De acuerdo con Blanca Elena Mancilla Gómez,
académica de la Facultad de Psicología (FP) de
la UNAM y supervisora de servicio social en el Centro Comunitario
de Atención Psicológica “Los Volcanes”,
el psiquismo (conformado por la capacidad de pensar, reconceptualizar
el pasado, sentir emociones y vincularse con los demás)
está mal construido en buena parte de los adolescentes
mexicanos y no les permite frenarse ante conductas desadaptativas
e incluso perjudiciales para ellos y los demás.
“Son demandantes y exigentes, con graves problemas
en la escuela y sus padres no han sabido ponerles límites,
hacer la función de continente-contenido, concepto que
se refiere a la capacidad que se adquiere para tolerar los afectos
positivos y negativos, y darse tiempo para pensar antes de actuar”,
aseguró.
Con incapacidades a la hora de pensar, adolescentes
de clase media (de entre 12 y 16 años) expresan sus afectos
patológicos mediante la conducta del cutting (consiste
en hacerse daño deliberadamente y a escondidas, para
superar la ansiedad), por ejemplo.
“Los afectos relacionados con el odio (voracidad,
posesividad, celos, rivalidad, separación, envidia, frustración,
sobreprotección, sadismo y agresión) están
vueltos contra ellos mismos, por lo que resultan autodestructivos”,
añadió la académica.
Una forma de voracidad es ser muy demandantes: piden
cosas materiales y afectivas, sin descanso. Su asistencia a
la escuela es mínima y exigen consideraciones especiales
e inmerecidas.
“Con sus celos, un hombre impide que su pareja
crezca personal y profesionalmente, pues quiere que siempre
esté disponible, y a la larga, ésta se convertirá
en un objeto sin valor”.
Lo ideal para Mancilla Gómez sería que
los padres tuviesen la capacidad de contención de los
afectos negativos de sus hijos, y en caso de no tenerla o no
saber ponerla en práctica, recomendó la psicoterapia
como una buena opción.
“Durante la crianza, el bebé aprende a
introyectar el objeto que lo contiene: la mamá, que sabe
ser continente al devolverle amorosamente, en forma amortiguada,
un afecto negativo”, explicó.
Cariñosa, cálidamente, la madre retira
al bebé si éste la muerde al amamantarlo; en cambio,
el tono emocional de un regaño o un manazo, no favorecen
el crecimiento del aparato para pensar del pequeño.
La persona que cría, la que hace la función
de madre –y que en un nivel socioeconómico alto
puede ser la sirvienta o la nana– se encarga de la construcción
psíquica de la criatura y, por lo tanto, es quien propicia
la forma de enfrentar los afectos patológicos y no patológicos.
En el kínder, el infante puede encontrar un
yo auxiliar que lo rescate: una tierna, contenedora educadora
que le pondrá límites en razón de la función
grupal, aunque también podría hallar a alguien
que continúe el marcaje negativo.
“Si uno como hijo no supo incorporar la figura continente-contenido,
ya adolescente, incluso adulto (de 30 ó 50 años),
no podrá hacer la función de ser continente de
sus propios afectos negativos y se colocará en una posición
de riesgo que podría llevarlo a realizar algo destructivo
para sí mismo, por ejemplo, enojarse con el jefe y así
poner en riesgo su trabajo”, dijo Mancilla Gómez.
Los afectos negativos se dan por igual en ambos géneros,
sin embargo, la académica universitaria ha observado
que los hombres son más refractarios a la psicoterapia
y que las mujeres tienen más capacidad de buscar ayuda
profesional.
“El modelo terapéutico para trabajar los
afectos psicopatológicos se escoge según la capacidad
mental del paciente. Si éste tiene un aparato para pensar,
le conviene el psicoanalítico; si no es capaz de hacer
asociaciones, pero puede detectar sus modos de interacción,
el ideal es el sistémico”.
Finalmente, con base en su experiencia en consulta
privada y 35 años de docencia en la UNAM, la académica
sostuvo que a partir de la patología de los afectos es
como se desarrollan los casos de bullying, de pandillerismo
juvenil y de delincuencia.
—o0o—