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Boletín UNAM-DGCS-294
Ciudad Universitaria.
13:45 hs. 22 de mayo de 2015


Mercedes de la Garza

       

LOS ANIMALES, INDISPENSABLES PARA ENTENDER LA CULTURA MAYA

• Estas criaturas eran intermediarias entre el humano y el más allá, al igual que entre los cielos y el inframundo, señaló Mercedes de la Garza, investigadora emérita de la UNAM

Para los mayas, la fauna era misteriosa, admirable, temible y muchas de sus especies participaban de lo divino, sea como dioses, manifestaciones celestiales o símbolos de diversas ideas, destacó Mercedes de la Garza, investigadora emérita de la UNAM, al participar en el Coloquio Animales, Violencia y Ética.

Al mismo tiempo, los consideraban entes semejantes a los humanos en sus formas y comportamientos, por lo que afianzaron una relación de hermandad con ellos, añadió la exdirectora del Instituto de Investigaciones Filológicas (IIFL).

Los veían como especímenes expresivos y establecieron lazos con ellos no sólo de dominio o de sumisión derivada de la lucha por la supervivencia, sino de amistad, amor y parentesco. Para dicha cultura, estas criaturas eran intermediarias entre el hombre y el más allá, al igual que entre los cielos y el inframundo.
 
Un mundo mitológico

Las deidades mayas tenían rasgos antropomórficos y vegetales; los elementos naturales y los espacios cósmicos, animales. Por ejemplo, el fuego solar era recreado en la guacamaya roja, el colibrí, el venado y el perro, mientras que el jaguar era el sol nocturno, agregó De la Garza en este acto organizado por el Programa Universitario de Bioética.

Por otro lado, las mariposas, escorpiones, arañas y ciempiés, por su proximidad con la tierra, remitían a la muerte, pero otros fungían como compañeros (los búhos eran emisarios del inframundo). Estos seres eran fuerzas tanto benéficas como maléficas; por ejemplo, la diosa de la Luna era representada con enfermedades sobre su cabeza en forma de guacamayas, quetzales o zopilotes rey; en contraste, la serpiente emplumada, dibujada con dos cabezas y patas de venado o lagarto, dio lugar al dragón, deidad suprema.

Uno de sus mitos contaba que el Sol era un anciano que sedujo a la Luna, una bella joven, y de estos amores ilícitos nació un conejo. Desde entonces, en el satélite se ve un roedor. Además, en el Popol Vuh se narra que los primeros hombres, tallados en madera, eran incapaces de pensar y se convirtieron en monos.

Un espíritu dividido

Para los prehispánicos, los humanos tienen un espíritu escindido (diferente al alma occidental) integrado por una materia sutil, invisible e impalpable. Parte de ésta tiene forma de gallo, gallina o paloma, y es responsable de nuestros latidos; no obstante, esta facultad peligraba ante los sacerdotes católicos, pues se decía que los religiosos silbaban para atraer a estas avecillas, atontarlas y devorarlas. Así sugerían que los españoles robaban el corazón a los indígenas.

También creían en un álter ego, un ser de la naturaleza —desde una tuza hasta una mariposa nocturna— ligado al destino de cada hombre. Más que hermanos, ambos conformaban una entidad y al fallecer uno, perecía el otro.

Asimismo, Mercedes de la Garza señaló que los chamanes tenían la posibilidad de convertirse en 13 animales diferentes, como un perro o un mono.

Por su parte, Paulina Rivero Weber, profesora de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL), resaltó que Darwin fue más allá de su tiempo y planteó que todas las criaturas —racionales o no— perciben el placer o el dolor del mismo modo.

Sin embargo, parece que nuestro raciocinio nos alejó de la posibilidad de sentir, hasta convertirnos en el peor depredador del planeta y sus habitantes, y en el asesino más cruel para con nosotros.

La hostilidad ejercida hacia nuestros semejantes es diferente a la animal. Para ellos, la agresión es importante para su supervivencia, ya sea para cazar, alimentarse, reproducirse, competir por el territorio u obtener una jerarquía social. Ellos tienen una moral natural, aseveró.

En cambio, la humanidad justifica su violencia mediante la razón y ha abandonado la moral referida, paradójicamente entendida a través de la cognición. Dejamos la naturaleza para hacer crecer las capacidades racionales y ahora vemos el error de abandonarla.

¿Existe un camino de regreso a casa? Debemos inventarlo, porque hemos perdido esa parte y lo restante no es funcional para los seres que somos, de ahí la necesidad de la ética, concluyó.

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En el Popol Vuh se narra que los primeros hombres, tallados en madera, eran incapaces de pensar y se convirtieron en monos.