Boletín UNAM-DGCS-727
Ciudad Universitaria
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FUNDAMENTAL, LA FIGURA DE LOUIS PASTEUR EN LA HISTORIA DE LA CIENCIA
·
Fue un gran científico con la suficiente
claridad para poner a la ciencia al servicio de la población
·
Las propuestas del médico francés fueron
útiles y oportunas en su momento histórico, cuando se necesitaba con urgencia
solucionar enfermedades graves: Edna Suárez, de la FC
A 108 años de su muerte, la figura de Louis
Pasteur mantiene su innegable importancia en la historia de la ciencia en
general, y de la medicina en particular. Su aportación más destacada, la teoría
de los gérmenes –con la cual descubrió que las enfermedades son producidas por
microorganismos–, cambió los modelos de pensamiento y sentó las bases para el
desarrollo actual de la genética moderna y la biotecnología.
Para
el jefe del Departamento de Historia y filosofía de la medicina de la Facultad
de esa disciplina en la UNAM, Carlos Viesca Treviño, Pasteur fue un gran
científico con la suficiente claridad para poner a la ciencia al servicio de la
población. En ese sentido, fue un benefactor de la humanidad.
En
tanto, Edna Suárez, de la Facultad de Ciencias (FC), opinó que, sin negarle su
genio, brillantez y capacidad para diseñar experimentos, el químico francés no
fue el creador, por sí solo, de la revolución que movió al mundo de un contexto
sin higiene ni salubridad, a comunidades organizadas alrededor de la asepsia y
las vacunas.
Fue
un logro de la sociedad, recalca. Sus propuestas resultaron útiles, oportunas
en un momento histórico, cuando la gente necesitaba con urgencia solucionar
enfermedades graves.
Sobre
él científico francés escribió Juan Ramón de la Fuente: “dentro del caos
creador que le proporcionó el tiempo en que vivió, pudo elaborar una serie de
contribuciones valiosas y variadas para la ciencia. Fue él quien demostró que
los microorganismos causan fermentación y enfermedad; él, quien desarrolló por
primera vez la vacuna contra la rabia, el ántrax y el cólera de gallina; quien
salvó a la industria de la cerveza, el vino y la seda en Francia; quien realizó
un trabajo pionero en la estereoquímica; quien inauguró la pasteurización”.
Pasteur, heredero de generaciones de
curtidores, nació el 27 de diciembre de 1822. Durante su infancia y primera juventud
mostró una clara habilidad para el dibujo y la pintura, en particular para la
técnica “al pastel”; tanto así, que hizo retratos de familia. Esta capacidad de
observación lo llevó a establecer que en el campo científico "el azar
únicamente favorece a las mentes preparadas". Su vida y su obra son un
aserto de este aforismo, añade el actual rector de la UNAM.
Luois
Pasteur, siguió una lógica caracterizada por un impecable rigor, enmarcada en
la observación estricta de un universo cambiante; un método claro dentro de una
doctrina heterogénea; un pensamiento resuelto, obligado a la transformación.
Viesca
Treviño recordó que luego de sus estudios de cristalografía, comenzados a
finales de la década de 1840, Pasteur inicia en la siguiente década, "lo
que podríamos calificar como su búsqueda de los microorganismos; de qué forma
se pueden manifestar los microbios en la naturaleza y, sobre todo, pone en tela
de juicio una teoría biológica central: la generación espontánea".
Hasta
entonces, se pensaba que la vida, en formas poco evolucionadas, se producía de
manera “directa”. “Un viejísimo libro de Aristóteles, que para esa época tenía
2 mil 400 años, sostenía que la vida (animales pequeños como moscas, gusanos e
incluso ratones) se puede generar de la materia en putrefacción”.
En
tanto, el cristianismo establecía que las especies habían sido creadas por Dios
en el cuarto, quinto y sexto días de la creación. Por eso, cuando Louis Pasteur se preguntó si esos pequeñísimos
animales aparecen en algunos lugares por generación espontánea o por
contaminación, planteó una nueva ley y marcó el inicio de la biología moderna.
Estableció que una mosca procede de otra y un ratón de otro anterior.
Viesca
resaltó que un elemento principal en los descubrimientos del científico francés
fue el microscopio con lente de inversión. Dispuso también, de un instrumento
adecuado para ver en caldos formas de vida diminuta, microbios, a los cuales
clasificó como cocos y bacilos.
Pasteur
dio sus siguientes pasos en el conocimiento científico de aspectos relacionados
con la industria de su país. Es reconocido por sus estudios de fermentación,
que repercutieron en mejoras en la producción de alcohol, vino, vinagre y
cerveza; además, dio origen al proceso de pasteurización –tratar mediante calor
un líquido alimenticio para eliminar bacterias patógenas sin alterar su
estructura–, descubrimiento con gran repercusión en la prevención de múltiples
enfermedades.
También
salvó a la industria de la seda, en amenaza de ruina, al percatarse de la transmisión
de esta enfermedad por contaminación microbiana, en el gusano de seda.
Pero
si los vinos se alteran, se preguntó, ¿no será que los microbios provocan,
además de la fermentación, las enfermedades animales y humanas? En esa época se
creía que los padecimientos contagiosos, los que dan fiebre, eran producidos
por un miasma, es decir, por el vapor saliente de la materia en putrefacción.
Pero él encuentra bacilos en el
carbunco y el ántrax. En 1867 hace la primera afirmación sobre la causa
bacteriana de las enfermedades infecciosas.
Indagó
por qué unas infecciones son fuertes y otras suaves, por qué afectan más a unas
personas que a otras. Descubrió que el germen en pasos sucesivos, de un
organismo humano a otro, se porta diferente, se hace menos agresivo.
También
se planteó sobre el hipotético caso de que esos gérmenes atenuados fuesen
introducidos a una persona que no hubiese padecido el mal. El resultado fue la
creación de defensas. Entonces, a esas preparaciones primero las llamó
“sueros”, y hoy las conocemos como vacunas.
Su
trabajo más rotundo al respecto, según Carlos Viesca, fue contra la rabia,
enfermedad relevante no por el número de decesos que provoca, sino por las
consecuencias en quienes se infectan, pues presentan hidrofobia, espasmos, locura
y, finalmente, la muerte.
Aquel
año, cuando había avanzado en sus trabajos sobre la rabia en cerebros de
conejos, llegó desde la región francesa de Alsacia, Joseph Meister, de 17 años,
mordido por un lobo rabioso. Le fue aplicada la vacuna aún sin experimentar;
Pasteur decidió correr el riesgo y el muchacho no enfermó.
“Lo
que siguió después no fue fácil –relató el especialista–. En los años
subsecuentes, habiendo pasado la prueba, la vacuna se siguió aplicando. Pero
meses después, una niña inoculada contra la rabia murió de esta enfermedad; se
descubre, además, que el perro que la mordió no estaba infectado”.
Es
decir, la vacuna también podía provocar el padecimiento, dependiendo del nivel
de atenuación del virus y de la resistencia del huésped. Junto con sus
colaboradores, Pasteur decide, en aras del avance del conocimiento científico,
no publicar la existencia de la rabia posvacunal; en cambio, resuelven obtener
seguridad para los pacientes. Tales hechos se conocieron medio siglo después,
en documentos guardados por el propio sabio.
La
vacuna fue un detonador para reunir fondos y crear, el 14 de noviembre de 1888,
el Instituto Pasteur, donde siguió trabajando. Para entonces ya no le
interesaba, por ejemplo, cuál era el germen de la neumonía o de la amigdalitis.
Quería hacer algo para curar a los enfermos o, aún mejor, prevenir los males.
Su
trayectoria científica va de una aplicación a otra, añadió Edna Suárez; pero
cabría preguntarse el motivo de su éxito. Previo a él, en Europa predominaba el
movimiento de los “higienistas”, el cual puede explicar, mayormente, por qué la
masa social se movilizó a favor de Pasteur.
La
científica recordó que en la primera mitad del siglo XIX ya existía
preocupación por las condiciones de vida de la población. Con la
industrialización comenzaron los problemas de contaminación, de infecciones y
de prostitución en ciudades como París y Londres.
Distintas
fuerzas políticas se congregaron para mejorar las condiciones de vida y
alimentación en las urbes. Además, iniciaron movimientos utópicos para resarcir
las desigualdades sociales, basados en “supuestos científicos”. Pasteur se
“montó” en estos movimientos.
En
este contexto, los higienistas no podían atribuir una causa precisa a todos los
males que aquejaban a la sociedad. No se sabía si eran provocados por el
hacinamiento, la pobreza o el agua sucia; había multitud de factores a los
cuales culpar, así como consejos por seguir, como la construcción del drenaje.
Sus
teorías se complicaban al asociar un efecto con una causa equivocada, por lo
que sus sugerencias higiénicas no eran eficaces. “A veces los niños tomaban
leche o eran mordidos por un perro y ni morían de tuberculosis ni les daba
rabia; pero a veces sí”. Se abría un juego de probabilidades, con correlaciones
útiles por momentos, abundó Suárez.
Esa
fue la contribución de Pasteur. Cuando descubre la existencia de los microbios,
no visibles a simple vista pero presentes en el ambiente y causantes de
enfermedades tanto en los gusanos de seda, como en la vid o los humanos,
posibilita la unión de fuerzas sociales –que ya estaban en marcha– en un solo
camino: detectarlos, dominarlos e impedir que siguieran haciendo daño.
Otro
éxito de Pasteur, refirió la universitaria, fue llevar los experimentos a la
granja, sino por completo, sí en ciertas prácticas. “El secreto de Pasteur
consiste en subvertir las relaciones entre el interior y el exterior de su
recinto protegido, el laboratorio”, señaló la profesora de la FC.
Cuando
se pone en duda su teoría sobre la fermentación, se traslada de inmediato a
Arbois, a una viña de su propiedad. “La publicidad de esa nueva experiencia
asombra a sus colegas, cuando él no ha hecho otra cosa que extender la calle de
Ulm (donde realiza sus experimentos) hasta los sarmientos”, menciona el francés
Bruno Latour.
Pasteur
protege sus viñedos de la fermentación mediante un invernadero, no sólo como
una extensión de sus matraces de vidrio, sino también como una reducción del
planeta, víctima de las epidemias. No para de desplazar su laboratorio y de
incorporar a éste el saber de otros.
La
revolución “pasteuriana” llegó a México
“rápido y gracias a dos personajes”, expuso Carlos Viesca. Desde 1860 se
conocen en la Academia de Medicina los primeros artículos sobre microbios.
Antes
de esa fecha, en nuestro país ya se tomaban medidas de asepsia, aún sin
saberlo, cuando se lavaban las heridas con jabón de Puebla y licores yodados,
por lo que sus descubrimientos de gérmenes patógenos fueron bien apreciados.
Por
supuesto, fue en la Universidad donde se inauguró la primera cátedra de
Microbiología en 1883, en la Escuela de Agricultura y Veterinaria, y en 1888 en
la de Medicina, aunque con el nombre de bacteriología, bajo la influencia de la
escuela alemana encabezada por el eterno rival de Pasteur, Robert Koch,
descubridor del bacilo de la tuberculosis y del cólera.
Cuando
se conoce de la vacuna antirrábica, Eduardo Liceaga, presidente del Consejo
Superior de Salubridad de México, viaja a París, Francia, para conocer al
científico. Regresa en dos camarotes: uno para él y su esposa, y otro para el
cerebro de conejo inoculado que le regaló Pasteur. En el actual edificio de la
Secretaría de Educación Pública, en el Centro Histórico, se comenzaron a
fabricar las primeras vacunas antirrábicas en nuestro país. En abril de 1888
fue inoculado con éxito el primer paciente mexicano.
Otro
gran pasteuriano fue Miguel Otero, médico de San Luis Potosí. Al conocer de la
vacuna sale a la calle en búsqueda de perros rabiosos para producir virus
atenuados, que obtuvo sin conocer el método del destacado científico.
Según
Edna Suárez, la relación del sabio francés con la biotecnología es cercana,
sobre todo en la práctica de los procesos que involucran agentes biológicos,
como la fermentación y el control de calidad de las cepas en la producción de
alimentos, cerveza o vino, por ejemplo.
Aunque muchas de las técnicas biotecnológicas
son radicalmente nuevas porque involucran al genoma de los organismos, y a
pesar de que la producción de vacunas hoy es más sofisticada e involucra a la
biología molecular, Pasteur representa las raíces, la llave que abrió el camino
para nuevos y numerosos descubrimientos científicos en la Universidad, en el
país y el mundo.
En
este sentido, opinó Suárez, estas ciencias son de las más desarrolladas en
México y la UNAM. “Las aportaciones de científicos como Francisco Bolívar
Zapata en la construcción de vectores capaces de llevar genes de un organismo a
otro, hasta numerosos proyectos del Instituto de Biotecnología, del Centro de
Investigación sobre Fijación de Nitrógeno o del Instituto de Investigaciones
Biomédicas, donde se estudia la genética de microorganismos y agentes patógenos
que provocan padecimientos que afectan a nuestra población, son de fundamental
importancia”.
Después
de dos ataques de hemiplejía izquierda y de un homenaje nacional con motivo del
70 aniversario de su nacimiento, Louis Pasteur muere el 28 de septiembre de
1895 en su retiro de Villeneuve-l’Etang. Sus restos reposan en el Instituto Pasteur,
en la “Ciudad Luz”, París.
Suma de arte y ciencia, como opinó De la
Fuente, Pasteur encarnó la pluralidad de su tiempo y con estos métodos
constituyó uno de los pilares fundacionales de la medicina científica. Con su
existencia y su obra se percató de que la vida humana no es un problema a
resolver sino un misterio por vivir.
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PIES DE FOTO
Foto 1
La figura de Louis Pasteur es de gran importancia en la historia de la ciencia en general.
Foto 2
Carlos Viesca Treviño, jefe del
Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina de la Facultad de esa disciplina en la UNAM, señaló que Louis
Pasteur fue un benefactor de la humanidad.
Foto 3
Las propuestas de Louis Pasteur resultaron útiles y oportunas en un momento histórico en que la gente necesitaba con urgencia solucionar enfermedades graves, aseguró Edna Suárez, de la Facultad de Ciencias de la UNAM.