Boletín UNAM-DGCS-373
Ciudad Universitaria
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LA ÉTICA MÉDICA DEBE CONSTRUIRSE EN FUNCIÓN DE LA RELACIÓN MÉDICO-PACIENTE
·
Ruy Pérez Tamayo dijo que preservar la
salud, curar o aliviar, así como evitar las muertes prematuras e innecesarias,
son los objetivos de la medicina
·
Los grandes avances de la medicina
contemporánea han generado reacciones en los medios de comunicación
“exageradas, amarillistas y, a veces, hasta histéricas”
La ética médica debe
construirse en función de la relación médico- paciente, y ésta, además, tiene
que ser el punto de partida de todas las acciones en la materia, el eje que
determine la dirección que tomará el diagnóstico y las intervenciones
terapéuticas, afirmó Ruy Pérez Tamayo.
El profesor emérito de la
Facultad de Medicina participó en el Seminario de ética médica 2003, donde señaló
que dicha relación constituye el núcleo esencial del arte de curar, en vista de
que cuando se da en forma óptima facilita al máximo el cumplimiento de los
objetivos de la medicina.
Ellos son: preservar la salud;
curar o aliviar, consolar y acompañar al enfermo siempre, así como evitar las
muertes prematuras e innecesarias; es decir, lograr que hombres y mujeres vivan
sanos toda su vida, y mueran lo más tarde y dignamente posible.
El también investigador nacional emérito refirió que en
las últimas tres décadas ha sido una experiencia frecuente leer o escuchar que
los grandes avances de la medicina contemporánea han creado nuevos problemas de
ética médica que deben agregarse a los existentes desde la época de Hipócrates,
“muchos de los cuales siguen sin resolverse”.
Al respecto mencionó que el
primer trasplante de corazón en un ser humano, la fecundación in vitro, el
nacimiento de la primera bebé de probeta, el uso terapéutico de proteínas la
terapia génica, el nacimiento de Dolly, la posibilidad de la clonación humana,
así como la utilización de alimentos genéticamente modificados, el
desciframiento completo del genoma humano y el posible uso terapéutico de las
células estaminales (o madre) derivadas de embriones humanos, han generado
reacciones en los medios de comunicación nacionales e internacionales.
No obstante, dichas reacciones
“sólo pueden calificarse de exageradas, amarillistas y, a veces, hasta
histéricas”. Varios comentarios relativos a esas noticias no sólo han
tergiversado la información, exagerando o inventando posibles “peligros”, sino
que con frecuencia se han sugerido “soluciones”, que van desde la formación de
comités de expertos que dictaminen sobre los aspectos éticos del problema,
hasta la suspensión de todo trabajo
científico en el campo.
Otros se han pronunciado en
contra de cada uno de los logros científicos mencionados, con el argumento de
que son antinaturales o que se oponen a la voluntad divina, lo cual tampoco es
un problema nuevo. Sin embargo, la medicina del siglo XXI cumple cada vez mejor
con sus objetivos, porque se realiza de manera más científica.
La ética médica, explicó Pérez
Tamayo, es el conjunto de valores, principios morales y acciones relevantes del
personal responsable de la salud (médicos, enfermeras, técnicos y
funcionarios), dirigidos a cumplir con los objetivos de la medicina.
Ruy Pérez consideró posible
integrar una ética médica “completa y racionalmente aceptable” basada en dos
principios generales: los objetivos de la medicina y la relación médico-paciente,
donde se excluya toda influencia ajena, sea sobrenatural, de ética normativa o
de dogma religioso, porque así se favorece la racionalidad por encima de la fe.
El Premio Nacional de Ciencias
(1974) refirió que, de forma tradicional, esos códigos se han construido
alrededor de principios involucrados en la práctica de la profesión: el respeto
por la autonomía del paciente, la veracidad o derecho del enfermo a conocer la
verdad sobre su padecimiento; la vigilancia para que el acceso a las
facilidades médicas se haga con justicia porque todos los humanos tienen
derecho a atención oportuna y de calidad, así como la confidencialidad.
Dichos principios, opinó, son
de importancia fundamental en la práctica de la medicina y, en la medida que se
cumplan, la relación médico-paciente será mejor, más respetuosa y positiva.
Empero, “ninguno de ellos es específico de la disciplina; sino que son reglas
de conducta para los seres humanos en general”.
Todo lo que favorezca una relación franca y abierta,
basada en la confianza, entre el galeno y el afectado por alguna enfermedad, es
bueno dentro de la ética médica; lo que interfiera con su desarrollo óptimo, es
malo.
Por ello, propuso cuatro
recomendaciones generales para un código de ética médica. La primera es el estudio
continuo, porque desde los hospitales privados hasta la clínica rural más
humilde, la calidad de la atención depende de los conocimientos y habilidades
de los especialistas. “Es sorprendente la ausencia o la mención pasajera de
este principio en la mayoría de los códigos de la profesión”.
Expuso que la acumulación
progresiva del conocimiento científico sobre las enfermedades y el desarrollo
de sofisticadas técnicas de diagnóstico y tratamiento, han llevado a una
“superespecialización”, lo que aumenta la eficiencia y la calidad del servicio
que el médico puede ofrecer, aunque en campos más limitados.
Cuando el médico deja de
estudiar no ayuda a que la relación con el enfermo se dé en las mejores
condiciones; es decir, comete una falta de ética calificada como incapacidad,
ignorancia o negligencia.
La segunda recomendación es la
docencia, no sólo con alumnos, sino con pacientes. Ello, aunado a la libre y
amplia comunicación de la información médica a los enfermos y a sus familiares,
ha tenido escasa atención en los códigos, donde se deja a criterio del
especialista dónde, cómo y cuáles datos dar a conocer.
Una queja frecuente sobre la
medicina contemporánea, agregó Pérez Tamayo, es que el galeno se ha hecho sordo
y mudo ante las quejas y demandas de información de sus pacientes.
Pero la obligación de enseñar,
el “arte” de hacerlo, no termina con una instrucción más amplia al enfermo y a
sus familiares, sino que debe ampliarse a todos los que puedan beneficiarse de
ella, incluidos los colegas y la sociedad en general. “Quien no lo hace comete
una falta de ética médica”.
La investigación científica,
que no se ha contemplado como parte del código de ética médica, es la tercera
sugerencia. El médico debe contribuir al crecimiento de su ciencia y al aumento
de los conocimientos que se usan para diagnosticar y tratar a los enfermos.
No significa, aclaró, la
realización de un proyecto riguroso en un laboratorio sofisticado o la
presencia activa en estudios clínicos; es algo más general y básico; es decir,
la conservación y el cultivo del espíritu de la duda, del escepticismo
constructivo, etcétera.
Los mejores hospitales y
centros de salud son los que patrocinan y estimulan la investigación. Además,
en las mejores escuelas, alumnos y profesores se dedican a generar y difundir
el conocimiento.
La cuarta recomendación es el
manejo integral del paciente, quien acude al médico a solicitar ayuda para ser
curado o aliviado de su padecimiento. Si se trata en forma adecuada, buena
parte del mal se aliviará, pero el resto de la carga que agobia al afectado
necesita ser identificada, examinada y manejada con delicadeza y respeto.
El experto que no se involucra
en una atención integral, sino que se conforma con diagnosticar y tratar la
enfermedad, comete una grave falta de ética médica. Todos esos elementos,
finalizó Ruy Pérez Tamayo, contribuyen a que la relación médico-paciente sea
óptima.
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Foto 1
La relación
médico-paciente constituye el núcleo esencial del arte de curar, señaló Ruy
Pérez Tamayo, profesor emérito de la Facultad de Medicina de la UNAM.
Foto 2
Una ética médica
“completa y racionalmente aceptable” debe basarse en dos principios: los
objetivos de esa ciencia y la relación médico-paciente, aseguró el profesor
emérito de la Facultad de Medicina de la UNAM, Ruy Pérez Tamayo.