Boletín UNAM-DGCS-0902
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Pies de fotos al final del boletín
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Enfermedades del corazón, principal causa de
muerte en el país, según el INEGI
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Se prepara el “regreso de los muertos a
casa”; se combina el temor y el respeto para honrar a los familiares fallecidos
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Se cree que el muerto tiene mayor cercanía
con las divinidades: Germán Guido Münch, del IIA de la UNAM
En México, el Día de Muertos
es una fiesta donde la tradición muestra que el mexicano juega, ríe y llora con
la muerte, pero en contraste de las 430 mil personas que fallecen cada año, es
muy reducido el número de las que compran anticipadamente los servicios de
velatorios y el espacio en los panteones.
Según datos del Instituto
Nacional de Geografía e Informática (INEGI), en el Distrito Federal ocurren alrededor de 46 mil decesos anuales
y el número de espacios en los panteones no ha aumentado recientemente; además,
la incineración de cuerpos no tiene gran aceptación todavía, por lo que es
previsible que en poco tiempo pudiera presentarse una crisis por la falta de
lugares para la sepultura de los capitalinos.
El 35% de la población del
Distrito Federal no dispone de un espacio en ningún cementerio; 23 de los 123
panteones están saturados, entre ellos Tarango, Santa Fe, Jardín de México,
Civil de San Isidro, Coyoacán, Los Reyes, Vecinal San Francisco, Culhuacán, San
Pablo Apóstol, La Candelaria, El Calvario, Atzacoalco Viejo, Del Tepeyac, Santa
María Aztahuacán, ex Convento de Culhuacán, Peñón de los Baños y San Pedro
Iztacalco.
En el año 2000 se realizaron ocho mil 95 cremaciones, y hasta agosto de 2001 sumaban seis mil 507. Las agencias funerarias privadas cobran entre 10 y 15 mil pesos por incineración, en tanto que el gobierno pide una cuota de recuperación de 433 pesos.
Las delegaciones Gustavo A. Madero, Iztapalapa, Milpa Alta, Tláhuac, Tlalpan y Xochimilco, son las demarcaciones con mayor número de cementerios con 69 (el 58%), no obstante, albergan poco menos de la cuarta parte (23%) del total de fosas.
De los 109 cementerios
oficiales, 77 son clasificados como de tipo vecinal, 14 están son
delegacionales, 10 son generales y sólo dos son histórico generales.
De acuerdo con cifras del
(INEGI), durante el año 2000 las enfermedades del corazón fueron las
principales causas de muerte en México, con 68 mil 716 decesos; a causa de
tumores malignos fallecieron 54 mil 996 personas; por diabetes mellitus, 46 mil
614. En tanto, las defunciones por accidente (tráfico de vehículos de motor,
ahogamiento y sumersión accidental) ocuparon la cuarta posición, con 35 mil 324
decesos.
Igualmente, 27 mil 426
personas murieron por enfermedades del hígado, 25 mil 432 por males
cerebrovasculares y 19 mil 394 por ciertas afecciones en el periodo perinatal;
por SIDA se registraron cuatro mil 219 defunciones.
La Dirección General Jurídica
y de Estudios Legislativos (DGJEL) del gobierno capitalino, encargada de la
regulación de los cementerios, intenta promover la cultura de la cremación.
Día de muertos, un culto con
raíces prehispánicas
La flor de cempasúchitl y el
olor a copal son redescubiertos anualmente en dos días claves para la
idiosincrasia de los mexicanos: 1 y 2 de noviembre, fechas en las que renace el
culto de raíces prehispánicas hacia los muertos. Entonces se prepara el regreso
de los fieles difuntos a casa; se combinan el temor y el respeto para honrar a
los familiares y amigos fallecidos.
Esta fiesta, que es la más
importante para todos los grupos indígenas mexicanos, fue registrada en las
crónicas de Fray Bernardino de Sahagún. En ellas se habla de los calendarios,
así como de las ceremonias y los rituales que practicaron los grupos del centro
de México y zonas aledañas.
De acuerdo a estos relatos, en
los meses Tlaxochimaco y Xocotl Huetzi (noveno y décimo del calendario) se
realizaban dos fiestas: la Miccauilhui y la Huey Mi Acaelhuitl, que duraban 20
días. La primera estaba dedicada a los difuntos infantiles y la segunda a los
adultos.
El tema de la muerte se
encuentra en todas las literaturas del mundo, y la de México no es la
excepción. Se sabe que, desde la época de los aztecas, se idolatró a la diosa
de la tierra y de la vida –Coatlicue- que llevaba la máscara de la muerte. Esta
deidad con naguas de culebras, madre de Huitzilopochtli, ornaba los monumentos
arquitectónicos como patrona tutelar que conocía el profundo misterio de la
muerte; se tributaban ofrendas a ella y a las víctimas de su poder, con el fin
de no desatar su cólera devastadora.
La mencionada es precisamente,
comenta el antropólogo universitario Germán Guido Münch Galindo, una de las
probables razones que originaron la veneración por la muerte; es decir, se cree
que el muerto tiene mayor cercanía con las divinidades (dioses y santos) y se
le pide intervenga para resolver algunos problemas que se presentan en las
actividades de los vivos.
El terror de los hombres ante
la muerte inevitable y el cuadro de misterio que se vislumbra “más allá” de la
tumba, dan como resultado desde entonces manifestaciones simbólicas macabras y
alucinantes.
“El misterio de la muerte es
muy importante para nuestras culturas. Nadie sabe ni puede decir nada de lo que
pasará al respecto, sólo que está presente en casi todas las festividades de
México”, continúa el doctor Guido Münch, investigador del Instituto de
Investigaciones Antropológicas.
Los mitos o relatos sagrados
sobre el hombre, los dioses y el universo, añade, son de origen prehispánico,
aun cuando están matizados por elementos europeos. Los conceptos acerca del espíritu
humano, la muerte, el viaje post mortem y el paraíso, son evidencia de la
continuidad cultural de la tradición mesoamericana.
Todas estas representaciones
del culto a la muerte se cifran en el mundo de las emociones que, de alguna
manera, exhiben la experiencia propia; es decir, “la muerte de cualquier ser
humano pone en evidencia nuestra propia realidad”, asevera el etnólogo
universitario.
En la época prehispánica,
antes de la llegada de los españoles, el culto a los muertos estuvo muy
extendido entre las culturas indígenas. Estos grupos, refiere Guido Münch, se
caracterizaron por tener una cosmovisión del mundo muy parecida, con sus
distinciones locales, pero en el fondo es la misma; es decir, donde a la vida y
a la muerte se les ve como a una unidad.
Esta concepción sobre vida y
muerte es la filosofía antigua que sustentaba a la religión. De ahí que la gran
mayoría de los grupos originarios de México practicaran sacrificios humanos: su
fin era renovar y revitalizar no sólo al cosmos, sino también a su universo
social y a su cultura. En nuestros días esto ha sufrido muchos cambios;
evidentemente, ya no hay sacrificios como en aquella época, pero se conserva la
esencia del ritual.
Los españoles trajeron una
cosmovisión muy fuerte, una religión donde el “muerto sagrado” es el salvador
del mundo. Entonces, el culto a los muertos se ve recompuesto y revitalizado
por la influencia española en la Nueva España.
El estudioso de las costumbres
y tradiciones de los pueblos indígenas del país explica que México y España son
culturas que han tenido una amplia concepción sobre la muerte, la cual
plasmaron en las artes visuales y en la literatura.
En el periodo de la Revolución
Mexicana se rindió culto a la muerte de forma muy particular. Evoca a José
Guadalupe Posada, caricaturista de principios de siglo, quien en su opinión fue
tal vez uno de los artistas que mejor reflejan esta tradición mexicana, al
internacionalizar a la muerte con un inmenso sombrero en su Catrina. Él es el
primero que hace una comprensión popular de la muerte en México y de la
costumbre de regalar calaveras. Algunas variantes de la catrina son las
representaciones de la muerte con mariachis, con botellas de tequila y muchas
más.
El culto a los muertos muestra
el poder de los símbolos sobre la realidad concreta, misma que es simulada y
escenificada como satisfacción simbólica y nada más; es decir, consumimos
símbolos como prefiguraciones del deseo.
Hoy en día, San Andrés Mixquic, en el Distrito Federal, es uno de los lugares más visitados el día de muertos y esto se debe a que la fiesta está muy apegada a la antigua tradición.
Desde días antes se preparan los altares familiares y el 1 de noviembre, Día de Todos los Santos, se celebra a los difuntos con una gran fiesta. A las ocho de la noche, hora de las ánimas, se prenden todas las velas de las tumbas. El panteón es adornado con esmero; las sepulturas, ya sean de mármol o de piedra, se iluminan con veladoras y se visten de pétalos y flores, que en ocasiones forman la imagen de la virgen o una cruz. Entre el olor a copal y la multitud se percibe el respeto por los muertos y la importancia que para los asistentes tiene la fiesta.
El 2 de noviembre, Día de Muertos, se vela a los difuntos en el panteón. Para celebrarlos se instala además la feria del pueblo, en la cual se vende todo tipo de antojos, incluyendo el tradicional pan horneado en los puestos de la feria.
Germán Guido Münch concluye
que las fiestas de muertos en el futuro tendrán nuevos caminos de expresión
para el pueblo y rebasarán estos rituales, ahora sumamente trivializados; las
culturas popular e indígena van a revitalizar sus concepciones y la
escenificación simbólica en sus
prácticas y creencias.
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Foto 1
Una de las probables razones que originaron la veneración por la muerte fue la creencia de que el muerto tiene mayor cercanía con las divinidades, destacó el antropólogo universitario, Germán Guido Münch
Foto 2
A partir del 25 de octubre y hasta el 8 de noviembre, se presenta en el Patio Central de la Biblioteca Nacional la exposición Posadas en el Instituto de Investigaciones Bibliográficas. Ofrenda de muertos en el CL aniversario de su natalicio