Boletín UNAM-DGCS-0956
Ciudad Universitaria
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final del boletín
EL ESTADIO
OLÍMPICO UNIVERSITARIO, DE LAS GRANDES OBRAS ARQUITECTÓNICAS DEL MÉXICO MODERNO
·
A 50 años de su inauguración, el 20 de noviembre de 1952, el inmueble es
ejemplar por su valor plástico y escultórico
·
Es una obra notable debido a su creatividad, innovaciones y formas que
se adaptan a su entorno
·
Ha sido testigo de infinidad de eventos deportivos como Juegos
Centroamericanos y del Caribe, Juegos Panamericanos, los Juegos Olímpicos en
1968, el Campeonato Mundial de futbol y la Universiada Mundial, entre otros
El Estadio Olímpico Universitario es una de las
grandes obras arquitectónicas del México moderno, único por su belleza y por
retomar la profunda herencia de nuestros antepasados prehispánicos al
relacionar la arquitectura con el espacio abierto y el paisaje.
A 50 años de su inauguración, esta obra
universitaria sigue siendo ejemplar por su valor plástico y escultórico. Es
notable por la creatividad plasmada en sus innovaciones y formas que se adaptan
a su entorno, coinciden en señalar Felipe Leal y José Manuel Covarrubias,
director de la Facultad de Arquitectura (FA) y Tesorero de la UNAM,
respectivamente.
El Estadio fue el primer edificio de Ciudad
Universitaria que se terminó de construir. Se inauguró -Día de la dedicación-
el 20 de noviembre de 1952, en un ambiente de "indescriptible emoción y
entusiasmo", con el comienzo de los II Juegos Juveniles Nacionales.
En esa fecha fue entregado a la juventud
mexicana, y a la comunidad universitaria unos días después, el 29 de noviembre,
para la celebración del clásico estudiantil de fútbol americano Pumas-Poli en
la UNAM, evento que es considerado por muchos como el acto inaugural, el cual
por cierto se efectuó con el estadio lleno, a tal grado que hubo gente en las
bardas y en las bandas del campo.
De ese modo, afirma Felipe Leal, la UNAM
comenzó sus actividades en las
instalaciones de Ciudad Universitaria (CU): con el deporte.
La primera piedra de este espacio, imaginado
como una gran boca volcánica compuesta por dos valvas unidas por cabeceras de
altura descendente, fue colocada el 7 de agosto de 1950. Sus autores fueron los
arquitectos Augusto Pérez Palacios, Raúl Salinas Moro y Jorge Bravo Jiménez.
Espacio libre
La CU, sede del Estadio, se ubica en
los "mismos terrenos donde las inmigraciones nahoas y olmecas se
encontraron en el Valle de México, en la pirámide de Cuicuilco; donde una de
las más antiguas culturas indígenas del continente surgió de la contemplación
de este paisaje y de este cielo", expresó el arquitecto Carlos Lazo
Barreiro, gerente general del proyecto de construcción de este campus
universitario, con motivo de la colocación de la primera piedra.
El Estadio es, en opinión del arquitecto Leal,
uno de los lugares más espectaculares de la ciudad de México, el cual rescata
la arquitectura del México antiguo: taludes, planos inclinados y rampas en un
ángulo de reposo dan la idea de estabilidad, seguridad y solidez.
"Es como si fuera un centro ceremonial que
por fortuna no tiene edificios colindantes en sus proximidades, lo cual le da
aire. Además, gracias a la circulación vehicular se puede recorrer en su
entorno y así homenajearlo", añade.
¿Qué aportes introdujo
inicialmente el estadio? Fue uno de los primeros en contar con instalaciones
adecuadas en los vestidores, así como baños y todos los servicios para los
deportistas. Por otra parte el Olímpico Universitario, que hoy cuenta con una
capacidad para 68 mil 954 espectadores, fue también pionero a escala mundial en
el uso de un nuevo material para la pista: el tartán.
Además, para evitar encharcamientos por las
lluvias, se le dotó de un eficiente sistema de drenaje. Aportó también el
espacio dedicado a la prensa, “El palomar”, desde donde se domina -más allá de
la vista de la cancha- la Ciudad Universitaria.
El Estadio Olímpico Universitario tiene
asimismo salidas por medio de túneles en plano inclinado y rampas que facilitan
el acceso y la evacuación, y evitan accidentes.
Este bello lugar cuenta con un valor adicional
"maravilloso y único", menciona Felipe Leal. Posee una dualidad que
ningún otro espacio deportivo tiene: permite estar dentro y fuera a la vez.
Esto es porque, estando en la tribuna, si el espectador observa las gradas o la
cancha está dentro; pero si levanta la vista "sale" y mira la
Rectoría, la sierra del Ajusco, los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl,
eternos vigilantes del Valle de México, u otra parte de la ciudad. Es también
un "mirador urbano".
Algo similar ocurre estando fuera del estadio,
porque desde la avenida de los Insurgentes se observan sus formas exteriores,
pero también se ve la tribuna. "Eso le da un dinamismo absolutamente
particular".
Carrera
contra reloj
Desde el principio, el Estadio Olímpico se
incluyó en el proyecto de CU. "Es símbolo de la importancia que se le dio
al deporte como parte de la formación integral de los estudiantes",
explica José Manuel Covarrubias, quien participó como ayudante de ingeniero en
las obras de construcción del campus, cuando era estudiante.
No hay que olvidar que antes de la construcción
de CU, las escuelas de la UNAM ocupaban antiguos edificios, como los palacios
de Minería, de Medicina y la Academia de San Carlos, donde no había grandes
espacios para que los alumnos practicaran alguna actividad deportiva.
La edificación del campus, incluido el estadio,
marcó un hito en la historia de la edificación en México. Se demostró la
capacidad de los ingenieros, arquitectos y trabajadores mexicanos para hacer
obras ambiciosas, en tiempos cortos y a costos económicos, menciona el
ingeniero.
Se aprovechó el hundimiento del terreno para
colocar ahí la cancha y parte de las graderías, apoyando las restantes en
terraplenes de tepetate recubiertos por el exterior con piedra volcánica que se
extrajo del propio terreno.
Sólo se usó el concreto armado para el palomar
(en lo alto de la valva poniente) y para la estructura del balcón perimetral
con un volado de nueve metros, bajo el cual se albergaron los palcos y
graderías de sombra.
A unos meses de la inauguración, en agosto de
1952, el arquitecto Carlos Lazo calificó al Estadio Olímpico como "…una de
las obras de más categoría; funcionalmente el proyecto es extraordinario, sus
equipos, sus instalaciones, su trazo, su visibilidad, lo hacen quizá el más
adelantado del mundo".
Una de las características que lo hacen
peculiar, decía, es su sistema de construcción, pues se utilizó la tierra de la
excavación de la propia CU colocada, mediante un control muy cuidadoso de
laboratorio, con la humedad y el equipo necesarios, recubierta en su interior
por graderías de concreto y en su exterior por piedra.
Se edificó con la técnica que los ingenieros
mexicanos habían hecho famosa: las presas de tierra. "Fue un trabajo muy
interesante -asevera el director de la FA- en el cual, mediante placas de
concreto se impidió que la tierra que soporta las gradas se derramara; pero no
sólo eso, también se fueron moldeando los túneles que dan acceso al
estadio".
Desde el punto de vista de la ingeniería -añade
Covarrubias- esto representó un reto, ya que dichos rellenos de tierra tenían
que ser bien compactados para poder levantar la gradería. "Era
impresionante ver la cantidad de máquinas que trabajaban: escrepas,
motoconformadoras y aplanadoras, tanto en el estadio como en los ocho estacionamientos".
La obra civil "se construyó en sólo ocho
meses, habiéndose trabajado en ocasiones las 24 horas del día", mencionaba
el propio Lazo. El costo (28 millones de pesos) no fue excesivo, según el
actual Tesorero, gracias a que se abatieron los montos mediante los
procedimientos constructivos y los materiales.
Respecto a éstos últimos, asevera Leal, fueron
económicos, nada ostentosos: piedra volcánica y concreto, ambos de
mantenimiento menor, "por eso lo vemos en tan buen estado después de 50
años".
Los atletas
y las marcas
En el anfiteatro Simón Bolívar del Colegio de
San Ildefonso, el estudiante Juan Sansores recibió del doctor Samuel García,
decano de los maestros universitarios, una antorcha apagada. Ahí se inició el
recorrido de la Ruta simbólica de la Universidad Nacional aquel 20 de noviembre
de 1952, en cuyo trayecto participaron otros alumnos más, que condujeron el
símbolo por diversas calles hasta llegar a CU.
A las 17:30 horas principió la ceremonia
inaugural del majestuoso Estadio Olímpico. Estuvieron presentes, entre otras
autoridades del país, el entonces rector de esta casa de estudios, Luis
Garrido, y el licenciado Carlos Novoa, presidente del Patronato Universitario.
Una crónica del periódico Esto reseñó
“…hicieron su entrada al estadio las seis antorchas que traían el fuego
simbólico”. El atleta olímpico Javier Sauza encendió la antorcha, tomando el
fuego de las que portaban los deportistas provenientes de distintos rumbos de
la ciudad.
El clavadista Joaquín Capilla, quien en
las dos anteriores Olimpiadas había obtenido preseas de plata y bronce, pronunció el juramento de los
deportistas al pie de la bandera. Luego, los jóvenes participantes en los II
Juegos Juveniles Nacionales desalojaron la cancha y se instalaron en las
tribunas para ser testigos de la primera victoria que, en la carrera de 100
metros planos, obtuvo la velocista Esther Villalón.
El segundo gran acto deportivo ocurrió el
29 de noviembre, con el clásico Universidad-Politécnico. “Fue un juego para
cardiacos”, recuerda Covarrubias. Cuando restaban 30 segundos del tiempo
reglamentario y los universitarios estaban abajo en el marcador 19 a 14, una
jugada salvadora de Juanito Romero, quien completó un pase de Gustavo “Pato”
Patiño, le dio la vuelta al partido. El marcador terminó a favor de la UNAM
20-19.
Del lado oriente del estadio, en la
tribuna del Poli, “ya habían encendido las antorchas para celebrar el triunfo.
Fue un acontecimiento que recordamos todos los que asistimos, muy emocionante y
bonito”, publicó el mismo diario.
Dos años después, en 1954, concluidos ya
los edificios e instalaciones de Ciudad Universitaria y cuando estaba a punto
el traslado de las escuelas, facultades, rectoría y demás dependencias
universitarias hacia el Pedregal, el Estadio Universitario fue el escenario de
los VII Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe, los cuales se
constituyeron en la primera gran competencia deportiva celebrada en México.
Amador Terán, campeón centroamericano de
Decatlón, fue el encargado de encender el pebetero con el fuego nuevo; Joaquín
Capilla fue el abanderado de la delegación mexicana.
El majestuoso estadio ha sido después
testigo de infinidad de eventos, incluida la máxima justa deportiva: los Juegos
Olímpicos, en 1968. “Cuando se construyó, a pesar de tener las dimensiones
adecuadas, nunca se pensó que albergaría una olimpiada”, comenta Covarrubias.
En tal evento, Enriqueta Basilio Sotelo,
la mejor atleta mexicana en aquel momento, se convirtió en la primera mujer en
toda la historia en llevar la antorcha y encender la llama olímpica.
El tartán naranja del
Estadio de Ciudad Universitaria –que ese año obtuvo el rango de Estadio
Olímpico Universitario– recibió a aquel aguerrido soldado mexicano de tez
morena, José Pedraza, que se colgó la medalla de plata en la prueba de caminata
de 20 kilómetros, abriendo así una rica tradición de “andarines aztecas”.
Para la Olimpiada el inmueble requirió
intervenciones importantes: se agregó el marcador, se elevaron las torres de
iluminación (las actuales no son las originales) y se le hizo la entrada del maratón, lo cual requirió quitar
parte de la gradería inferior del lado sur. Esos ajustes, por fortuna, dice
Felipe Leal, fueron coordinados por el propio arquitecto Pérez Palacios. Es por
ello que “no se nota un parche o un agregado”.
Gilberto Vega, actual administrador del
Estadio, recuerda que ahí se efectuaron los Juegos Centroamericanos y del
Caribe (1954 y 1990), los Juegos Panamericanos (1955 y 1975), los Campeonatos
Mundiales de Futbol (1970 y 1986) y la Universiada Mundial (1979).
Ha sido sede de campeonatos nacionales
estudiantiles de atletismo de nivel infantil, juvenil y de educación media
superior y superior. Además, es escenario de torneos de fútbol soccer de la
Primera División y de fútbol americano.
Como parte de las celebraciones por su 50
aniversario, el Estadio albergó el pasado 22 de octubre la inauguración de los I
Juegos Puma 2002, en la que desfilaron alrededor de seis mil 500 deportistas de
70 contingentes, 31 de las escuelas del Sistema Incorporado y el resto de
escuelas, facultades y unidades multidisciplinarias de la UNAM.
Una de las hazañas deportivas más
importantes en la vida de este majestuoso inmueble, agrega Vega, es la marca
mundial de salto de longitud de 8.90 metros establecida por el estadounidense
Robert Beamon, durante los Juegos Olímpicos de 1968, la cual duró 23 años sin
ser superada.
Asimismo, Jim Hines, también de Estados
Unidos, rompió la barrera de los 10 segundos en los 100 metros planos, al parar
los cronómetros con tiempo de 9.95; marca superada 20 años después (1988) por
Carl Lewis, con 9.92.
La integración plástica
En el proyecto de la CU (en cuya
construcción participaron alrededor de 10 mil trabajadores) era notoria la
influencia de la escuela de arquitectura Bauhaus y, en forma particular, la de
Le Corbusier, uno de los grandes arquitectos del siglo XX. En los 40 se gestaba
la idea de la integración plástica de la arquitectura, la pintura y la
escultura, no como añadidos a un edificio, sino como elementos preconcebidos en
una obra integral.
Tal fue el caso del Estadio Olímpico
Universitario. Uno de los más destacados muralistas mexicanos, Diego Rivera,
fue el encargado de decorar mediante altorrelieves policromados el talud
oriente, sobre la avenida de los Insurgentes. Según el artista, el proyecto
vincula el estadio “al espacio y tiempo totales de la vida del pueblo que lo ha
levantado”.
En 1952, Rivera hizo los bocetos de la
escultopintura que decoraría el talud en su totalidad con el tema El desarrollo
del deporte en México desde la época prehispánica hasta la actual; sin embargo,
otros compromisos y su enfermedad le impidieron completar el proyecto.
La obra que ahora se observa, iluminada
desde hace unos meses con motivo del 450 aniversario de la fundación de la
Universidad de México, es conocida como Escudo de la Universidad, mestizaje y
deporte en México.
Dentro del palco de honor existe otro
mural del artista decorando una mampara. La obra, monocromática en rojo, tiene
en bajorelieve a un atleta de rasgos indígenas con una antorcha encendida. “Por
lo sintético, es un trabajo artístico muy bello”, opina Leal Fernández.
Por lo que es y representa, por su
relación con el paisaje y el cielo abierto, por su inspiración prehispánica y
la conjugación de la textura de la piedra volcánica con la sutileza del arte,
el Estadio Olímpico Universitario es, sin duda, una de las grandes obras de la
arquitectura mexicana del siglo XX y orgullo de la Universidad Nacional
Autónoma de México.
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