Boletín UNAM-DGCS-689
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HECHO HISTÓRICO CON TINTES DE MITO, LA HAZAÑA DE LOS NIÑOS HÉROES
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Hablar de niños, cuando se trató de
adolescentes, tuvo como fin destacar el símbolo de la pureza y la
incorruptibilidad: Carmen Vázquez, del Instituto de Investigaciones Históricas
· Berta Flores, de la Facultad de Filosofía y Letras, dijo que por su actitud el 13 de septiembre de 1847, puede ser ejemplo para la juventud actual y contribuir a fortalecer la identidad nacional
No eran niños ¡eran
adolescentes! aunque algunos no se tienen documentos que certifiquen su
existencia ni mucho menos, las hazañas que se les atribuyen. Su inclusión en el
panteón de los héroes es obra, paradójicamente, de uno de sus compañeros de
lucha, fusilado como traidor en el Cerro de las Campanas.
Sin embargo, la gesta
histórica conocida como de los “Niños Héroes” realmente existió; incluso
merecieron el reconocimiento de los invasores norteamericanos por su juventud y
valentía. Su sacrificio los hizo acreedores a ser incluidos en la historia
oficial durante décadas, hasta la revisión contemporánea.
Con relación a este hecho, la doctora Carmen Vázquez Mantecón, del
Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, señala que las hazañas son
hechos históricos de una nación revestidos con un halo mítico, rescatados por
grupos de poder, que pretenden fomentar una conciencia cívica acorde con los
postulados esgrimidos por las elites gobernantes.
A pesar de ello, opinó la
doctora Berta Flores Salinas, del Colegio de Historia de la Facultad de
Filosofía y Letras (FFL), debe reconocerse la lucha de un grupo de jóvenes que
ofrendó su vida para defender a la patria. Su actitud, aquel 13 de septiembre
de 1847, debe ser ejemplo para la juventud actual y contribuir a fortalecer la
identidad nacional.
A 156 años de aquel
acontecimiento, agregó, merecen ser reconocidos como héroes, pues al haber
recibido la orden de abandonar la fortificación donde estudiaban –entonces sede
del Colegio Militar–, decidieron quedarse y morir en sus puestos.
La defensa del Castillo de
Chapultepec, construido originalmente como palacio virreinal y utilizado para
la formación de militares de carrera desde 1843, tuvo lugar en la última fase
de la intervención norteamericana, que culminó con la toma de la Ciudad de
México.
Esta guerra, originada por la “vocación intervencionista”
del vecino país del norte, tuvo como antecedente la separación de Texas de
nuestro territorio, en 1836.
México declaró el inicio de
las hostilidades contra Estados Unidos el 7 de julio de 1846. El conflicto fue
desigual desde su inicio y se agravó por la ineptitud y corrupción del régimen
del entonces presidente Antonio López de Santa Anna, de quien se sospecha “se
vendió al enemigo”.
Pese a los actos de heroísmo
del ejército mexicano, quien defendía su territorio y soberanía, sufrió
constantes derrotas en Cerro Gordo, Churubusco y Molino del Rey. Estos hechos
propiciaron la pérdida de más de la mitad del territorio nacional, incluidos
los estados de Alta California y Nuevo México, así como la porción de
Tamaulipas situada entre los ríos Nueces y Bravo.
Sin lugar a dudas, la guerra
entre México y Estados Unidos constituyó un duro golpe para la naciente
república. Ante la humillación, el desánimo y la derrota debía rescatarse a los
héroes y reconocer sus hazañas.
Afirmar que fueron niños apela
a su pureza e incorruptibilidad. “¿Qué mejor para construir una leyenda, para
crear símbolos nacionales, tan necesarios en nuestra historia?”, mencionó
Vázquez Mantecón.
La historiadora relata que
unos 50 cadetes recibieron la orden de abandonar el Colegio Militar cuando las
tropas norteamericanas, al mando del general Winfield Scott, avanzaban hacia
Chapultepec en su campaña militar para tomar la capital del país. Habían pasado
ya seis meses desde el desembarco de los invasores en Veracruz y Nicolás Bravo,
encargado de la plaza, consideró inútil la defensa.
“Las fuentes indican que la
mitad de ellos no acató la orden. Se quedaron a dar la batalla y combatieron
con gran amor por México, con fuerza y vigor”. Eso debe reconocerse, pero
recuperar en lo posible la realidad y reconocer desde dónde se construyó la
leyenda, abundó la historiadora.
Al respecto, Flores Salinas
recordó que al momento de morir, Francisco Márquez, nacido en Guadalajara,
tenía 13 años, y era el más joven de aquellos “Niños”; Vicente Suárez, de
Puebla, tenía 14 años; Agustín Melgar, nativo de Chihuahua, contaba con 18, lo
mismo que Fernando Montes de Oca, procedente de la Ciudad de México. Juan de la
Barrera y Juan Escutia, de 19 y 20 años, procedían de la capital y de Tepic,
respectivamente.
En sus crónicas y diarios, los
estadounidenses reconocieron el valor y juventud de los cadetes, a diferencia
de los historiadores mexicanos, quienes olvidaron este episodio.
“Los informes norteamericanos
reconocen su ímpetu en el combate”, agregó la profesora de la FFL, destacaban
incluso, sin referirse a sus nombres, el empleo de las armas con las que
provocaron bajas a los invasores, resistiendo al “pie del cañón” hasta el
último momento, mostrando un valor aún mayor que el de los oficiales que los
comandaban.
Empero, opinó Carmen Vázquez,
no pueden considerarse niños, sobre todo en un contexto decimonónico. “En el
siglo XIX, cuando aún no se descubría la penicilina y una persona de 60 años
estaba cercana a la muerte, alguien de entre 13 y 20 años ya no era un infante,
sino un joven con la capacidad de tomar decisiones e, incluso, casarse”.
Además, los estudios
historiográficos han demostrado que Juan de la Barrera, habiendo terminado sus
estudios como cadete del Colegio Militar, decidió regresar a combatir. No es el
caso de Juan Escutia, cuya estancia en esa institución está en duda por la
falta de documentación.
Ambas investigadoras coinciden
al señalar que esos seis jóvenes trascendieron a la historia nacional, en gran
parte, por la referencia de uno de sus compañeros –un cadete de entonces 16
años que también defendió su Colegio, pero cayó prisionero–, que después sería presidente de la república: Miguel
Miramón.
El mejor general de los
ejércitos conservadores, luego fusilado en el Cerro de las Campanas al lado del
Emperador Maximiliano, mencionó a seis de sus compañeros caídos en la Batalla
de Chapultepec, durante un mensaje patriótico con motivo del aniversario de la
Independencia, el 16 de septiembre de 1851.
Después de esa fecha y de otro
discurso oficial vino un silencio de dos décadas.
No fue sino hasta 1871 cuando
tales nombres se manejaron con mayor frecuencia, aunque asociando a Agustín
Melgar con la defensa de la bandera, no a Juan Escutia. Una década más tarde,
el presidente Manuel González inauguró el obelisco de los Niños Héroes en el
Castillo. Para entonces se afirmaba que quien había sucumbido envuelto en el
lábaro patrio, había sido Fernando Montes de Oca; el hecho se daba como seguro.
No obstante, la historia
oficial, aún sin documentación probatoria, adjudicó a Escutia este episodio.
En 1947, en el centenario de
la gesta, surgió otra leyenda: aparecieron los restos de los Niños Héroes, es
decir, esqueletos masculinos de adultos jóvenes.
Berta Flores refirió que en la
Comisión que determinó si se trataba o no de los restos de los cadetes,
conformada por historiadores militares y un grupo de antropólogos, participó
también Alberto María Carreño, quien fuera profesor universitario en la FFL.
Se decretó que sí
correspondían. En realidad, aclaró Vázquez Mantecón, no se sabe qué pasó con
ellos tras la refriega y “seguramente muchos cuerpos fueron a dar a la fosa
común”. Lo cierto es que en 1951 los huesos hallados fueron depositados en el
monumento construido para tal efecto: el Altar a la Patria.
“Podríamos reflexionar sobre
qué significa para la historia oficial todo esto”, agregó. Desde finales de la
década de los ochenta se había planteado “no repetir falsedades históricas,
porque no hay fuentes que testimonien qué pasó en realidad con hechos como el
de la bandera”. Carlos Salinas de Gortari, presidente en turno, lo impidió. El
intento por enseñar una historia seria, verificada y probada documentalmente,
sólo quedó en eso.
De hecho, el propio Salinas de
Gortari, en una de las ceremonias del Día de la Independencia, gritó: ¡Vivan
los Niños Héroes! “Así queda sellada la leyenda” y puede distinguirse “quién la
genera y hasta qué niveles llega”, opinó Vázquez Mantecón.
En el mediano plazo, los
mitos, generados por la falta de conocimiento histórico y documentación,
tenderán a desaparecer. Algún gobierno en el futuro apostará por la verdad
histórica y dejará de nombrarlos “niños”, aunque hoy eso forme parte
fundamental del símbolo patrio.
Entonces se recordará una
hazaña verídica: un grupo de alrededor de 25 cadetes del Colegio Militar
decidieron defender el Castillo y dar la batalla con gran fuerza y vigor, por
amor a México, en una acción significativa en medio de tantas derrotas,
desconfianza y traición.
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PIE DE FOTO
Berta Flores Salinas, del Colegio de
Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, aseguró que la
actitud de los Niños Héroes el 13 de septiembre de 1847, debe ser ejemplo para
la juventud actual y contribuir a fortalecer la identidad nacional.