• Estará vinculada a incrementos en costos de producción
y transporte, pérdida de cosechas por fenómenos climáticos
y disminución de ingresos de la población, advirtió
Luis Gómez Oliver, de la Facultad de Economía de la
UNAM
Hoy, los precios de los alimentos son 60 por
ciento mayores a los registrados en 2006. A largo plazo, la volatilidad
persistirá a nivel mundial, vinculada con incrementos en costos
de producción, transporte y dificultades financieras, económicas
y en el abasto de energéticos, advirtió Luis Gómez
Oliver, de la Facultad de Economía (FE) de la UNAM.
En consecuencia, aumentará la cifra
de población con hambre en el mundo —que actualmente supera
los 800 millones de personas—, los niveles de pobreza e inflación,
los problemas de balanza de pagos de los países importadores
y los costos fiscales en todas las regiones del planeta, expuso en el
XXXIII Seminario de Economía Agrícola del Instituto de
Investigaciones Económicas (IIEc) de esta casa de estudios.
Al inaugurar el foro con el tema Políticas
públicas, agropecuarias, ambientales y sociales: orientación
y sinergia, Verónica Villarespe, titular de esa entidad,
aludió a la necesidad de evaluar las estrategias y programas
aplicados en el sector agrícola desde distintas disciplinas,
en sus vertientes de productividad, asistencialismo, ambiente y transversalidad.
Con el seminario realizamos un merecido homenaje a Ernest Feder y Nicolás
Reig, quienes abrieron brecha en la investigación del ámbito
rural, al vincular la ciencia con la política pública,
subrayó.
Factores estructurales de la crisis
Gómez Oliver explicó que la crisis
alimentaria global tiene su origen, entre otras causas, en la falta
de inversión en el sector agrícola y la marginación
rural, las pérdidas de cosechas por fenómenos climáticos,
restricciones a las exportaciones e incremento en el consumo de alimentos
de origen animal en los países con economías emergentes,
como Brasil, India y China.
Está vinculada a las dificultades energéticas
y económicas, lo que implica una doble presión para la
población de escasos recursos por la pérdida de empleos
y la disminución de los ingresos, que generan condiciones de
inseguridad alimentaria.
Además, los gobiernos tienen una capacidad
reducida para responder a las nuevas urgencias sociales con apoyos directos
a los sectores vulnerables o un abastecimiento general más completo,
lo que se complica con la especulación en los mercados, puntualizó
el colaborador de la Organización de las Naciones Unidas para
la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés).
Tiene efectos en los niveles de pobreza, porque
al dedicar más recursos a la alimentación, se destinan
montos menores a otros rubros. Entre 2006 y 2008, al menos 105 millones
de personas cayeron debajo de la línea de carencia, lo que significó
siete años de progreso perdidos en la lucha para erradicarla.
Respecto a la inflación, explicó
que el impacto de la crisis alimentaria en este indicador es más
visible en los países en desarrollo, que dedican, en promedio,
entre 30 y 40 por ciento de su ingreso a la compra de alimentos.
Entre 2006 y 2011, los territorios con déficit
en la producción de comestibles pagaron 35 por ciento más
de lo que devengaban antes de registrarse las alzas mundiales más
altas, lo que implicó presión en cuentas fiscales y equilibrio
externo.
Objetivos del Milenio
El economista refirió que la consecuencia
más grave de la crisis es el aumento de la población con
hambre. En África, el 23 por ciento de los habitantes la padece,
en comparación con Europa, región donde sólo una
persona de cada 100 carece de alimentos suficientes.
Eso implica problemas para reducir a la mitad
la proporción de personas que padecen hambre, meta principal
de los Objetivos del Milenio. El problema se vinculará al incremento
de los niveles de obesidad y sobrepeso, que causan enfermedades y aumentan
la morbilidad.
Entre 1980 y 2008, la proporción de
la población mundial que las presenta aumentó de 23 a
34 por ciento, lo que implica un incremento de las muertes por padecimientos
cardiovasculares y diabetes, entre otras.
Los países en desarrollo presentan una
doble carga: al mismo tiempo que registran desnutrición, sus
habitantes padecen sobrepeso y obesidad, condiciones que impactan en
los sistemas de salud nacionales y derivan en costos fiscales.
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