Con un proyecto de conservación dirigido por
Jerónimo Reyes Santiago, biólogo del Jardín
Botánico del Instituto de Biología de la UNAM,
se logró estabilizar una población de una planta
suculenta llamada Mammillaria hernandezii, de la familia
de las cactáceas, que sólo crece en una pequeña
área del municipio de Concepción Buenavista, distrito
de Coixtlahuaca, en la mixteca oaxaqueña, que estaba
en peligro de extinción.
Una planta suculenta es aquella que almacena agua en
su tallo y raíces para sobrevivir largos periodos de
sequía en zonas áridas y semiáridas.
“El término proviene del latín
succulentus, ‘jugoso’; y éste, de
succus, ‘jugo’”, dijo Reyes Santiago.
En 1978, los colectores de cactáceas Felipe
Otero y su sobrino, Eulalio Hernández, vieron esta planta,
que sólo era conocida por los habitantes de la región,
y se la enviaron a Charles Glass, un colega experto de Estados
Unidos.
En 1983, éste, junto con Robert Foster, la describió
por primera vez en la revista Cactus and Succulent Journal
y le puso el nombre en honor a Eulalio Hernández, su
descubridor.
Se trata de una especie que crece a una altura de entre dos
mil y dos mil 300 metros sobre el nivel del mar, rodeada por
un bosque de encino con enclaves xerofíticos, es decir,
con la presencia de rocas en un ambiente seco donde el agua
no se retiene y, en cambio, se escurre y evapora rápidamente.
“Allí se ha adaptado la planta, que no tiene un
nombre común. La gente de los pueblos cercanos la llama
biznaguita, pero así le dice a una gran cantidad”,
indicó Reyes.
M. hernandezii es llamativa, porque, si bien
es pequeña, resulta muy bonita a la vista, pues su flor
casi la cubre por completo.
A partir de 1995, una vez conocida en el mundo, coleccionistas
de cactáceas de Estados Unidos, Europa y Japón
empezaron a llegar a esa región oaxaqueña para
admirarla y llevarse ejemplares, lo que contribuyó a
que disminuyera su población.
Crece sobre manchones de pasto con un suelo que no
rebasa los cinco centímetros de tierra y debajo del cual
hay roca. Además del saqueo, otras actividades de los
pobladores de la región, influyeron en la merma.
“Los animales más destructivos son las vacas porque
sus pezuñas aplastan tres o cuatro a la vez, y su estiércol
cae sobre la planta, la cubre y la quema inmediatamente por
la urea que contiene. Además, al construir un camino
de terracería que comunica a los pueblos de San Antonio
Abad y San Miguel Aztatla, miles de ejemplares fueron arrancados
por la maquinaria pesada”, apuntó el biólogo
universitario.
La ventaja de M. hernandezii es que se puede reproducir
fuera de su hábitat natural, pero la desventaja es que
tarda mucho en crecer. De ahí que, para los traficantes
y otras personas, sea más fácil recogerla en el
campo que cultivarla.
“Entre 1983 y 1993, los saqueadores vendían
cada ejemplar en 26 dólares en el mercado internacional.
Después, pudieron propagarla y su precio bajó
considerablemente, pues una de sus características es
que puede vivir sin tierra hasta un año”, señaló.
En cambio, a los pobladores de la región no
les llamaba la atención, la veían como cualquier
otra, hasta que Reyes y sus colegas Carlos Martorell y Eduardo
Petter, hablaron con ellos y les dijeron su valor en el mercado
negro.
En 1996 empezamos a visitarlos, a platicar, a organizar
talleres para explicarles la importancia. Pero no surtió
efecto. Ellos pedían dinero. Nos decían: si ustedes
no nos dan, a quien nos dé 10 pesos por ella se la damos,
relató.
Frente a este escenario, Reyes, Martorell y Petter, se dieron
a la tarea de conseguir apoyo económico para impedir
que desapareciera, y lo encontraron en el Fondo Mexicano para
la Conservación de la Naturaleza y en la Sociedad Mexicana
de Cactología AC, que unieron esfuerzos para financiar
el proyecto de conservación que el universitario dirige.
En 2001 se consiguieron recursos para adquirir e instalar
cercas electrificadas por medio de la acción de celdas
solares. Se levantaron unas de 400 metros cuadrados en ocho
sitios, donde abunda la planta, de tal manera que quedó
a salvo de vacas, caballos e incluso conejos. “Quizás
ratas y ratones de campo puedan pasar, pero no la dañan”.
El mayor deterioro es ocasionado por actividades humanas
como la extracción de rocas, así como las vacas,
sin embargo, cada vez que esos animales intentan pasar una cerca
reciben una descarga eléctrica que los mantiene alejados,
afirmó.
A 12 años de su instalación, las cercas electrificadas
y las celdas solares aún funcionan, en consecuencia,
el pasto de la región se ha regenerado y M. hernandezii
continúa con su reproducción con la ayuda
de insectos, como las pequeñas abejas nativas del género
Melipona.
Además, al conocer su valor biológico y económico,
los pobladores de la región la vigilan con más
perseverancia y cuidado, y no permiten el paso de cualquier
persona, concluyó.
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