Boletín UNAM-DGCS-558
Ciudad Universitaria
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Pies de fotos al final del boletín
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El Benemérito fue el primero en darle una
estructura, un marco y una legislación, afirma Alejandro Tomasini
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Para el jurista Jorge Adame, Juárez fue un
hombre de gran austeridad republicana, sobrio y que vivió de forma modesta
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Silvestre Villegas señala que la
concentración de poder en México inició con él, lo consolidó Porfirio Díaz y se
institucionalizó con la Revolución Mexicana
Pese a ser el auténtico forjador de México, Benito Juárez
es un hombre inmerecidamente olvidado. Cuando se convierte en actor político
nuestro país está en formación, y es el primero en darle una estructura, un
marco, una legislación y por ello debía ser considerado como el verdadero
“padre de nuestra patria”, afirma Alejandro Tomasini Bassols.
Al cumplirse 131 años de la
muerte del Benemérito de las Américas, el integrante del Instituto de
Investigaciones Filosófica (IIF) de la UNAM asegura que Juárez fue partidario
de un México moderno, actualizado, en donde se superase el rezago cultural e
indígena que aún hoy persiste en el país.
Sin embargo, el
historiador Silvestre Villegas Revueltas opina que en México debe terminar la
historia oficial sobre Benito Juárez y sacar a la luz aspectos desconocidos,
como su papel en la manipulación de las elecciones y su búsqueda de la
reelección presidencial. Incluso puede afirmarse que con Juárez empieza el
proceso de concentración de poder, que “nos llevará al presidencialismo del
siglo XX”.
El integrante del Instituto de
Investigaciones Históricas (IIH) es enfático al señalar que este proceso inició
con el Benemérito de las Américas, se consolidó con Porfirio Díaz, y se
institucionalizó con la presidencia tras la Revolución Mexicana.
No obstante, Jorge Adame
Goddard, del Instituto de Investigaciones Jurídicas (IIJ), considera que a
Juárez debe recordársele por su perseverancia. Él fue presidente constitucional
durante la invasión francesa, mantuvo un gobierno en el exilio durante años y
no cejó en su empeño. Con esfuerzo y tenacidad logró restablecer el orden
republicano y la Constitución de 1857.
También es muy alabada su
famosa austeridad republicana. “Fue un hombre que no se enriqueció. Vivió de
forma modesta y sobria, a veces de manera excesiva. Siempre está presente la
imagen de un hombre serio, a veces como enojado. No era una persona que
sonriera”, señaló.
Tomasini Bassols afirma que
era un hombre conocedor del medio indígena, decidido a superar la situación de este
sector. “Lamentablemente su legado no ha sido apreciado en los últimos tiempos,
quizá bajo la influencia de gente como Octavio Paz, que desprestigiaron su
labor”.
Juárez no peleó por él, por
empresas o industrias, sino por México; para forjar una nación unificada,
sacarla de su atraso económico y su ignominia social; esos eran los ideales del
juarismo. Poseía ideas claras y decisión. Su pensamiento podría hoy llamarse de
izquierda, una izquierda enmarcada en pensamientos nacionalistas.
Una de sus principales
características, que lo distingue de los demás políticos de la época, es su
tenacidad. Antonio López de Santa Ana, quien ocupó once veces la presidencia,
salía y regresaba del poder; mientras Juárez decía: “soy la autoridad legítima
y debo luchar por este orden legal”. Esa fue su bandera desde enero de 1858
hasta su muerte en 1872, comenta Villegas Revueltas.
Fue un político tenaz, necio y
testarudo para sus oponentes; eso lo hizo distinto. En un ambiente sin
disciplina, en donde los ministros renunciaban a la primera amenaza, él estaba
convencido del proyecto liberal que enarbolaba la libertad de expresión y de
pensamiento.
Conocido en el mundo por su apotegma: Entre los hombres
como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz, Jorge Adame
aclara que si esta regla se hubiera aplicado con las Leyes de Reforma y la Constitución
de 1857, “nos hubiéramos ahorrado varias guerras”.
Pero faltó respeto y hubo agresiones, lo que produjo
guerras civiles y heridas profundas en el pueblo mexicano. La más intensa –y
quizá de mayor trascendencia que la Cristera– fue la de Reforma, pues supuso
una fuerte división en la población, entre quienes confirmaban ser católicos y
fieles al Papa, y aquellos liberales apegados al gobierno.
Ello produjo una visión radical donde se excluían ambas
posturas: no se podía ser católico y mexicano al mismo tiempo, o se era uno u
otro. Lo cual era absurdo y daba lugar a polémicas innecesarias.
Se requería entonces, no sólo
establecer el respeto al derecho ajeno como fundamento de la paz, sino que de
manera efectiva el Estado reconociera el derecho de la Iglesia y viceversa. Lo
cual no sucedió.
El historiador Villegas
recordó que las primeras Leyes de Reforma se promulgaron entre julio y
diciembre de 1859. La más conocida es aquella que nacionalizaba los bienes
eclesiásticos, sin embargo, incluía leyes sobre matrimonio civil, supresión del
fuero eclesiástico, establecimiento de los jueces del Registro Civil y
secularización de los cementerios.
De acuerdo con esas leyes, el
clero debía cesar su intervención en los asuntos administrativos de los
cementerios. Por lo general los entierros se realizaban en las iglesias o en el
Campo Santo, alrededor de ellas. Pero si alguien no era católico –protestante o
hereje– sus restos no se depositaban ahí.
Posteriormente se secularizan
los hospitales e instituciones de beneficencia, se extinguen las comunidades
religiosas y se establece la separación total de la Iglesia y el Estado,
retirando la delegación mexicana ante el Papa.
Adame Goddard reconoce que se
ha exagerado el poder del clero en aquella época, aunque era cierta su gran
influencia entre la población, mayor incluso que la actual. Aprovechando esta
circunstancia, obispos, sacerdotes o laicos realizaban actividades contrarias
al Estado, en nombre de la Iglesia.
Tales leyes se pudieron
haber impulsado de otra forma, recalcó. La que nacionalizaba los bienes de
corporaciones eclesiásticas y civiles, por ejemplo, era un abuso. Es como si
hoy el gobierno decidiera confiscar los bienes de una empresa transnacional o
los recursos de varias comunidades indígenas. Sería una agresión.
La Ley de Tolerancia de Cultos
tampoco era indispensable porque la mayoría de la sociedad era católica, y esta
norma restringía los derechos de la iglesia como si fuera una religión
minoritaria que debía ser controlada por el Estado. Se establecía la
desaparición de las comunidades religiosas y el cierre de los conventos. “Hubo
excesos. Si se hubiera cumplido el apotegma del ‘respeto al derecho ajeno es la
paz’ se habrían evitado muchos problemas”.
Jorge Adame propone
reconsiderar el papel que le corresponde al gobierno en torno de la religión.
Se afirma que debe ser laico, como marca el principio juarista, sin embargo,
“el Estado no es una estructura conformada por gobernantes, políticos,
diputados y senadores, sino también por el pueblo, a quien debe servir. Si no
cumple con tal función es un ente desnaturalizado”.
El pueblo mexicano es
religioso, y el gobierno no debe imponer el laicismo, sino promover –con sus
propios medios y sin invadir el campo de las iglesias– tales creencias. Si la
gente piensa que tal fe es un bien para
ella, el gobierno debe respetarla.
El Estado laico de Juárez, que
no se interesa por la religión de la sociedad, debe cambiarse por otro que
procure el bien del pueblo como éste quiere y entiende. Ello no significa el
abandono de las funciones estatales a favor de las eclesiásticas, ni permitirle
a esta institución inmiscuirse en asuntos de gobierno.
Tomasini Bassols recuerda que
en aquella época la mitad del país pertenecía a la iglesia católica. Empero, no
hay nación que pueda funcionar como Estado religioso, ni siquiera Israel,
definido como Estado judío, donde los partidos religiosos dominan el parlamento
y desempeñan funciones administrativas en el gobierno.
Después de la independencia, y
de las convulsiones y turbulencias consecuentes, México quedó a la deriva, y la
Iglesia católica se aprovechó de esa situación. Empero, con las Leyes de
Reforma se le marcó el alto.
Intelectuales del siglo XIX,
como José María Luis Mora, Valentín Gómez Farías y Melchor Ocampo, coincidían
con el pensamiento de Juárez. Era gente que caminaba en la misma dirección. “La
confrontación con la Iglesia era ineludible, porque nadie renuncia a sus intereses,
a sus diezmos, a sus prebendas tan fácilmente”, recalca Bassols.
Adame Goddard estima que
con las reformas constitucionales impulsadas por el presidente Carlos Salinas
de Gortari, el Estado reconoció el derecho del pueblo a asociarse en comunidades
religiosas, a respetar su libertad de credo y otorgó personalidad jurídica a
dichas asociaciones. Fue un gran paso, pero pasaron 170 años –desde la
Independencia hasta 1992– para hacerlo.
Hoy la relación Iglesia-Estado
goza de buena salud. “La alharaca que se hizo con motivo de las elecciones no
tenía sentido, porque la Constitución sólo prohibe que los obispos o los
ministros de culto hagan propaganda a favor o en contra de algún partido
político o de un candidato específico”, comenta.
Los límites al clero, de
no hacer proselitismo a favor o en contra de un partido o candidato están
determinados en la legislación. “Si entendemos la política no sólo como la
colaboración en las elecciones, sino como la preocupación por el bien del
pueblo, todos tenemos que ser políticos, incluidos obispos y sacerdotes”.
En ese sentido, Silvestre
Villegas dice que desde la Guerra Cristera y los arreglos que pusieron fin a la
misma, hasta el gobierno de Carlos Salinas, Iglesia y Estado habían vivido de
manera civilizada. El clero católico construyó escuelas y universidades. Vivían
de forma tranquila, mientras la clase política mexicana “hizo de las suyas
durante 40 o 50 años”.
“Si queremos llegar a una
democracia plena debemos contar con la libertad para que todos se expresen,
incluido el clero”. Los jerarcas de la Iglesia no deben actuar infringiendo la
ley. Hay un marco jurídico que deben seguir, aseveró Villegas.
Para el filósofo Alejandro
Tomasini, México vive un retroceso respecto de las ideas de Juárez. Sus síntomas
son la proliferación de sectas y grupos religiosos radicalizados, mientras las
grandes instituciones –como las
iglesias católica y protestantes históricas–, son cada vez más voraces, tienen
mayor participación en la educación y se entrometen en la vida de las personas,
en temas como aborto y divorcio.
Para Tomasini, el presidente
Carlos Salinas de Gortari fue el artífice de una de las grandes traiciones al
juarismo, al restablecer los vínculos diplomáticos con el Vaticano. México no
tenía por qué hacerlo; la Iglesia funcionaba de manera adecuada, no tenía
motivo para cederle terrenos políticos y abrirle las puertas para su difusión
en muchos ámbitos.
Desde el punto de vista de la
Iglesia, su relación con el Estado es estupenda, opinan sobre política y
educación, en donde radican sus intereses. No se trata de afirmaciones
temerarias, basta revisar los libros gratuitos de texto, y cómo la educación
está siendo remoldeada, una vez más, por intereses ajenos al conocimiento
serio, puro, objetivo e imparcial. “En ese sentido vamos para atrás”.
Villegas Revueltas apunta que
Juárez es un personaje que, por sus orígenes familiares y económicos, rompió
con la figura de los gobernantes del país en el siglo XIX. Salvo Vicente
Guerrero, que era mulato, todos los demás políticos eran criollos. Que el Benemérito
fuera indígena de cuna, lo hace distinto.
Pero Tomasini Bassols
advierte que México comete un gran error al olvidarse de sus patriarcas, porque
forman parte de la columna vertebral de la ideología y la mentalidad
nacionales. “Juárez es una figura que debemos reivindicar en todo momento, un
personaje que no debe ser olvidado porque nuestro país brota de él”, concluyó.
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PIES DE FOTO
Foto 1
A Benito Juárez
hay que recordarlo por su perseverancia y su famosa austeridad republicana,
consideró Jorge Adame Goddard, del IIJ de la UNAM.
Foto 2
México debe
terminar la historia oficial sobre Benito Juárez y sacar a luz los aspectos
desconocidos, como su búsqueda de la reelección electoral, subrayó Silvestre
Villegas Revueltas, del IIH de la UNAM.
Foto 3
Pese a ser el
auténtico forjador de México, Benito Juárez es un hombre inmerecidamente
olvidado, aseveró Alejandro Tomasini Bassols, del IIF de la UNAM.
Foto 4
Máscara mortuoria
de Benito Juárez.
Foto 5
Mural Benito
Juárez.