12:00 hrs. Septiembre 12 de 2003

 

Boletín UNAM-DGCS-688

Ciudad Universitaria

 

Pies de fotos al final del boletín

POLÉMICA DE ESPECIALISTAS EN TORNO AL HIMNO NACIONAL, A 149 AÑOS DE SU ESTRENO

 

·        Se interpretó por vez primera en el teatro Santa Anna de la Ciudad de México, el 15 de septiembre de 1854

·        El sociólogo Roger Bartra pide “enterrarlo”; músicos y humanistas resaltan la belleza e importancia de la obra

 

A 149 años del estreno del Himno Nacional, el sociólogo Roger Bartra advirtió que la composición poética de Francisco González Bocanegra se encuentra en “avanzado estado de putrefacción y es urgente, por lo tanto, enterrarla”. En contraste, músicos de la UNAM defendieron la letra y música de esta obra, a la que consideraron como “una de las más bellas del mundo”.

 

Bartra, integrante del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional, destacó que los símbolos nacionales, como el Himno, la Bandera y el Escudo, se han ido vaciando de vida y, en esa medida, se convirtieron en signos.

 

En estricto sentido, precisó, ya no son símbolos, sino signos que adornan los actos de traspaso e investidura de poderes y que identifican los recintos ceremoniales para distinguirlos de los lugares comunes, propios de la sociedad civil.

 

Tarde o temprano, aseguró, su futuro posiblemente sea “el de amontonarse en las bodegas de los museos y en los archivos oficiales”.

 

Asimismo, el investigador subrayó el “carácter irracional” de los símbolos  patrios, cuya mayor evidencia, es precisamente el Himno Nacional.

 

Destacó que “el tono agresivo, bélico y castizo del Himno mexicano hace evidente su irracionalidad, así como el carácter desfasado y caduco de sus referencias a arcángeles, dedos de Dios, laureles de triunfo, banderas empapadas en sangre, destinos celestiales y demás simbología de origen obviamente, ajeno a las étnicas aborígenes”.

 

Estos señalamientos, aclaró, no son una descalificación ni una crítica, sino la comprobación de un hecho cultural cristalizado en tradiciones que exaltan el carácter atemporal, es decir eterno, de los símbolos patrióticos.

 

Así, el hecho de exaltar los valores decimonónicos de la guerra contra osados enemigos no debe afectar el culto nacionalista a la identidad, pues esta  profunda dislocación entre las metáforas y la realidad actual es, en sí misma, la prueba del carácter perenne de los valores de una sociedad, expresó.

 

“Cuanto más absurdos sean los valores exaltados –agregó–, más se acrecienta  su carácter abstracto y atemporal, al grado que, como se sabe, algunos llegan a creer en la existencia eterna de un anti-héroe amenazador llamado Masiosare”.

 

Bartra afirmó que los símbolos étnicos de la identidad mexicana han sido poderosos mitos, alimentados por el nacionalismo postrevolucionario, expandido con fuerza a lo largo del siglo  pasado.

 

Como todos los mitos, añadió, estimularon diversos ritos y cultos a personajes indígenas heroicos –como Benito Juárez– o semidivinos – como Cuauhtémoc–. Con el tiempo, sin embargo, estas ceremonias cívicas perdieron sustancia y se convirtieron en procesos oficiales burocratizados

 

El escudo nacional, ejemplificó, es hoy un signo que, impreso en un papel, en una pared o en una tela, señala el carácter oficial de un tránsito o de un espacio. Lo mismo ocurre con la bandera y sus colores.

Agregó que el escudo se asocia obligatoriamente con la bandera, y ambos símbolos han sufrido muchas vicisitudes. Con frecuencia se han ligado a la imaginería devota, tanto a la figura de la Virgen de Guadalupe –por su color blanco–, como a la supuesta pureza de la religión católica. La misma imagen de la Guadalupana se ha convertido en un símbolo indígena y nacional, a pesar de su obvio origen castellano.

 

Con una concepción contraria a la de Bartra, los profesores de la Escuela Nacional de Música de la UNAM, Pilar Vidal, Felipe Ramírez y Esther Escobar coincidieron en que un gran número de vocablos de la composición poética está en desuso, pero ello no significa que ésta haya pasado de moda, como tampoco sucede con grandes obras, como las de Beethoven.

 

Esther Escobar explicó que la letra del Himno, escrita por el mexicano González Bocanegra, y la composición musical del español Jaime Nunó dieron vida a una obra impecable, la cual no tiene por qué eliminarse ni sustituirse. “El Himno Nacional nos da identidad; es una manera de incluirnos dentro de una sociedad que quizá, tiene los mismos principios y anhelos”, consideró.

 

Por su parte, Pilar Vidal y Felipe Ramírez coincidieron en que la letra y música de esta obra es “intocable”. Ella, quien es directora de Orquesta desde hace 25 años, expuso que “en lugar de tener problemas con las palabras de la composición poética, sería mejor ampliar nuestro conocimiento del idioma español”.

 

Vidal y Ramírez se pronunciaron por intensificar en las escuelas mexicanas el conocimiento del Himno, para que los estudiantes comprendan el significado de los versos de González Bocanegra.

 

Felipe Ramírez ejemplificó que los estudiantes, por falta de cultura,  no entienden palabras como el “bridón”, que designa al caballo, medio de transporte en el siglo XIX. Insistió en que los maestros de educación básica, a quienes se les encomienda la enseñanza de este símbolo, deben mejorar la forma de transmitir estos conocimientos.

 

Esther Escobar explicó que la versión original del Himno Nacional de 1854 comprendía diez estrofas, pero en la actualidad su uso cotidiano se redujo a cuatro ( la primera, la quinta, la sexta y la décima), donde se intercalan cinco entradas del coro.

La composición poética de Bocanegra siguió la forma de los himnos eclesiásticos, donde la comunidad contesta a una oración –siempre de forma igual– y a la invocación del sacerdote –o estrofa–.

 

Esta forma métrica presenta estrofas de ocho versos, donde el octavo siempre se repite, así como cuatro versos en el coro. Todos ellos decasilábicos –o de arte mayor– y rima consonante. La estrofa sigue la forma de la llamada “octava italiana”, con una rima aguda en el cuarto y el octavo verso. Las restantes se combinan de diversos modos.

 

Desde 1821 –con la culminación de la Guerra de Independencia– germinó en México la aspiración de tener un canto cívico con significación nacional. Por aquellos días se pensó en una marcha nacional, en una canción patriótica, en un canto épico y hasta en un himno patriótico, pero no en un Himno Nacional. Este concepto  surgió hasta 28 años después.

 

En esa época hubo una fiebre de himnos, alentados por los aduladores de cada general que ocupaba la presidencia de la república. El primero en ser laureado fue el presidente Antonio López de Santa Anna, pero todos esas obras tuvieron una vida fugaz y transitoria.

 

Bajo el régimen de este último se publicó en el Diario Oficial del 12 de noviembre de 1853, la convocatoria a un certamen para adoptar un Himno Nacional. Se ofrecía un premio, según su mérito, a la mejor composición poética que sería calificada por una Junta de Literatos, nombrada ex profeso.

 

Dicha convocatoria comprendía otro premio, en los mismos términos, a la composición musical para dicho Himno, dirigida a los profesores de este arte.

 

José Bernardo Couto, distinguido humanista, fungió como presidente del Jurado calificador de la letra de esa composición,  y los poetas Manuel Carpio y José Joaquín Pesado como vocales. Se entregaron veintiséis  composiciones al concurso.

 

El 5 de febrero de 1854 se dio a conocer  una comunicación aparecida en la primera plana del Diario Oficial, ella consignaba que la composición del poeta de San Luis Potosí, Francisco González Bocanegra, fue calificada como la de mayor mérito. Sin embargo, el ganador nunca recibió el premio, pues la letra no logró satisfacer la vanidad del general López de Santa Anna.

 

Algunos historiadores resaltan que en la composición del potosino, la patria es la razón de ser del Himno, y el culto a ella, el motivo para entonarlo. No es la guerra el tema fundamental del canto, sino la paz, que es base, protección y estímulo del progreso. Guerra sí, pero únicamente en caso de invasión al suelo patrio; en esa eventualidad, la muerte es no solamente honrosa, sino digna.

 

Sólo una alusión personal y en forma velada, registra la composición para al entonces presidente, a quien se le designa con el epíteto de “Guerrero Inmortal de Zempoala”.

 

Sobre el autor de la música, López de Santa Anna conoció al maestro español Jaime Nunó en Cuba, hacia el año 1853, a quien invitó a venir a México. Ese mismo año, Nunó fue dado de alta en el Ejército Mexicano como director general de Bandas y Músicas, con el grado de capitán.

 

Sin embargo, Nunó gozaba de poca simpatía entre los músicos mexicanos, tanto militares como civiles, por su imposición como director. Para salvar obstáculos, entregó su composición para el Himno con el lema “Dios y Libertad” y sólo las iniciales de su nombre: J. N.

 

Al ser declarada triunfadora esta obra musical, el 10 de agosto de 1854, Nunó se identificó como autor de esta composición y dos días después, fue declarado formalmente autor del Himno, que el gobierno adoptó como nacional.

 

Nunó mandó editarlo en dos formas: para canto a dos voces (tenores y bajos) y piano, y en partitura para banda militar de música.

 

A principios de septiembre de 1854 quedó lista la edición litográfica de ambas y Nunó entregó 220 ejemplares de la partitura de banda a la Plana Mayor del Ejército, y diez a la Dirección General de Artillería.

 

El 15 de septiembre de 1854 se cantó por primera vez en el Teatro Santa Anna, el Himno de Bocanegra-Nunó por la soprano Claudia Fiorentini, la contralto Carolina Vietti, y las comprimarias Sidonia  Costini, Isabel Zanini y la señora Ciocca. Además del tenor Lorenzo Salvi, el barítono Federico Benaventano, el bajo Ignacio Marini y Heliodoro Spechi, y los comprimarios Robere, Jiménez y Díaz. Fungió como director Giovanni Botessini.

 

Francisco González Bocanegra murió el 12 de abril de 1861 a la edad de 37 años, sin recibir gratificación alguna por su trabajo en esta magna obra.

 

En 1901, una comitiva mexicana que asistió a la Exposición Panamericana en la ciudad de Buffalo, Nueva York, Estados Unidos, localizó a Jaime Nunó. A partir de entonces, la devoción por los autores del Himno floreció en México.

 

En aquella época se pidió escribir la biografía de González Bocanegra y rendirle honores a los restos del poeta, como recompensa que la República tributa a sus hombres ilustres.

 

De ese modo, el 15 de septiembre de 1901 se efectuó en la Plaza de la Constitución una serenata en donde participaron las bandas del Estado Mayor, de Zapadores y otras más de la Guarnición de la Plaza, las que al sonar las 11 de la noche y después del tradicional Grito, ejecutaron el Himno Nacional en instrumentación de Miguel Ríos Toledano, todos bajo la dirección de Jaime Nunó.

 

 

 

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FOTO 1

En la gráfica Roger Bartra, miembro del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, quien destacó que los símbolos nacionales, como el Himno, la Bandera y el Escudo, se han ido vaciando de vida.

 

 

FOTO 2

Pilar Vidal, profesora de la Escuela Nacional de Música de la UNAM, señaló que se debe intensificar en las escuelas mexicanas el conocimiento del Himno Nacional.

 

 

FOTO 3

El profesor universitario Felipe Ramírez consideró que la letra y música del Himno Nacional son “intocables”, pero debe incrementarse el estudio del idioma para entender su contenido.