Una ola migratoria de mexicanos en Estados Unidos,
iniciada a finales de la década de 1980 y principios
de 1990, crece en la periferia de Atlanta, capital de Georgia,
la emblemática ciudad de la lucha por los derechos civiles
de los afroamericanos.
En su mayoría son ilegales que se emplean en
rubros tradicionales como la recolección de algodón,
cebolla y frutas, en la construcción y en empacadoras
de carne; pero también en nuevas áreas, como empresas
con maquinaria industrial, de microelectrónica y en publicidad,
donde la necesidad de lanzar al mercado local mensajes en español
es creciente, afirmó Cristina Amescua Chávez,
del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM)
de la UNAM.
Un grupo minoritario se mueve a esa zona de manera
legal como trabajadores de alta especialización. ‘‘No
se mezclan con los ilegales, no niegan su mexicanidad, pero
tampoco la fomentan socialmente; guardan sus tradiciones culturales
dentro de la familia y se centran en la adaptación profesional
y en la integración a la colectividad receptora’’,
detalló.
Licenciada en etnología por la Escuela Nacional de Antropología
e Historia, maestra en antropología social y doctora
en esa disciplina por el Instituto de Investigaciones Antropológicas
(IIA) de la UNAM, a Amescua le atañen más los
fenómenos actuales, que los sucesos del pasado. ‘‘Me
interesa indagar cómo funcionamos los humanos’’.
Gwinnett, seguimiento de una migración
Desde 2006, realiza trabajo de campo en el condado
de Gwinnett, un suburbio de Atlanta, donde la migración
hispana –en su mayoría mexicana- se enfrenta a
fricciones y encuentros con la sociedad estadounidense del sureste,
que a pesar del tiempo transcurrido desde la lucha contra la
segregación racial, conserva fuertes divisiones: entre
conservadores y progresistas, blancos y negros, ricos y pobres.
‘‘A esa área tardó mucho
en llegar la migración, es lo que se conoce como el sur
profundo de Estados Unidos. Pero cuando fui por primera vez
en 2006, ya había un enorme grupo de mexicanos alrededor
de la zona metropolitana de Atlanta y en la ciudad misma’’,
comentó la universitaria.
La capital de Georgia mantiene grupos de un conservadurismo
extremo, donde perduran la discriminación y el racismo,
pero al mismo tiempo, es cuna del movimiento por los derechos
civiles de los afroamericanos. ‘‘Esas tensiones
se ven todavía, hay sectores muy conservadores y otros
en línea con las tendencias internacionales de defensa
de los derechos humanos’’, dijo.
En este contexto particular, caracterizado por los
desencuentros entre grupos que descargan su xenofobia hacia
nuestros connacionales, y otros que reconocen su capacidad laboral
y aporte a la economía local, los migrantes mexicanos
viven su día a día. ‘‘En los matices
intermedios es donde se construye la solidaridad entre las personas’’,
destacó.
Con un trabajo basado en entrevistas directas y encuestas,
ha identificado liderazgos interesantes, aceptación por
algunos grupos estadounidenses y una profunda discriminación
de parte de mexicanos que llegaron a la Unión Americana
en generaciones anteriores y que hoy están regularizados.
La cultura como reivindicación
Estos migrantes cultivan en Atlanta diferentes expresiones
culturales como una forma de reivindicar su identidad.
Realizan más de 60 festividades diferentes,
entre ellas el Día de Muertos, peregrinaciones, exhibiciones
de danza regional, convivios con comida tradicional y clubes
de futbol soccer entre niños y jóvenes.
Algunas, como el Día de Muertos, se sobreponen
al Halloween, mientras otras se respetan, como el 5 de mayo
(Batalla de Puebla), por ser un reconocimiento de la hispanidad,
aunque la conmemoración nacional de México es
el 15 de septiembre, para la cual también se fomentan
celebraciones, apuntó.
Sin perder de vista la confrontación que la
migración causa en sitios como la capital de Georgia,
la investigadora universitaria sostuvo que las fricciones también
permiten encuentros que avanzan pasos hacia la convivencia.
‘‘De igual manera, es importante difundir
las buenas experiencias, como el aprecio por la cultura mexicana,
el apego entre las familias, la religiosidad y las ventajas
de un trabajador que habla dos lenguas’’, concluyó
la antropóloga.
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