Las armas químicas causan destrucción masiva
y se elaboran con relativa facilidad en comparación con las
nucleares y las biológicas, cuya construcción tiene
mayor complejidad, afirmó Benjamín Ruiz Loyola, profesor
de la Facultad de Química (FQ) de la UNAM.
“Para desarrollar un arma nuclear se requiere material
fisionable de alta pureza e instalaciones sofisticadas, seguras
y de alto costo; para una biológica se necesitan medios de
cultivo con cepas de microorganismos patógenos que deben
mantenerse vivos; mientras, algunas armas químicas, como
el gas mostaza, pueden elaborarse en un laboratorio de secundaria”,
advirtió.
Con dosis pequeñas, los neurotóxicos –las
armas químicas más agresivas y letales– pueden
matar a decenas de miles de personas en periodos de uno a tres minutos,
pues afectan directamente al sistema nervioso, como ocurrió
hace poco en Siria, añadió.
Por ello, el Premio Nobel de la Paz 2013, otorgado a la
Organización para la Prohibición de las Armas Químicas
(OPAQ), es muy merecido, consideró el académico adscrito
al Departamento de Química Orgánica de la FQ.
“Me parece excelente. Es un reconocimiento a 16 años
de lucha por el desarme químico y no sólo lo reciben
por la misión en Siria, eso lo dejó claro el comité
de la academia sueca. Es un premio por varios años de trabajo
y entrega enfocados al desarme”, subrayó Ruiz Loyola
en entrevista.
Entre los logros de la OPAQ (con sede en La Haya, Holanda)
destacan sumar a 189 países como integrantes comprometidos
con la Convención para la Prohibición de las Armas
Químicas, que esa organización administra, así
como haber conseguido la destrucción de casi 80 por ciento
del arsenal químico durante su trabajo de alcance mundial
iniciado en 1997.
“El país más preocupado por el terrorismo
en el planeta, Estados Unidos, permite que se vendan por Internet
libros que dan las recetas para fabricarlas, es un contrasentido
inexplicable. Hacer presión durante 16 años para que
cada vez tengamos un mundo libre de armas químicas es el
valor de la OPAQ”, señaló.
Estructura parecida a los insecticidas
Existen armas que envenenan la sangre, otras desplazan
al aire, causan sensación de asfixia y pueden producir quemaduras
severas.
“Las peores son los neurotóxicos, que dañan
el sistema nervioso y pueden provocar la muerte en un tiempo corto,
de uno a tres minutos, con una serie de síntomas terribles.
Son armas de destrucción masiva porque pueden matar a decenas
de miles de personas con cantidades relativamente modestas”,
detalló.
Ruiz Loyola explicó que los neurotóxicos
tienen estructuras parecidas a las de los insecticidas organofosforados,
algunos de los cuales utilizamos en nuestras casas. “Los que
usamos están formulados y dosificados para los insectos,
pero en dosis elevadas podrían afectarnos seria y directamente”.
La diferencia entre los insecticidas y las armas químicas
neurotóxicas es que la dosis para dañar a una persona
es mucho menor. “Si se necesitan, por ejemplo, 70 miligramos
de sustancia de un insecticida común para afectar a un humano,
de un arma química se requieren sólo dos o tres miligramos”.
La estructura similar de ambos se modifica en algunos “ingredientes”
en una parte de la estructura molecular. “Eso es lo que dificulta
el manejo en las industrias, pues una planta puede declararse para
la fabricación de insecticidas y al cambiar la materia prima
“a” por la “b”, puede fabricar armas químicas
y verificar esa situación es parte del trabajo de la OPAQ”,
dijo.
OPAQ: Convencer, inspeccionar y asesorar
La labor de esa organización se orienta en diferentes
áreas. Una importante es convencer a los países que
no son miembros de la Convención para la Prohibición
de las Armas Químicas, que se adhieran y cumplan al destruir
sus arsenales y con la modificación de sus instalaciones.
“El primer trabajo es de convencimiento. Cuando arrancó
la vigencia de la Convención en 1997 y con ella inició
sus trabajos la OPAQ, ésta tenía menos de 100 miembros,
hoy tiene 189 y sólo siete no lo son (entre ellos Israel,
Corea del Norte y Siria)”, comentó.
Esta labor ha sido importante y fructífera, pues
se logró convencer a países muy reacios como Libia.
Una de las obligaciones de las naciones integrantes es
declarar si tienen armas químicas, así como la cantidad,
lugar y condiciones en que las producen, a fin de diseñar
un mecanismo para deshacerse de ellas.
Otras actividades son de inspección y monitoreo.
Revisan los sitios declarados por los Estados partes de la Convención
para verificar que actúan dentro de la legalidad y comprobar,
en caso necesario, la destrucción.
También hay asistencia (en caso de accidentes con
esos compuestos químicos tóxicos) y protección
(en caso de ataques). Esto incluye cursos de capacitación
para personal, dentro o fuera de su país, para dar asistencia
y protección de las personas, concluyó Ruiz Loyola,
quien ha tomado cursos y seminarios en esa organización.
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