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Boletín UNAM-DGCS-201
Ciudad Universitaria.
06:00 hs. 7 de abril de 2015


María Teresa Ramírez Herrera

     

ZONA DE SUBDUCCIÓN EN EL PACÍFICO MEXICANO, SIMILAR A LA DE JAPÓN

• Es un área que tiene una extensión aproximada de mil kilómetros, planteó María Teresa Ramírez Herrera, del IGg de la UNAM

La tarde del 11 de marzo de 2011 arrebató la condición que tenía el pueblo de Tohoku, Japón, con la naturaleza. El desconcierto venía del subsuelo y el mar: un inesperado terremoto de nueve grados se registró en el archipiélago con invasión marina.

El desastre fue en tierra, agua y aire con la fuga de radioactividad. “Ese fenómeno natural fue un parteaguas en el conocimiento sísmico y hubo un cambio de paradigma debido a su inesperada magnitud”, planteó María Teresa Ramírez Herrera, del Instituto de Geografía (IGg) de la UNAM.

Aún con todo el desarrollo científico de vanguardia, el monitoreo constante y los sistemas de instrumentación avanzados, Japón aguardaba sólo un sismo de magnitud 7.5 en la escala de momento sísmico, explicó la investigadora universitaria.

No obstante, hubo lagunas en el conocimiento al no considerar evidencias geológicas de eventos anteriores al modelar una estrategia de prevención, aunque ese país cuenta con registros históricos de sismos, como el ocurrido en el año 869 A.D. (Anno Dómini); pero no esperaban un terremoto de magnitud nueve.

“Además, se trató del comportamiento de la megafalla. La zona de subducción donde ocurrió el sismo, que es un encuentro de dos placas, una baja y la otra montada sobre ésta, no se desplaza constantemente, y las placas se hallan atoradas e inmovibles; sin embargo, lo que particularizó este temblor es la forma en que se movió o rompió la falla en la parte superficial, fue inesperado”, precisó.

Lecciones de Japón

Lo que aprendimos con este fenómeno en el país asiático es que no existe una zona de subducción que podamos excluir de experimentar un megasismo. “Esto lo subrayo porque en la zona de subducción mexicana se ha afirmado que no puede ocurrir uno así, lo mismo se decía para Indonesia y Japón, pero ocurrió”.

Se creía que las megafallas (como las de Japón y México) no se mueven completamente al mismo tiempo, porque hay unos segmentos que están atorados y son los que acumulan energía; sin embargo, hay otros que sí se mueven lentamente y liberan energía.

Pero en el caso de Tohoku se movió toda la falla, tanto la zona que estaba “atorada”, como la que se movía lentamente, y eso fue lo que generó el evento de nueve grados de magnitud de momento sísmico. Fue un desplazamiento de 80 metros (movimiento relativo entre las dos placas), que deformó el geoide (forma de la Tierra); éste es un nuevo conocimiento, explicó.

Costa mexicana

En la costa del Pacífico mexicano (de Nayarit y Jalisco, hasta Chiapas) estamos en la zona de una megafalla en un límite de placas similar al de Japón; es un área de subducción que tiene una extensión aproximada de mil kilómetros y si se moviera como un solo bloque al mismo tiempo, se produciría un megasismo que potencialmente podría alcanzar magnitud nueve.

La académica del IGg, que trabaja el rubro físico del fenómeno sismológico y de tsunamis, indicó que son evidencias geológicas las que aportan información para establecer, incluso, los denominados periodos de recurrencia de un fenómeno.

“A través de la paleosismología podemos conocer la historia de los sismos y tsunamis antiguos, aunque los registros con instrumentos para México son de 100 años o menos y las placas se formaron hace cuatro billones de años; lo que conocemos es un segundo en la historia de la Tierra. Pero nos podemos apoyar en el estudio y ubicación de los sedimentos y estratos, evidencia de grandes tsunamis y sismos, es decir, hacer más trabajo geológico”, subrayó Ramírez Herrera.

Se sabe que han ocurrido eventos grandes en el pasado. “En Jalisco hallamos la evidencia geológica del primer sismo instrumentalmente medido, ocurrido en 1932, con magnitud 8.2; con el registro geológico también descubrimos otro tsunami que se dio en el siglo XIV. Asimismo, en 1787 sucedió un sismo de magnitud estimada de 8.6, que produjo un tsunami en la costa de Oaxaca e inundó hasta seis kilómetros tierra adentro y del cual también identificamos la evidencia geológica”.

No existe la predicción, pero con el conocimiento geológico sabemos qué probabilidad de repetición existe en cierto periodo. Los eventos tan grandes no son tan frecuentes, pero debemos crear alertas y educar a la población, establecer leyes de construcción con rigor y determinar sitios donde pueda refugiarse la población, finalizó.

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A través de la paleosismología se puede conocer la historia de los sismos y tsunamis antiguos. Foto cortesía María Teresa Ramírez Herrera.

María Teresa Ramírez Herrera, del Instituto de Geografía de la UNAM.