Boletín UNAM-DGCS-440
Ciudad Universitaria
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MÉXICO PIERDE CADA AÑO 700 MIL HECTÁREAS DE BOSQUES Y SELVAS: RODOLFO
DIRZO MINJAREZ
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El investigador del Instituto de Ecología de la UNAM advirtió también
sobre la nueva amenaza para las selvas tropicales: la pérdida de la fauna
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Las selvas tropicales se pierden a una tasa promedio de 2 por ciento
anual, reveló el especialista en temas sobre ecología y conservación de las
selvas de América
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Existen tres zonas del país que sufren deterioro en sus ecosistemas y fauna:
la Huasteca Potosina, Los Tuxtlas y la Selva Lacandona
Cada año se pierden en promedio 700 mil
hectáreas de bosques y selvas, cifra
que varía de acuerdo con la región y tipo de vegetación, señaló Rodolfo Dirzo Minjarez,
investigador del Instituto de Ecología (IE) de la UNAM.
Además, Dirzo Minjarez, quien recién obtuvo el
Premio Nacional al Mérito Ecológico 2003 que otorga la Secretaría del Medio
Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), aseveró que además de la pérdida de
selvas tropicales a una tasa promedio de 2 por ciento anual, México sufre una
“amenaza invisible” por la
“defaunación” –o pérdida de la fauna–, en particular de animales
medianos y grandes.
El problema, señaló, podría tener graves
efectos. “Hemos encontrado lo que llamamos ‘cascadas de consecuencias
ecológicas’. Perder a los animales propicia que se modifiquen procesos
naturales que, a su vez, provocan la pérdida de otros componentes de la riqueza
de especies, por ejemplo, las plantas”, explicó.
Recordó que México es un país reconocido en el
mundo por su biodiversidad. Se calcula que dentro de nuestras fronteras existe
alrededor de 10 por ciento de la riqueza de especies de todo el planeta, cifra
“verdaderamente importante”, además de que contamos con la mayoría de los
ecosistemas presentes en la Tierra.
Dirzo Minjarez reconoció que aunque en México
existe una tradición bien establecida en el estudio de las selvas tropicales,
sus formas de vida son tantas que “aún nos falta mucho por conocer”. Perderlas
significaría desperdiciar recursos que potencialmente pudieran ser benéficos,
como nuevos fármacos, alimentos o fibras, entre otros usos.
El desafío radica, entonces, en encontrar el
punto intermedio entre las posturas extremas de “no tocar” la selva o
destruirla, para que se combine la preservación de los hábitats con actividades
productivas para la población local.
Sin embargo, el investigador dijo “sentirse
optimista” porque hay decretos para las diversas áreas naturales protegidas; el
reto es que sean operativos, que se continúe con la investigación y se
incorpore a las comunidades en las acciones a emprender. En el mantenimiento de
los recursos naturales deben involucrarse todos los sectores de la sociedad,
El doctor Dirzo, especialista en temas sobre
ecología y conservación de las selvas de América, uno de los ecosistemas más
amenazado del mundo, afirmó que los daños a las especies animales ahí
existentes, son incalculables. Venados, jabalíes, jaguares y hasta los tapires
han ido desapareciendo a consecuencia de la reducción del tamaño de su hábitat,
la cacería y el tráfico ilegal de especies.
“Últimamente he investigado las consecuencias ecológicas de este
hecho. El asunto es fascinante desde el punto de vista biológico, pero lleva
implícito un mensaje serio: la disminución de la capacidad reproductiva de las
plantas, por ejemplo”, expresó.
Un venado, al comer el follaje y pisotear
algunos vegetales permite que otros, no tan buenos competidores, puedan
coexistir. Sin los animales medianos y grandes se reduce la riqueza biológica
de las plantas.
Este fenómeno se presenta en zonas donde hay un
gradiente o variación de amenaza para las selvas, pues de acuerdo con análisis
de imágenes satelitales y estudios de campo, existe una tendencia de pérdida de
esos ecosistemas en el país, que va de norte a sur, específicamente en la
Huasteca Potosina, Los Tuxtlas y la Selva Lacandona.
En el norte, la Huasteca Potosina presenta
tasas de deforestación “bestialmente altas”: del 7 por ciento anual. En Los
Tuxtlas hasta hace poco, el porcentaje de pérdida era de 4 por ciento, aunque
ahora disminuye gradualmente debido a que queda poco por talar o se encuentra
inaccesible. Cabe destacar que en esta área, la UNAM conserva 620 hectáreas de
reserva.
Por último, en la selva Lacandona, la extensión
selvática más grande del país, la deforestación es variable, pero en promedio
alcanza el 1.6 por ciento cada año. Ese gradiente también se observa en
relación con la riqueza de especies, porque en esta última área se registra un
mayor avance de deterioro, incluso superior a Veracruz y la Huasteca.
“Entender los cambios en la distribución
espacial, el grado de amenaza y el de riqueza biológica, da una perspectiva de
cómo planear y diseñar estrategias de conservación”, abundó Dirzo.
En opinión de Rodolfo Dirzo, la defaunación en
estas zonas es un problema grave: “Tengo esa impresión, pero es muy difícil de
documentar porque algunas de sus causas directas, la cacería y el tráfico
ilegal, son actividades clandestinas”.
Uno de los pocos sitios sobre el que se tiene
mayor información es Los Tuxtlas, donde la situación es complicada. El experto
y sus estudiantes han notado la ausencia prácticamente total de las especies de
mamíferos medianos y grandes como el mono araña, los jabalíes, los jaguares y
los venados cola blanca, así como de aves de gran tamaño, entre ellas, el
águila arpía.
Respecto a la posibilidad de “refaunar”,
explicó que es factible, pero muy complejo por razones técnicas y sociales. Se
necesitaría esencialmente, de educación ambiental, grandes extensiones de selva
y una selección cuidadosa de los ejemplares a proteger.
En una reserva, los programa de educación
ambiental deben ser intensos, para convencer a las comunidades locales de no
cazar los animales. Además, se necesita una gran extensión de selva para que la
fauna pueda vivir.
“Puedo asegurar las hectáreas bajo el cuidado
de la UNAM, pero no alcanzarían para los jaguares. Tendríamos que reconectar
los ‘manchones’ de vegetación que quedan y hacer un hábitat más extenso”,
expresó.
Incluso se enfrentarían dificultades técnicas
particulares: de dónde traer los ejemplares, con qué nivel de variación
genética y de cuidados para evitar la propagación de enfermedades entre la
fauna que aún sobreviva.
El reto, expuso el investigador, consiste en
pasar de una ecología contemplativa a una curativa, de restauración, y “tengo
la esperanza de que la UNAM se vuelva líder en ese campo”, finalizó.
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Cada año se pierden en promedio 700 mil hectáreas de bosques y selvas, cifra que varía de acuerdo con la región y tipo de vegetación, señaló Rodolfo Dirzo Minjarez, investigador del Instituto de Ecología de la UNAM y Premio Nacional al Mérito Ecológico 2003, que otorga la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales.