificio de la Secretaría de Educación Pública, en el Centro Histórico, se comenzaron a fabricar las primeras vacunas antirrábicas en nuestro país. En abril de 1888 fue inoculado con éxito el primer paciente mexicano.

 

Otro gran pasteuriano fue Miguel Otero, médico de San Luis Potosí. Al conocer de la vacuna sale a la calle en búsqueda de perros rabiosos para producir virus atenuados, que obtuvo sin conocer el método del destacado científico.

 

Según Edna Suárez, la relación del sabio francés con la biotecnología es cercana, sobre todo en la práctica de los procesos que involucran agentes biológicos, como la fermentación y el control de calidad de las cepas en la producción de alimentos, cerveza o vino, por ejemplo.

 

Aunque muchas de las técnicas biotecnológicas son radicalmente nuevas porque involucran al genoma de los organismos, y a pesar de que la producción de vacunas hoy es más sofisticada e involucra a la biología molecular, Pasteur representa las raíces, la llave que abrió el camino para nuevos y numerosos descubrimientos científicos en la Universidad, en el país y el mundo.

 

En este sentido, opinó Suárez, estas ciencias son de las más desarrolladas en México y la UNAM. “Las aportaciones de científicos como Francisco Bolívar Zapata en la construcción de vectores capaces de llevar genes de un organismo a otro, hasta numerosos proyectos del Instituto de Biotecnología, del Centro de Investigación sobre Fijación de Nitrógeno o del Instituto de Investigaciones Biomédicas, donde se estudia la genética de microorganismos y agentes patógenos que provocan padecimientos que afectan a nuestra población, son de fundamental importancia”.

 

Después de dos ataques de hemiplejía izquierda y de un homenaje nacional con motivo del 70 aniversario de su nacimiento, Louis Pasteur muere el 28 de septiembre de 1895 en su retiro de Villeneuve-l’Etang. Sus restos reposan en el Instituto Pasteur, en la “Ciudad Luz”, París.

 

Suma de arte y ciencia, como opinó De la Fuente, Pasteur encarnó la pluralidad de su tiempo y con estos métodos constituyó uno de los pilares fundacionales de la medicina científica. Con su existencia y su obra se percató de que la vida humana no es un problema a resolver sino un misterio por vivir.

 

 

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PIES DE FOTO

 

Foto 1

 

La figura de Louis Pasteur  es de gran importancia  en la historia de la ciencia en general.

 

Foto 2

 

Carlos Viesca Treviño, jefe del Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina  de la Facultad de esa disciplina en la UNAM, señaló que Louis Pasteur fue un benefactor de la humanidad.

 

Foto 3

 

Las propuestas de Louis Pasteur  resultaron útiles y oportunas en un momento  histórico en que la gente necesitaba con urgencia solucionar enfermedades graves, aseguró Edna Suárez, de la Facultad de Ciencias de la UNAM.