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Boletín UNAM-DGCS-083
Ciudad Universitaria.
06:00 hs. 10 de febrero de 2015


José Antonio Benjamín Ordóñez

   

 

DRAMÁTICO QUE EN MÉXICO LA SUPERFICIE DEDICADA A PLANTAR AGUACATE SEA MAYOR A LA DE MANEJO FORESTAL

• La transformación de los bosques para establecer cultivos ha tenido un costo alto y ni siquiera tenemos la autosuficiencia alimentaria, afirmó José Antonio Benjamín Ordóñez Díaz, académico de la Facultad de Ciencias

En México, hoy resulta “dramático que la superficie dedicada a plantaciones de aguacate haya superado a la de manejo forestal”, planteó el académico de la Facultad de Ciencias (FC) de la UNAM, José Antonio Benjamín Ordóñez Díaz.

El también director e investigador de la asociación civil Servicios Ambientales y Cambio Climático (SACC) señaló que los proyectos forestales son más pequeños que los de transformación del entorno, como ocurre en Michoacán, donde 130 mil hectáreas producen ese fruto, mientras que el aprovechamiento de los bosques se ha quedado detenido.

La transformación de estos bosques y otros ecosistemas para establecer cultivos agrícolas ha tenido un costo alto y ni siquiera tenemos autosuficiencia alimentaria. La producción se enfoca en la fresa, aguacate o caña de azúcar, pero no en maíz, que está en el olvido, y se ha descuidado el uso de organismos genéticamente modificados que pueden vulnerar al maíz criollo, dijo.

Al ofrecer la conferencia “Mercados de carbono: oportunidades y riesgos”, en el auditorio del Jardín Botánico del Instituto de Biología, recordó que cada uno de los campos de investigación, desarrollo, alimentación y ciencia del mundo requieren una cantidad mayor de energía.

En ese sentido, dependemos del carbón: por ejemplo, todos los días se consumen aproximadamente 22 millones de toneladas métricas (que pueden cubrir la isla de Manhattan), cada 15 segundos se puede llenar una alberca olímpica con el petróleo que se requiere (92.7 millones de barriles al día) y existe un consumo de una milla cúbica cada 11 horas de gas natural. En contraste, la energía renovable, como la geotérmica o hidroeléctrica, apenas atiende al 10 por ciento de la demanda mundial.

Tenemos más de un trillón de toneladas métricas de dióxido de carbono (CO2) extra, que antes no existía en la atmósfera, y eso promueve un desbalance térmico que incrementa la temperatura. De ahí, el problema del cambio climático y la meta de tratar de evitar que se rebase un aumento neto de dos grados, explicó el científico.

Por ello, se apuesta a la captura o almacenamiento de carbono, donde los ecosistemas y organismos vivos pueden ayudar. “A partir de la necesidad de mitigar las emisiones contaminantes, se desarrollaron los mercados de carbono, que surgen a la par de un manejo forestal fuerte en el mundo”. En EU y Canadá se establecieron medidas de certificación que tienen que ver con el Forest Stewardship Council y han mejorado sus masas forestales.

Mediante diferentes metodologías bien definidas como las del IPCC (por las siglas en ingles de Panel Intergubernamental de Cambio Climático), es posible calcular nuestra huella de carbono (determinada por el tipo de alimentos o la cantidad de energía y combustibles que consumimos), luego, instrumentar mecanismos y acciones que permitan reducir nuestras emisiones.

Pero si eso no es posible, se puede compensar el daño. Para ello sirven los mercados de carbono. “Uno dice: voy a emitir dos toneladas de dióxido de carbono y las ‘compra’ a 10 dólares la tonelada”. Entonces, los recursos se destinan al pago por servicios ambientales en las zonas forestales y para sus habitantes pueden significar la diferencia entre quedarse en sus lugares de origen, migrar o deforestar el bosque.

En México, relató Ordóñez Díaz, hay algunos proyectos certificados, pero corren el riesgo de que la certificación sea extranjera, se pague y el dinero se vaya a otro país.

Existen certificadoras como TÜV SÜD, Windrock o EcoSecurities, y diferentes estándares como Plan Vivo, Gold Standard y VCS, entre otros, pero “la Comisión Nacional Forestal debería ser la oficial, contar con personal capacitado que conozca la diferencia entre un mezquite y un pino, sus densidades de madera y ciclo de vida. También se requieren más manuales que ilustren cómo crecen las vegetaciones (por ejemplo, la caña de azúcar respecto al nopal), saber cuáles fijan más carbono y en qué condiciones”.

En 2008, prosiguió, desarrollamos un marco legal con los elementos mínimos para establecer convenios, acuerdos y/o contratos con las comunidades, a fin de respetarlas a ellas y a sus sitios sagrados; asimismo, explicarles y detallar los conceptos básicos de los procesos de captura de carbono.

Así, el 8 de mayo se abrió el mercado voluntario de carbono en México, autorizado por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, y se comenzaron a ofertar los certificados avalados por ambas instancias gubernamentales.

Hasta hoy se han vendido más de 200 mil toneladas y muchas empresas han participado. Eso ha generado beneficios sociales, ambientales y económicos. Pero hay que ir más allá y con ayuda de la tecnología mapear los lugares y detectar sitios que no cumplen con la conservación, que tienen un proceso de deforestación secuencial, para retirarles el apoyo, pero también para actualizar los precios.

Ordóñez mencionó que recorrió 120 comunidades del país, “proyectos potenciales que suman más de 293 mil hectáreas, y la mayoría tiene posibilidad de sumarse a la preservación; sólo se requiere capacitar a la gente y ponerla a laborar”.

Los mercados de carbono representan grandes oportunidades si se trabajan en conjunto, pero de manera desarticulada, sin comunicación, anteponiendo intereses individuales, se puede perder lo ganado, porque ninguna persona tiene recursos para pagar una factura ambiental y esto habla de confianza y respeto hacia los seres vivos y la naturaleza.

“Hay que administrar mejor nuestros recursos, formar a especialistas, integrar el conocimiento que generan las instituciones académicas y de investigación, establecer mecanismos de seguimiento y transparencia para hacer proyectos más grandes y alcanzar en conjunto más metas”, finalizó.

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En el país la producción se enfoca en la fresa, aguacate o caña de azúcar, pero no en maíz, que está en el olvido.
José Antonio Benjamín Ordóñez Díaz, de la Facultad de Ciencias de la UNAM.