Boletín UNAM-DGCS-402
Ciudad Universitaria
![]() |
![]() |
![]() |
Pies
de fotos al final del boletín
·
“Lo que en la Edad Media se llamó universidad
ha llegado hoy a ser una palabra sin sentido”: Maximiliano de Habsburgo
·
Luego de permanecer suprimida durante más de
cuatro décadas, se reinstaló el 22 de septiembre de 1910
·
A pesar de los momentos difíciles que ha
vivido, esta institución ha cumplido los objetivos que se planteó Justo Sierra:
María de Lourdes Alvarado, investigadora del CESU
“Lo que en la edad media se llamó la universidad ha llegado hoy a ser
una palabra sin sentido”, por lo que es conveniente suprimirla de manera “definitiva”
de México.
Esta lamentable decisión tomada por Maximiliano de Habsburgo y apoyada
en un decreto emitido por él, pasó a una más de las muchas agresiones y de los
momentos más lamentables de los 452 años de historia de la Universidad
Nacional.
Fue también el antecedente obligado para que Justo Sierra tiempo
después la reinstalara, mediante la Ley constitutiva correspondiente, emitida,
el 26 de mayo de 1910, donde se determinó: “la Universidad Nacional, integrada
por las escuelas de, Preparatoria, de Jurisprudencia, de Ingenieros, de
Medicina, de Bellas Artes (en lo concerniente a la enseñanza de la
arquitectura) y de Altos Estudios”.
De tal forma que el entonces secretario de Instrucción Pública, Justo
Sierra, encabezó la ceremonia solemne con la cual quedo reinstalada formalmente
el 22 de septiembre, unos meses antes de que comenzara la revolución, la
Universidad abría nuevamente sus puertas.
Al cumplirse 93 años de la expedición de la Ley Constitutiva, sustento
de tan significativo acontecimiento, María de Lourdes Alvarado Martínez,
investigadora del Centro de Estudios sobre la Universidad (CESU), reconoció que
la UNAM, a pesar de los momentos difíciles que ha vivido, ha cumplido con los
objetivos que se planteó Justo Sierra; “se ha hecho mucho, aunque todos
desearíamos que se hiciera mucho más”, recalcó.
Reinstalada con motivo de las festividades del centenario de la
independencia de nuestro país, la Universidad Nacional de México inició
actividades regida por una legislación que la hacia depender del Poder
Ejecutivo y que además establecía que su jefatura recaería en el Ministro de
Instrucción Pública y Bellas Artes. Su primer Rector, nombrado por el
Presidente de la República, fue Joaquín Eguía.
A
partir de entonces, señaló la investigadora del CESU, la Universidad ha tenido
un camino ascendente y ha jugado un papel primordial en el desarrollo de
México, y quienes han estado vinculados o han estudiado en ella, y tienen
conciencia de su significado, desean que siga consolidándose, porque “es fundamental
para el futuro de nuestro país”, expresó.
Esta
casa de estudios todavía es reducto para todas las ideologías y aunque algunas
“ya están pasadas de moda”, no por eso dejan de ser importantes y significativas.
Es una institución generosa que “debemos cuidar no sólo los alumnos, sino
también funcionarios, trabajadores y académicos. A veces le pedimos mucho y nos
da mucho”, indicó.
Señaló
que si la generación que apoyó el proyecto de la Universidad hiciera un balance
de lo que en estos años de vida ha realizado esta casa de estudios, estaría
satisfecha: ¡Qué cantidad y de
generaciones y con qué calidad se han formado en ella! La Universidad ha jugado
y seguirá jugando un papel central en la vida cultural, económica y tecnológica
de nuestra nación.
El siglo XIX mexicano fue una centuria de inestabilidad, de constantes
cambios, pero también una época en que las luchas política y armada cimbraron a
la Universidad. La definición de la propia estructura del nuevo país, que
surgía como una entidad libre y autónoma, significaba profundas alteraciones en
su actividad política.
Las transformaciones en la vida educativa durante el siglo XIX, al
igual que los cambios sociopolíticos, fueron intensas y profundas. Replantear
la educación del nuevo país no fue tarea fácil y la Universidad fue
probablemente el actor principal durante todo el proceso.
En esta etapa, la Universidad abrió y cerró sus puertas en repetidas
ocasiones e incluso sus instalaciones llegaron a servir como cuartel del
ejército realista, hasta que el 30 de noviembre de 1865 el emperador
Maximiliano la “clausuró definitivamente”, bajo el argumento de que “lo que en
la edad media se llamó universidad ha llegado a ser hoy una palabra sin
sentido”.
Un
simple decreto fue la causa por la cual la Real y Pontificia Universidad de
México dio por concluido un periodo brillante de tres siglos. No obstante, si
algunos de los estudios que impartía desaparecieron por completo, los básicos
se mantuvieron en diversas escuelas, unas dependientes del gobierno republicano
y otras de la iglesia.
María de Lourdes Alvarado explicó que en esos años de la vida nacional,
la Universidad fue vista como símbolo del antiguo régimen, por lo que tuvo ese
ciclo de aperturas y clausuras a partir de 1833, hasta que llegan a su momento
culminante en 1865. A partir de entonces, incluso con el apoyo de los liberales
las condiciones del país impidieron durante casi 45 años el funcionamiento que
la había distinguido durante trescientos años.
La investigadora agregó que a lo largo de ese siglo hubo un enorme
prejuicio no sólo contra la Universidad, que fue Real y luego Nacional, sino
contra todas las universidades. “Se consideraba que eran focos retrógrados
donde se enseñaba un conocimiento absoluto, que no era acorde con los avances
de la ciencia moderna. Por eso la mejor opción de esa época eran las escuelas
independientes y nacionales”, reveló.
En México se vivía un periodo de auge y avance económico. Desde el
momento en que se estableció la república se enarbolaron la paz y el progreso
como las banderas fundamentales. De cierta manera, Porfirio Díaz consolidó ese
reto que tenía el país, después de un período muy prolongado de luchas civiles,
inestabilidad, crisis y déficit económico y financiero.
El principal problema de esa etapa fue que si bien se consolidaba la
paz, se descuidaban los avances democráticos. Desde el punto de vista político
no se acataron los principios de la Constitución de 1857, y se postergan los
intereses sociales del pueblo mexicano, entre ellos la educación.
En 1901, recordó Alvarado Martínez, Justo Sierra asumió la
Subsecretaría de Instrucción Pública y cuatro años más tarde la Secretaría de
Instrucción Pública y Bellas Artes. Era “un hombre con un gran compromiso con
la educación de los mexicanos y el futuro del país. Desde sus años de juventud
tenía una serie de preocupaciones, las cuales se vieron reflejadas en sus
planteamientos de 1910”, reconoció.
Indicó que en diversos sentidos, Justo Sierra se adelantó a su época.
Veía con mucha claridad, por ejemplo, algo que hoy está presente: el gran
desarrollo de Estados Unidos, frente a quien México se rezagaba.
De hecho, “una de sus preocupaciones principales fue crear una
universidad nacional con el firme propósito de darle formación al pueblo,
porque la educación era la única manera para desarrollar las capacidades y la
fuerza de nuestro país, para que se opusiera al creciente poderío
estadounidense”.
La investigadora del CESU comentó que la idea de crear una Universidad
Nacional no fue un capricho que Justo Sierra concibió de un día para otro, sino
una idea que fue elaborando desde 1875, cuando se dio el movimiento estudiantil
conocido como “La universidad libre”. Si bien no había tal institución, lo que
buscaban los jóvenes era independizar la ciencia y el saber del gobierno.
En
el ámbito discursivo la idea sonaba interesante. Fue entonces cuando Justo Sierra
comenzó a plantear sus ideas en la prensa sobre cómo concebía a la universidad:
de carácter libre en lo académico, en la que tuvieran cabida todas las ideas,
opiniones e, incluso, “hasta los caprichos de los hombres”.
Sierra, añadió la investigadora, continuó con esa idea a lo largo de su
trayectoria. Formó y redondeó su perfil como político, periodista, intelectual,
historiador y llegó a la última década del porfirismo como una figura fuerte,
con mucha influencia en materia educativa, y desde que tomó posesión de la
Subsecretaría de Instrucción Pública, dibujó en su discurso a la futura
Universidad.
En 1881, Sierra emitió su primer proyecto de creación de esa
institución, en el cual preestablecíó lo que más tarde sería la Universidad
Nacional. Planteaba que ésta debería conformarse por las distintas escuelas
nacionales.
En aquel entonces el Consejo Superior de Educación Pública era el
órgano en el que se discutía todo lo relacionado con la educación, la
pertinencia y características de la Universidad. Empero hubo algunas voces
disonantes: no todos los consejeros estaban de acuerdo en reabrir esta casa de
estudios.
En
ese órgano se discutieron temas controvertidos, por ejemplo, que la Escuela
Nacional Preparatoria formara parte de la Universidad e, incluso, las cuotas y
planes de estudio; es decir, se estaban “calentando motores" para cuando
se abriera la universidad.
El
renacimiento de la Universidad Nacional fue un largo proceso en el que Justo
Sierra no navegó sólo; si bien era la figura política principal, había otros
intelectuales que lo apoyaron con este proyecto, como Alfonso Pruneda, Enrique
Ruiz, Manuel Flores y Porfirio Parra.
Empero, uno de sus principales acompañantes fue Ezequiel A. Chávez,
quien viajó a distintas universidades estadounidenses para ver cómo funcionaban
y conocer sus características; es, en gran medida, a quien se debe el proyecto
de universidad de 1910. Se dice, incluso, que Sierra tomó muchas de las ideas
de Ezequiel A. Chávez, considerado su lugarteniente, refirió Alvarado Martínez.
Finalmente, pocos días antes del inicio de la gesta revolucionaria de
1910 se reinstaló la Universidad, con toda la ceremonia y contraste que debió
significar para la gente sin recursos, que veía desfilar por las calles de la
ciudad de México a doctores vestidos con togas y a lo más destacado de la
intelectualidad nacional.
“Todas esas festividades tenían un fin, no sólo era pan y circo para el
pueblo mexicano, había un propósito político, tanto al interior como al
exterior, muy importante. Se pretendía mostrar la riqueza, la opulencia y el
avance de un país que ya estaba dentro de la modernidad. Lamentablemente pocos
días después inicia la revolución y todo se viene abajo”, acotó.
La institución agrupó a las escuelas nacionales: Preparatoria, de
Jurisprudencia, de Medicina, de Ingenieros, de Bellas Artes y de Altos
Estudios.
El 25 de mayo de 1911, el Presidente Porfirio Díaz presentó su renuncia
a consecuencia de las revueltas en la capital y los primeros combates de la
Revolución Mexicana, dejando como Presidente Interino, a Joaquín León de la
Barra. A pesar de ello, Joaquín Eguía, continuó como Rector de la Universidad.
María de Lourdes Alvarado reconoció que la herencia del porfirismo fue
una universidad, la cual se enfrentaría a las críticas de los diputados en las
siguientes legislaturas, porque la consideraban producto del antiguo régimen, e
incluso, decían que “tener una escuela de altos estudios era como vestir al
indio con frac y huaraches o descalzo”.
No obstante, poco a poco se encauzó el trabajo de esta casa de
estudios. Fue en la década de los años 20 cuando empezó a tomar su rumbo, y
pasa de un origen porfirista a ser la Universidad Nacional, la máxima casa de
estudios del país, que en 1929 habría de conseguir su autonomía.
– o0o –
PIES DE FOTO
FOTO 1
María de Lourdes Alvarado, investigadora del Centro de
Estudios sobre la Universidad, aseguró que a 93 años de ser reinstalada esta casa
de estudios todavía es reducto para todas las ideologías y aunque algunas “ya
están pasadas de moda”, no por eso dejan de ser importantes y significativas.
FOTO 2
La Universidad Nacional es una institución generosa
que “debemos cuidar no sólo los alumnos sino también funcionarios, trabajadores
y académicos. A veces le pedimos mucho y nos da mucho”, reconoció la
investigadora universitaria María de Lourdes Alvarado.