Boletín UNAM-DGCS-688
Ciudad Universitaria
Pies de fotos al final del boletín
POLÉMICA DE ESPECIALISTAS EN TORNO AL HIMNO NACIONAL, A 149 AÑOS DE SU ESTRENO
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Se interpretó por vez primera en el teatro
Santa Anna de la Ciudad de México, el 15 de septiembre de 1854
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El sociólogo Roger Bartra pide “enterrarlo”;
músicos y humanistas resaltan la belleza e importancia de la obra
A 149 años del estreno del
Himno Nacional, el sociólogo Roger Bartra advirtió que la composición poética
de Francisco González Bocanegra se encuentra en “avanzado estado de putrefacción
y es urgente, por lo tanto, enterrarla”. En contraste, músicos de la UNAM
defendieron la letra y música de esta obra, a la que consideraron como “una
de las más bellas del mundo”.
Bartra, integrante del
Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional, destacó que
los símbolos nacionales, como el Himno, la Bandera y el Escudo, se han ido
vaciando de vida y, en esa medida, se convirtieron en signos.
En estricto sentido, precisó,
ya no son símbolos, sino signos que adornan los actos de traspaso e investidura
de poderes y que identifican los recintos ceremoniales para distinguirlos de
los lugares comunes, propios de la sociedad civil.
Tarde o temprano, aseguró, su
futuro posiblemente sea “el de amontonarse en las bodegas de los museos y en
los archivos oficiales”.
Asimismo, el investigador
subrayó el “carácter irracional” de los símbolos patrios, cuya mayor evidencia, es precisamente el Himno Nacional.
Destacó que “el tono agresivo,
bélico y castizo del Himno mexicano hace evidente su irracionalidad, así como
el carácter desfasado y caduco de sus referencias a arcángeles, dedos de Dios,
laureles de triunfo, banderas empapadas en sangre, destinos celestiales y demás
simbología de origen obviamente, ajeno a las étnicas aborígenes”.
Estos señalamientos, aclaró,
no son una descalificación ni una crítica, sino la comprobación de un hecho
cultural cristalizado en tradiciones que exaltan el carácter atemporal, es
decir eterno, de los símbolos patrióticos.
Así, el hecho de exaltar los
valores decimonónicos de la guerra contra osados enemigos no debe afectar el
culto nacionalista a la identidad, pues esta
profunda dislocación entre las metáforas y la realidad actual es, en sí misma,
la prueba del carácter perenne de los valores de una sociedad, expresó.
“Cuanto más absurdos sean los
valores exaltados –agregó–, más se acrecienta
su carácter abstracto y atemporal, al grado que, como se sabe, algunos
llegan a creer en la existencia eterna de un anti-héroe amenazador llamado
Masiosare”.
Bartra afirmó que los símbolos
étnicos de la identidad mexicana han sido poderosos mitos, alimentados por el
nacionalismo postrevolucionario, expandido con fuerza a lo largo del siglo pasado.
Como todos los mitos, añadió,
estimularon diversos ritos y cultos a personajes indígenas heroicos –como
Benito Juárez– o semidivinos – como Cuauhtémoc–. Con el tiempo, sin embargo,
estas ceremonias cívicas perdieron sustancia y se convirtieron en procesos
oficiales burocratizados
El escudo nacional,
ejemplificó, es hoy un signo que, impreso en un papel, en una pared o en una
tela, señala el carácter oficial de un tránsito o de un espacio. Lo mismo
ocurre con la bandera y sus colores.
Agregó que el escudo se asocia
obligatoriamente con la bandera, y ambos símbolos han sufrido muchas
vicisitudes. Con frecuencia se han ligado a la imaginería devota, tanto a la
figura de la Virgen de Guadalupe –por su color blanco–, como a la supuesta
pureza de la religión católica. La misma imagen de la Guadalupana se ha
convertido en un símbolo indígena y nacional, a pesar de su obvio origen
castellano.
Con una concepción contraria a
la de Bartra, los profesores de la Escuela Nacional de Música de la UNAM, Pilar
Vidal, Felipe Ramírez y Esther Escobar coincidieron en que un gran número de
vocablos de la composición poética está en desuso, pero ello no significa que
ésta haya pasado de moda, como tampoco sucede con grandes obras, como las de
Beethoven.
Esther Escobar explicó que la
letra del Himno, escrita por el mexicano González Bocanegra, y la composición
musical del español Jaime Nunó dieron vida a una obra impecable, la cual no
tiene por qué eliminarse ni sustituirse. “El Himno Nacional nos da identidad;
es una manera de incluirnos dentro de una sociedad que quizá, tiene los mismos
principios y anhelos”, consideró.
Por su parte, Pilar Vidal y
Felipe Ramírez coincidieron en que la letra y música de esta obra es
“intocable”. Ella, quien es directora de Orquesta desde hace 25 años, expuso
que “en lugar de tener problemas con las palabras de la composición poética,
sería mejor ampliar nuestro conocimiento del idioma español”.
Vidal y Ramírez se
pronunciaron por intensificar en las escuelas mexicanas el conocimiento del
Himno, para que los estudiantes comprendan el significado de los versos de
González Bocanegra.
Felipe Ramírez ejemplificó que
los estudiantes, por falta de cultura,
no entienden palabras como el “bridón”, que designa al caballo, medio de
transporte en el siglo XIX. Insistió en que los maestros de educación básica, a
quienes se les encomienda la enseñanza de este símbolo, deben mejorar la forma
de transmitir estos conocimientos.
Esther Escobar explicó que la
versión original del Himno Nacional de 1854 comprendía diez estrofas, pero en
la actualidad su uso cotidiano se redujo a cuatro ( la primera, la quinta, la
sexta y la décima), donde se intercalan cinco entradas del coro.
La composición poética de
Bocanegra siguió la forma de los himnos eclesiásticos, donde la comunidad
contesta a una oración –siempre de forma igual– y a la invocación del sacerdote
–o estrofa–.
Esta forma métrica presenta
estrofas de ocho versos, donde el octavo siempre se repite, así como cuatro
versos en el coro. Todos ellos decasilábicos –o de arte mayor– y rima
consonante. La estrofa sigue la forma de la llamada “octava italiana”, con una
rima aguda en el cuarto y el octavo verso. Las restantes se combinan de
diversos modos.
Desde 1821 –con la culminación
de la Guerra de Independencia– germinó en México la aspiración de tener un canto
cívico con significación nacional. Por aquellos días se pensó en una marcha
nacional, en una canción patriótica, en un canto épico y hasta en un himno
patriótico, pero no en un Himno Nacional. Este concepto surgió hasta 28 años después.
En esa época hubo una fiebre
de himnos, alentados por los aduladores de cada general que ocupaba la
presidencia de la república. El primero en ser laureado fue el presidente
Antonio López de Santa Anna, pero todos esas obras tuvieron una vida fugaz y
transitoria.
Bajo el régimen de este último
se publicó en el Diario Oficial del 12 de noviembre de 1853, la convocatoria a
un certamen para adoptar un Himno Nacional. Se ofrecía un premio, según su
mérito, a la mejor composición poética que sería calificada por una Junta de
Literatos, nombrada ex profeso.
Dicha convocatoria comprendía otro premio, en los mismos
términos, a la composición musical para dicho Himno, dirigida a los profesores
de este arte.
José Bernardo Couto,
distinguido humanista, fungió como presidente del Jurado calificador de la
letra de esa composición, y los poetas
Manuel Carpio y José Joaquín Pesado como vocales. Se entregaron veintiséis composiciones al concurso.
El 5 de febrero de 1854 se dio
a conocer una comunicación aparecida en
la primera plana del Diario Oficial, ella consignaba que la composición del
poeta de San Luis Potosí, Francisco González Bocanegra, fue calificada como la
de mayor mérito. Sin embargo, el ganador nunca recibió el premio, pues la letra
no logró satisfacer la vanidad del general López de Santa Anna.
Algunos historiadores resaltan
que en la composición del potosino, la patria es la razón de ser del Himno, y
el culto a ella, el motivo para entonarlo. No es la guerra el tema fundamental
del canto, sino la paz, que es base, protección y estímulo del progreso. Guerra
sí, pero únicamente en caso de invasión al suelo patrio; en esa eventualidad,
la muerte es no solamente honrosa, sino digna.
Sólo una alusión personal y en
forma velada, registra la composición para al entonces presidente, a quien se
le designa con el epíteto de “Guerrero Inmortal de Zempoala”.
Sobre el autor de la música,
López de Santa Anna conoció al maestro español Jaime Nunó en Cuba, hacia el año
1853, a quien invitó a venir a México. Ese mismo año, Nunó fue dado de alta en
el Ejército Mexicano como director general de Bandas y Músicas, con el grado de
capitán.
Sin embargo, Nunó gozaba de
poca simpatía entre los músicos mexicanos, tanto militares como civiles, por su
imposición como director. Para salvar obstáculos, entregó su composición para
el Himno con el lema “Dios y Libertad” y sólo las iniciales de su nombre: J. N.
Al ser declarada triunfadora
esta obra musical, el 10 de agosto de 1854, Nunó se identificó como autor de
esta composición y dos días después, fue declarado formalmente autor del Himno,
que el gobierno adoptó como nacional.
Nunó mandó editarlo en dos
formas: para canto a dos voces (tenores y bajos) y piano, y en partitura para
banda militar de música.
A principios de septiembre de
1854 quedó lista la edición litográfica de ambas y Nunó entregó 220 ejemplares
de la partitura de banda a la Plana Mayor del Ejército, y diez a la Dirección
General de Artillería.
El 15 de septiembre de 1854 se
cantó por primera vez en el Teatro Santa Anna, el Himno de Bocanegra-Nunó por
la soprano Claudia Fiorentini, la contralto Carolina Vietti, y las comprimarias
Sidonia Costini, Isabel Zanini y la
señora Ciocca. Además del tenor Lorenzo Salvi, el barítono Federico Benaventano,
el bajo Ignacio Marini y Heliodoro Spechi, y los comprimarios Robere, Jiménez y
Díaz. Fungió como director Giovanni Botessini.
Francisco González Bocanegra
murió el 12 de abril de 1861 a la edad de 37 años, sin recibir gratificación
alguna por su trabajo en esta magna obra.
En 1901, una comitiva mexicana
que asistió a la Exposición Panamericana en la ciudad de Buffalo, Nueva York,
Estados Unidos, localizó a Jaime Nunó. A partir de entonces, la devoción por
los autores del Himno floreció en México.
En aquella época se pidió
escribir la biografía de González Bocanegra y rendirle honores a los restos del
poeta, como recompensa que la República tributa a sus hombres ilustres.
De ese modo, el 15 de septiembre de 1901 se efectuó en la
Plaza de la Constitución una serenata en donde participaron las bandas del
Estado Mayor, de Zapadores y otras más de la Guarnición de la Plaza, las que al
sonar las 11 de la noche y después del tradicional Grito, ejecutaron el Himno
Nacional en instrumentación de Miguel Ríos Toledano, todos bajo la dirección de
Jaime Nunó.
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En la gráfica
Roger Bartra, miembro del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM,
quien destacó que los símbolos nacionales, como el Himno, la Bandera y el
Escudo, se han ido vaciando de vida.
FOTO 2
Pilar Vidal,
profesora de la Escuela Nacional de Música de la UNAM, señaló que se debe
intensificar en las escuelas mexicanas el conocimiento del Himno Nacional.
FOTO 3
El profesor
universitario Felipe Ramírez consideró que la letra y música del Himno Nacional
son “intocables”, pero debe incrementarse el estudio del idioma para entender
su contenido.