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Boletín UNAM-DGCS-405
Ciudad Universitaria.
06:00 hs. 13 de julio de 2015


Guillermo Acosta Ochoa

   

UTILIZAN DRONES EN INVESTIGACIÓN ANTROPOLÓGICA

• Junto con la fotogrametría, metodología de registro desarrollada en el IIA de la UNAM, constituyen herramientas recientes en arqueología, que han demostrado ser muy útiles en el estudio y rescate del patrimonio cultural

Como parte de un proyecto de investigación arqueológica en una zona de Xochimilco, en el que se analizan los primeros asentamientos humanos en la cuenca de México, integrantes del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA) utilizaron, primero de manera experimental y después como una herramienta de análisis, un dron (vehículo aéreo no tripulado) para hacer un estudio fotogramétrico, reciente metodología de registro desarrollada en la entidad universitaria.

En julio de 2013, Emily McClung y Guillermo Acosta Ochoa, responsables del proyecto, iniciaron la observación de asentamientos asociados al periodo de agricultura temprana en el área, el cual incluye el registro detallado del sitio y sus chinampas arqueológicas. El lugar se ubica en el ejido de San Gregorio Atlapulco, una zona tradicional.

La región es importante porque ahí se establecieron, al menos seis mil 500 años atrás, las primeras sociedades agrícolas, que también habitaron un islote en medio del lago de Xochimilco.

“Esa zona chinampera fue declarada Patrimonio Mundial en 1986, sin embargo, hoy está en riesgo de perder dicho estatus por la destrucción arqueológica, la degradación ambiental y el crecimiento de la mancha urbana”, dijo Acosta Ochoa.

Los primeros estudios fueron topográficos y de fotogrametría, después se iniciaron las excavaciones en dos áreas asociadas a la ocupación anterior al desarrollo de la cerámica.

“La fotogrametría es la disciplina que se encarga de calcular la forma, dimensiones y posiciones en el espacio de cualquier objeto a partir de medidas hechas sobre fotografías”, explicó el investigador.

En años recientes, el registro con este método se ha vuelto fundamental en la arqueología, pues se emplea desde el modelado en 3D de objetos, hasta el registro topográfico de los sitios estudiados. “En esta técnica la principal fuente de información es una fotografía, una imagen plana de dos dimensiones”.

Se conoce como dron a un vehículo aéreo no tripulado que, por lo tanto, tiene un piloto automático o es controlado por una computadora. “Es importante aclarar que no cualquier avión a control remoto es uno de ellos”. Para que sea considerado como tal debe estar ligado a una computadora, a un sistema que le permita autoestabilizarse.

Uno de los dos drones de los investigadores tiene integradas dos cámaras fotográficas, un geoposicionador satelital (GPS), una brújula digital y un giroscopio, que le permite mantenerse en el aire de manera estable.

A los equipados con estos dispositivos se les puede añadir un módulo para llevarlos de un punto a otro a control remoto. Su autonomía primaria radica en que se autoestabilizan. Gracias al GPS, el vehículo permanece estacionado en el lugar en el que se le programó, independientemente del viento.
Una desventaja es que consumen mucha energía. El peso del equipo del aparato más grande es de cuatro kilogramos, al que se agregan las baterías. En total son casi siete kilogramos.

El tiempo de vuelo es de unos 30 minutos, pero con el peso su autonomía se reduce a la mitad. “En el trabajo de campo llevamos baterías de repuesto, sobre todo si es un área grande”.

El primer equipo con el que trabajamos es un pequeño tetramotor, con capacidad de carga de 350 a 400 gramos, el peso de una camarita digital. A pesar de su tamaño es muy versátil, dijo el investigador. Por la forma en que se desplaza recuerda a un helicóptero y también porque puede permanecer fijo en el aire.

“Para el hexamotor tuvimos que armar el sistema de estabilización, y como no se puede manejar la cámara fotográfica desde abajo, fue necesario hackearla; le añadimos un script para que tomara fotos cada dos segundos durante cierto periodo o recorrido. La idea es que las imágenes tengan un traslape de al menos 70 por ciento en la secuencia”, expuso.

En ese lapso su desplazamiento no debe ser mayor a unos cinco metros por segundo (m/s). “Como la velocidad también se puede programar, hay dos variables factibles de combinar. Algunas imágenes con las que trabajamos son secuencias fotográficas de casi 300 fotos”.

El investigador informó que planean incorporar una cámara termográfica al dron, lo cual permitiría detectar o resaltar características arquitectónicas o algunos rasgos enterrados a partir del calor emitido y no sólo del calor reflejado, como en el caso del infrarrojo.

“Aunque la fotogrametría y los drones son herramientas recientes en la arqueología, hasta ahora han demostrado ser muy útiles en la investigación y rescate del patrimonio cultural”, concluyó.

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Integrantes del IIA utilizaron, primero de manera experimental y después como una herramienta de análisis, un dron para hacer un estudio fotogramétrico. Foto cortesía Guillermo Acosta