Los jóvenes en México carecen, en gran
medida, de oportunidades de educación, salud, empleo
y participación social. El país requiere políticas
públicas que los consideren sujetos de derecho, capaces
de elegir y expresar sus necesidades e involucrarlos en las
soluciones de sus problemáticas, expuso Fernando Aguilar
Avilés, académico de la Escuela Nacional de Trabajo
Social (ENTS) de la UNAM.
Se precisan estrategias de atención específicas,
basadas en un enfoque de respeto a su integridad que involucren
a funcionarios de todos los niveles y a las comunidades, para
evitar que ser joven sea sinónimo de problemas, drogas,
violencia y delincuencia, recomendó con motivo del Día
Internacional de la Juventud, que se conmemora el 12 de agosto.
Como sociedad, al no ofrecerles oportunidades suficientes
de empleo y educación, no les brindamos las herramientas
que les permitan decidir sobre su futuro. El reto que enfrenta
el Estado es incorporarlos a las instituciones educativas y
al mercado laboral, subrayó.
Falta de oportunidades
El académico del Posgrado de Trabajo Social
refirió que no existe un consenso institucional sobre
los rangos de edad de población joven. De acuerdo a las
cifras del Censo de Población y Vivienda 2010, en el
país existen 29 millones 706 mil 560 jóvenes de
15 a 29 años y 40 millones 646 mil 497 con edades entre
los 12 y 29.
Además, siete millones 337 mil personas entre
15 y 20 años ni estudian ni trabajan. En este contexto,
crece la informalidad y el crimen organizado se convierte en
una alternativa. Ante la falta de empleos y de acceso a la educación,
toman otras rutas.
Esto no significa que todos los que están en
situación de carencia opten por delinquir; si eso ocurriera,
en el sureste, la región de México con un mayor
porcentaje de población entre 15 y 29 años en
situación de pobreza extrema, se registraría el
mayor número de jóvenes involucrados en actividades
ilícitas, explicó.
Realidad mexicana
El académico expuso que la juventud ha sido
definida en términos ideales como el periodo que comienza
en el seno familiar durante la adolescencia, continúa
con la incorporación a la escuela para adquirir herramientas
y habilidades que permitirán al individuo ingresar al
mundo laboral, ámbito desde el que transitará
a la edad adulta, con la conformación de una familia
propia.
Sin embargo, en una sociedad tan desigual como la mexicana,
esta trayectoria nada tiene que ver con la vida de millones.
Hay miles de adolescentes que se convierten en padres a temprana
edad, otros tantos que abandonan la escuela —principalmente
en el tránsito entre la secundaria y el bachillerato—
y también están los que deben incorporarse al
mundo laboral antes de concluir la educación básica.
En la nación no puede hablarse de una juventud
única. La manera en que cada quien vive este periodo
se determina, entre otras cosas, por la condición de
clase, de género y por el medio (rural o urbano) en que
se vive. En este sentido, cada chavo tiene oportunidades
distintas que le brindan herramientas para afrontarla de acuerdo
a su realidad y posibilidades, señaló.
El Estado, las organizaciones y los actores sociales
involucrados en la atención a este sector los conciben
en dos extremos: o se espera todo de ellos o representan “el
gran problema a resolver”. En el primer caso, se les responsabiliza
del futuro del país, sin proporcionarles las herramientas
necesarias para tomar sus propias decisiones. En el polo opuesto,
se les considera motivo de conflictos, individuos en camino
de conformar su personalidad que requieren control, vigilancia,
y limitaciones.
A los que pertenecen a los estratos sociales marginados
se les identifica con la violencia y la delincuencia organizada.
Son criminalizados por su apariencia, edad, vestimenta y por
radicar en colonias conflictivas. Frente al rechazo de las exigencias
sociales, se asume que los jóvenes no quieren adaptarse
al entorno que les rodea. Los adultos piensan que tienen el
derecho de imponerles qué hacer, sin considerar que son
capaces de tomar decisiones por ellos mismos.
Además de ofrecerles opciones de educación
y empleo suficientes, es necesario incluirlos en la toma de
las decisiones que los involucran, desde su barrio, calle y
colonia, hasta en el diseño de políticas públicas.
En las estrategias, programas y esquemas de atención
a este sector, no existen instrumentos que les permitan participar
para expresar sus inquietudes y necesidades, resaltó.
“Incluirlos en las decisiones que los atañen
es la mejor forma de acercarnos, romper imágenes negativas
respecto a ellos y construir soluciones en conjunto. De elegir
otras alternativas, la solución de sus problemas tendrá
un panorama poco optimista”, concluyó.
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